Con indudable interés he seguido el tema
de la remodelación de la Plaza Mayor de nuestra capital, por motivos que el
lector podrá fácilmente comprender si tiene la atención de seguir leyendo esta
mi opinión que paso a exponer, junto a emotivos recuerdos que siempre pesan a
la hora de escribir sobre el popular recinto urbano, cuya transformación ha
sido decisiva en cuanto al antiguo paseo y las dos calzadas se refiere.
Yo nací en la entonces Plaza de la
Constitución, en la segunda decena del siglo. Ya ha llovido y no poco. Por esta
razón, a la hora de presumir de ciudarrealeñismo he podido compararme con el
que más sintiera tal circunstancia. El recuerdo me lleva a mis juegos de niño
en torno a la farola grande que iluminaba la plaza en el centro del paseo
central y a la que, en ocasiones nos subíamos, con peligro evidente de resbalar
y sufrir un porrazo. Eran los tiempos en que los vecinos de las distintas
viviendas salían a sentarse a las puertas en las noches calurosas del verano,
haciendo tertulia y esperando que quisiera refrescar un poco para irse a la
cama, en ocasiones tras haberse acercado hasta la horchatería de Belén, para
tomar un vaso de exquisita horchata o de agua de cebada, que no le iba a la
zaga y era más barata, dicho sea de paso. Y luego, la feria, cuando por las
mañanas se celebraban los festejos populares, en los que llevaba buena parte de
organización Luis Bermejo, que tenía su negocio de ferretería al lado de mi
casa.
Pero dejemos los recuerdos y vamos al
grano de opinar, aunque ya en secreto lo hiciera en la encuesta del Grupo
Municipal Socialista, en la que fui consultado. Bien es verdad que mi opinión la
había expuesto en los años sesenta y setenta, cuando formaba parte de la
Corporación Municipal, que hubo de decidir el derribo del edificio de la
antigua Casa Consistorial y la elección del que había de ser nuevo
Ayuntamiento. Yo no era partidario de la demolición del edificio que había sido
escenario de tantos acontecimientos locales, que ahora no son el caso recordar
para no alargar demasiado esta colaboración en el extraordinario de nuestra
Feria 88, pero como se imponía la opinión de los técnicos, que no garantizaban
su seguridad y permanencia por mucho tiempo, hubo que ceder para no ser
considerado intransigente.
Al acordarse en el pleno la sustitución
del edificio consistorial, expresé mi opinión de que debería convocarse un
concurso e igualmente coincidieron otros compañeros de Corporación, a fin de
poder elegir el proyecto que estuviera más en consonancia con un estilo de
edificación castellano manchega. Luego, al ser demolido el Ayuntamiento, vino
la polémica expresada durante varios meses en los medios de comunicación
locales, sobre si debía edificarse o no, en el solar resultante, la nueva Casa
Consistorial, siendo no pocos los partidarios de que la entonces Plaza del Generalísimo
quedase abierta y comunicada con la calle del General Aguilera sin ningún
obstáculo. Pero triunfó la opinión de que el nuevo Ayuntamiento continuase en
el mismo lugar que el antiguo y ya a principio de los años setenta hubo que decidirse
por aceptar un proyecto, obra del arquitecto Higueras, pues lo del concurso había
quedado en agua de borrajas.
PROYECTO
HIGUERAS
Si polémica había desatado la ubicación
del nuevo Ayuntamiento, no fue poca la promovida por el proyecto Higueras
cuando fue conocido por la Corporación Municipal y por los vecinos, al
publicarse en LANZA y “Hoja del Lunes” el dibujo de la fachada. No pocos
recordarán que se escribió largo y tendido sobre si era un edificio “único” –luego
desmentido gráficamente en la segunda de las publicaciones citadas- y que
merecería ser contemplado con elogios por los visitantes de la ciudad, mientras
se le calificó por otros de “estilo nórdico”, frente al castellano manchego que
preferíamos no pocos. El proyecto fue objeto de larga discusión, expresando sus
opiniones favorables el entonces alcalde y la mayoría de los ediles, aunque
algunos otros nos mostramos contrarios, si bien en última instancia fui yo el
único que me mantuve en esa opción opuesta a lo que ofrecía Higueras, avalado
por un conocido pintor ciudarrealeño, al que le unía gran amistad. Se quería que
el proyecto mereciera el asentimiento de la Corporación por unanimidad y al
fin, para no ser la única nota discordante, terminé por aceptarlo, pero con una
condición: que el Pleno acordase también por opinión unánime, que el resto de
las edificaciones nuevas que se fueran produciendo en el futuro, dentro del
recinto de la Plaza Mayor, se adecuasen al estilo del nuevo Ayuntamiento, así
como que se procurase estimular a los propietarios de edificios de la plaza
para llevar a cabo la pretendida remodelación, terminando así, en un plazo
relativamente breve, con la diversidad de estímulos que aún se mantiene en el
ahora renovado recinto.
UN
SOLO ESTILO
Quedo entonces bien clara mi opinión,
que es la misma que mantengo ahora como un vecino más de la capital y que
algunos expresaron en la mesa redonda convocada por el alcalde hace unas
semanas, como también se habían mostrado partidarios un buen porcentaje de
participantes en la encuesta del PSOE municipal. Me permito recordar, en apoyo
de mi opinión favorable a que la plaza tenga un solo estilo de edificios, a
otras plazas españolas, como las de Madrid y Salamanca, y sin salirnos de la
provincia, la de Almagro, que tantos elogios merece de cuantos la visitan. Es
cierto que hay plazas con distintos estilos de edificación, como sucede con la
Grand Place de Bruselas, que constituyen un recinto urbano de interesante conjunto
ornamental, pero sinceramente me pronuncio por la unidad de estilo, por
considerarlo más armónico y agradable a la vista. Ahora bien, nuestra Plaza
Mayor podría ser objeto de una construcción única en estilo por lo que respecta
a los dos lados del rectángulo, pero con una ligera modificación en cuanto a
las fachadas del centro, lo que rompería esa uniformidad que algunos técnicos
consideran excesiva.
El problema de la nueva arquitectura a
mantener en las futuras edificaciones que se lleven a cabo en la Plaza Mayor,
que deben contar con ayuda económica por parte municipal como se ha venido
haciendo en las últimas realizadas con adecuación al estilo de la Casa
Consistorial, es un reto que tiene pendiente la actual Corporación y que sin
duda, de llevarlo adelante con éxito, merecería el asentamiento casi unánime
del vecindario. Pero entiéndase que digo la actual Corporación y no es grupo
mayoritario, ya que una obra de semejante envergadura urbana debe contar con el
apoyo de los distintos grupos que integran el Ayuntamiento y sería a todos a
los que alcanzase el mérito de llevar a cabo la necesaria remodelación, poniendo
fin a ese mosaico de estilos que en la actualidad se muestran en nuestra plaza.
Medios económicos hay para que, con la colaboración y tutela municipal, los
propietarios puedan realizar la ingente obra de dotar a nuestra capital de una
Plaza Mayor que realmente produzca satisfacción a quienes aquí habitamos y
elogios a los visitantes. Animo y adelante.
Cecilio
López Pastor. Diario “Lanza”, 14 de agosto de 1988, Extra Feria Ciudad Real