El desarrollo que Ciudad Real ha experimentado en los últimos años la ha convertido casi de la noche a la mañana en una ciudad moderna y cómoda que empieza a ser reclamada en jornadas y revistas europeas y nacionales, sorprendidas por la espectacular evolución de la que ha sido objeto. Los más mayores apenas pueden dar crédito al cambio de fisonomía de una ciudad en la que hasta hace mu y poco tiempo casi todo el mundo vivía en casas bajas y paseaba tranquilamente por calles estrechas. Dar imagen de capital de provincia fue todo un reto durante años que al fin parece poder ser una realidad.
En Ciudad Real, sin embargo, hay quien habla de una evolución a dos velocidades. De una ciudad que está creciendo mucho, pero a ritmos diferentes y en la que se corre el grave riesgo de acumular pequeñas bolsas de marginación o áreas al más puro estilo rural, in capaces de adaptarse al enorme cambio que la población más acomodada puede seguir sin mayor problema. Y así entre el centro y las nuevas barriadas residenciales que se están construyendo tras las rondas entorno a todo el casco urbano, con chalets adosados y zonas ajardinadas, han quedado áreas importantes un tanto rezagadas e impasibles ante tanto cambio.
LA OTRA CIUDAD REAL
En Larache, en algunas zonas de Pio XII, en el barrio de Santiago (el Perchel para casi todos sus vecinos), el barrio del Pilar y el del Padre Ayala (Vista Alegre) las cosas no han cambiado tanto y se sigue viviendo, con mejores servicios, eso sí, como antes. A muy pocos metros del bullicio del centro, las calles embaldosadas y un intenso tráfico, se apiñan decenas de casitas pequeñas, con persianas de colores y cuerdas en las fachadas para tender la ropa. Son la imagen de un pasado cercano y del otro Ciudad Real, de los barrios tradicionales para los que todo ha ido demasiado deprisa.
El barrio del Pilar, situado al este,
sigue siendo uno de los más humildes de la ciudad, pero sus vecinos, la mayoría
ya de avanzada edad están encantados con el aspecto que ha conservado su barrio
y la tranquilidad que les ofrece y que sólo se ve sobresaltada algún que otro
día por incidentes que provocan nuevos vecinos instalados al final de la
barriada, en una zona que ellos conocen como de la Esperanza. «Aquí estamos
como en el campo», llega a decir Matilde Bravo, una anciana que pasa la mañana
sentada junto a su marido en el umbral de la puerta y contemplando las muchas
flores que ha sembrado alrededor.
COMO UNA PIÑA
Sus vecinos tampoco tienen mayores preocupaciones. En el barrio de Pilar todavía se tiende la ropa en plena calle y se barren y se limpian las aceras con cubos de agua (el servicio municipal de limpieza también frecuenta la barriada).
También en la zona de Santa María, en el
barrio de Pío XII, junto al hospital de Alarcos, los vecinos pueden pasar las
tardes reunidos en la calle. «Aquí podemos tomar el fresco en verano, algo que no
se puede hacer en el centro ni en otros muchos barrios. Ese es un valor que
ojalá no perdamos», dice el presidente de la asociación de vecinos, José Mayor.
En este barrio también presumen de tranquilidad y de poder permitir que los niños
se diviertan en la calle con sus bicicletas y sus amigos. Dicen que disfrutan
de buenos servicios y no envidian para nada el desarrollo y el cambio de otras
áreas de la ciudad, temen que el hospital termine por desaparecer del barrio si
se lleva por fin a cabo el proyecto de construir un nuevo complejo, a un que comentan
haber sufrido «una pesadilla» con el horno crematorio del centro sanitario, situado
a pocos metros de las viviendas y que según les han asegurado van a clausurar de
inmediato.
MALVIVIR EN EL PADRE AYALA
Aunque en Pío XII también hay viviendas algo deterioradas, sin duda el problema no es tan alarmante como el que sufren las 200 familias que «malvivimos» en la barriada del Padre Ayala. Pisos de apenas 35 metros cuadrados, envueltos en una espantosa humedad y que comparten familias numerosas son el mal común de todos los vecinos, que se muestran ya cansados de las promesas del Ayuntamiento, y es que pese a que el gobierno municipal ha prometido prioridad para que estos ciudadrealeños puedan acceder a las viviendas que la Junta de Comunidades está construyendo en la Granja y Pío XII, negocian estos días con la asociación de vecinos el modo en que pueden efectuarse los realojos, aún no hay fechas definitivas para ellos y muchos temen no contar con el suficiente dinero para afrontar un cambio de casa, aunque sea a más bajo precio.
Los vecinos de esta barriada tuvieron que
soportar hace algunos meses una plaga de avispas que requirió la intervención
urgente del Ayuntamiento y se muestran además muy preocupados por los graves incidentes
que continuamente sufren. Las calles están llenas de jeringuillas y nos da
miedo que los niños se bajen de los pisos a jugar porque están viendo cosas que
no deben», dice una de las vecinas. Y es que en el barrio, sobre todo en las
madrugadas, se organizan continuas peleas entre vecinos y personas llegadas de
otra zona de la ciudad por ajustes de cuentas relacionados con la droga.
CASAS RUINOSAS EN El PERCHEL
En el barrio de Santiago, más conocido como el Perchel, no suele haber broncas callejeras, pero los percheleros están más que hartos de los continuos robos de que son objeto y que achacan a dos o tres familias que residen en el mismo área. Félix Barrera, el presidente de la asociación de vecinos, un hombre que ha movido Roma con Santiago para conseguir mejoras para su barrio, el más numeroso y el que cuenta con zonas más marginales de la ciudad, pide una y otra vez que se constituya (como ya se ha hecho en Puertollano) la policía de barrio que se encargue de vigilar mejor la zona y de mantener el orden.
Para el presidente las cuestiones urbanísticas también son una de sus principales preocupaciones. «Hay muchas viviendas que están en ruina y que son un peligro para los peatones. Hemos pedido al concejal de urbanismo que visite el barrio para que lo compruebe él mismo, pero todavía no ha venido», dice Félix Barrera. La cosa se complica en esta barriada de la antigua judería en la que aún se conservan calles muy estrechas y pequeñas casas bajas pintadas de blanco y a punto de desplomarse.
En el barrio de Santiago aún no cuentan con un centro de salud, y disponen de un colegio muy viejo, dice Barrera, incapaz de atender las demandas de los niños de la zona. Carecen de zonas verdes y los vecinos opinan, como Pepi Coto, que se hace más caso a los que viven en el centro que a ellos. La mayoría de los percheleros (sobre todo la gente mayor) prefiere seguir comprando en las tradicionales y ya casi desaparecidas tiendas de comestibles y, aunque parezca increíble, algunos aún no han visitado las grandes superficies comerciales de la ciudad. Eso sí, en la tienda de Carmen Zapata se quejan por ejemplo de seguir contando con clientes que se permiten el lujo de «dejar a deber» facturas. «Algo que desde luego en otras zonas se ha olvidado por completo.»
Tampoco el barrio de Larache ha podido seguir el mismo ritmo de desarrollo que el centro o los nuevos barrios, y al otro lado de la vieja estación, ya mejor comunicada por el paso que sustituyó a peligroso puente, se alzan calles ente ras de viviendas al más puro estilo rural, donde todos los vecinos se conocen y comparten atardeceres de calor. Los vecinos esperan con cierta ilusión la urbanización de los antiguos terrenos de Renfe, que ahora les separan a modo de un gigantesco descampado con vías abandonadas, del centro de la ciudad.
Aunque la concejala de participación
ciudadana, Bienvenida Pérez, cree que aún no se puede hablar de grandes
diferencias en los modos de vida de estos barrios tradicionales con respecto a
otras zonas más desarrolladas de la ciudad, lo cierto es que no todo ha
cambiado al mismo ritmo.
Revista Bisagra Nº 280 dl 6 al 12 de
junio de 1993
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