El otro día estuve en Ciudad Real. Tan desconocida me va resultando mi «capitaleja,», que hubo calles de la que no fui capaz ensamblar mentalmente lo viejo con lo nuevo. Con estas intrascendentes o perogrullescas líneas pretendo comparar lo que han cambiado las cosas del Ciudad Real de mi niñez con el Ciudad Real de hoy.
A los que me lean que apostaría que serán los de mi edad, debo decir, por si no me conocen, que me crie en el 6 de la calle del General Aguilera. Párvulo en la escuela de don Ángel Rojas de bendita memoria y que, como ahora me ha dado por los nombres de calles, no sé cómo todavía no tiene su nombre una calle de Ciudad Real.
La primera etapa, como se dice ahora de mi escolaridad la hice en la Academia General de Enseñanza, cuando las barras plateadas que tenía la gorra, decían el curso de bachillerato en que andabas.
Fueron maestros de mis primeras letras don Amadeo Poissat, don Telesforo Torija y don Luis Relimpio. Al comprar mis padres la casa número 32 de la calle de la Mata y recién venidos los Marianistas al Instituto Popular de la Concepción, terminé con éstos la enseñanza primaria.
Aquel director que fue don Carlos Eraña con su simpatía arrolladora y su garra de catequizador nos llevó -¿verdad Manolo Espadas?- .¿Verdad, Carmelo Abad?-, al noviciado que esta compañía religiosa tenía en Escoriaza, provincia de Guipúzcoa. No cuajó mi vocación para que saliera con la levita y e1 bombín y elegí magisterio, entonces carrera de los humildes.
Pero no es cosa de espetarles mi «curriculum
vite», pretendía demostrar mi ciudarrealísmo y
hacer ver la pátina de mis recuerdos, porque alguien dijo que recordar es volver
a vivir, pero liberados del tiempo».
Y así cuando deambulaba solitario viendo caras y más caras desconocidas, más tomaban cuerpo los fantasmas de personajes que fueron populares en el Ciudad Real de antaño.
¿Quién de estas caras, -me decía-, conoció al ciego del Villar, con su violín destemplado, las cuencas de sus ojos seca y el sonsonete de sus coplas?
¿Quién recuerda de Tomás, el peregrino de Camón, con su pelambrera, sus barbas y sayal? De él se decía que en las noches de invierno dormía en un nicho del cementerio de su pueblo, lo que aumentaba mi susto y miedo a su visión, buscando refugio entre las faldas de mi madre.
¿Quién y para qué recordará de Canuto el corsario del Pozuelo, vendiendo encajes con nombres non santos, y muy verdes entonces?
¿Y de Jesús Malagón con su beodez y sus discursos? ¿Y de Camarena el jefe de los «guindillas» con su sable y su asma? ¿Y de Hilario el barquillero y el Carrato, y el Tremendo?
¿Y el Ciudad Real de los aguadores con su carga asnal o de cubas con agua del Arzollar? ¿Y las pedreas entre los chicos de los distintos barrios, sañudas y atroces como combates en el Vietnam?
Todo esto y muchos más recuerdos a modo de
cine fueron pasando por mi imaginación hasta que llegué a la plaza donde la
contemplación del edificio del nuevo Ayuntamiento me distrajo y mis
pensamientos tomaron otro rumbo.
Si he dicho que me crie en la calle del General Aguilera, viendo a todas horas la Casa Consistorial antigua forzosamente me ha de chocar la traza, el corte o estilo del edificio destinado al Ayuntamiento de Ciudad Real.
Tuve que vencer mi imaginación obstinada en ver vivencias de hace medio siglo como presencial la figura menuda e inquieta de don José Ruiz de León o la de un don 'Francisco Herencia con vara y fajín como alcaldes de Ciudad Real, cuando parece que el nuevo edificio es más a propósito para un burgomaestre protestante.
También llamó mi atención -las fachadas con tantos ventanales calados, ángulos y tantos ringo rangos que barrunto van a dar buena cosecha de telarañas, amén de las monteras de cristal como gorritos de hermanos de Pulgarcito y el reloj de estación de término.
Hará falta que vaya con frecuencia a Ciudad Real para borrar la estampa del caserón viejo para adaptarme a la escandinava del modernísimo Ayuntamiento.
¡Ay!, los años se escurren rápidos, y es que los que hace cuarenta años éramos hombres jóvenes, vehementes, y soñadores, hoy somos unos señores calvos, con prótesis en la boca y en e1 alma más recuerdos como estos que proyecto.
Al fin y al cabo «mutatis muntandis».
Cruz de los Casados. Diario “lanza”,
martes 4 de noviembre de 1975
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