Unos nobles cruzados, capitaneados e
instruidos por el Santo Abad de Fitero y que los mismo entonaban himnos de
alabanza a Dios de los ejércitos en la soledad del claustro monacal salmodiando
en el coro, o haciendo escondida vida religiosa de obediencia al Abad Maestre,
que, dejando al breviario y los instrumentos de penitencia, pasaban al
guadarnés a limpiar los correajes y estar listos y dispuestos para vestir la
cota de malla y ceñirse la coraza, empuñar la lanza y la rodela y montar
briosos y piafantes corceles, se enseñorearon por concesión del católico Rey D.
Sancho de este pedazo de tierra castellana, cesión que se les hizo en señorío
perpetuo de los feraces campos llanos de de la región de los Oretanos; y desde
entonces la caballerosa hidalguía, que, arraigada en aquellos nobles pechos,
había de producir sus frutos, no fue planta estéril abandonada en yermo campos,
no, fue la hiedra plantada en fértil suelo adherida al viejo paredón e
introduciendo sus tentáculos por las quebraduras de los sillares o por las
junturas de escalfada mampostería, forma tan íntima cohesión que parece el
testigo secular de unión tan amistosa con su sostén, que juntos desafiaran la
longevidad de los tiempos, y juntos se derrumbarán en los profundos abismos del
olvido. Amigos los calatravos de sus fueros y franquicias, ufanos los realengos
por las concesiones y exenciones que su señor el Rey castellano le había
otorgado como estímulo y acicate para la colonización y repoblación de este
suelo que semejaba un blanco y sedoso velo roto y ajado por las pisadas
desoladoras de los sarracenos, aferrado calatravos y realengos a sus fueros y
concesiones respectivas, luchando unos con otros en guerras intestinas y
calladas unas veces y en batallas en campo abierto otras, crearon y constituyeron
una raza que teniendo en sus venas infiltradas aquellas tan gloriosas cuan
cristianas tradiciones, adora a aquellas religiosas Milicias, venera con
devoción singular aquellas cruces que fueron sus blasones rinde culto cuasi
religioso a las Ordenes Militares y en especial a la de Calatrava que legó a
los moradores de la manchega llanura, al par que a la realeza de su origen, su
laboriosidad hasta el sacrificio, su nobleza de carácter, la sincera expansión
de sus franquezas, el desinterés enemigo de todos los egoísmos, la hospitalidad
sin recelosos temores, la sencillez del trato sin hipocresía ni dobleces, el
apego rayano en delirio a la tierra feraz sin mezcla de extranjerismos, la
grandeza del corazón siempre abierto a la amistad sin la resquemosa carcoma de
la envidia la ufanía en el resultado de sus empresas sin vergonzosas ambiciones
, la tranquilidad en el bien obrar sin el recelo del dolor y del engaño, la
proclividad y natural inclinación a ideales más subjetivos que objetivos, los
nobles dotes, en fin, que distinguen el carácter manchego de los moradores de
otras regiones septentrionales, levantinas o meridionales de nuestra península.
Por eso Ciudad Real en la entrada triunfal de su obispo prior, y digo triunfal sin retractarme, porque no solo merece este calificativo la entrada del que ocupa dorada carroza tirada por esclavos, o ciñendo de laurel sus sienes levanta su altiva mirada sobre la apiñada muchedumbre que se agolpa a su paso; es también triunfal la entrada del que caminando a pie es objeto de miradas de complacencia que le dirigen semblantes sonrientes que se apiñan en derredor suyo, que inclinan su frente o su rodilla ante él, que le saludan con sus aplausos y agitados palmoteos, o arrojan palomas o flores que le vitorean hasta enronquecer, que le siguen y sin cesar le aclaman; por eso al ver Ciudad Real en su triunfal entrada al Prior de aquellas Milicias rodeado de un brillantísimo cortejo de Caballeros cruzados de aquellas gloriosísimas Ordenes Militares, llevando sobre sus nobles pechos las enseñas que le distinguen, al verlos entremezclados con los ministros del templo del Prado que forman la corte de honor en derredor del altar de la Reina de la Mancha , esta ciudad sentía caldeársela sangre que corre por las venas de sus moradores, rememorando otros tiempos medioevales en que tuvo su nacimiento; y al contemplar la Mitra episcopal confundida con los birretes de blanco plumaje de los Caballeros cruzados recordaba a aquel eminente Arzobispo toledano D. Rodrigo que animaba al Rey conquistador D. Alfonso el VIII y a los cruzados en la memorable y heroica batalla de las Navas , o a Fray Hernando de Talavera que entre los dos católicos Reyes D. Fernando y Dª Isabel abría las puertas de la gentil Señora de Andalucía que era esclava de Boabdil, de la hermosísima Granada.
Bien puedes, oh Ciudad Real, ciudad
querida, estar ufana con legítimo orgullo de tus glorias; real es tu origen, un
Rey Sabio en el emblema de tu heráldico escudo, nobles e hidalgos son tus
moradores, las Ordenes Militares te custodian y te dejan a su Prior investido
de dignidad y jurisdicción episcopal para que sea tu morador y conviva con tus
hijos; cruzados son los ministros de tu templo mayor y tienes por fundadora,
protectora especial y Patrona a la Restauradora de las dos Castillas, a la
excelsa Reina de los cielos que te dejo como sagrado depósito su retrato e
Imagen benditisima que cual joya de incalculable valor se venera en el Prado.
A. Pedrero. Canónigo. Revista “Vida
Manchega” 10 de febrero de 1915
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