El libro de actas de la Hermandad de “La
Santa Espina”, de cuya existencia nos da cuenta don Ramón González Díaz en un
trabajo publicado en el “Boletín de Información Municipal”, comienza en el año
1719. Pero en el preámbulo del mismo se copia una bula del Papa Clemente VIII
donde se afirma que “…Nos fue hecha
relación que en la Iglesia Parroquial del Señor Santiago de la ciudad de Ciudad
Real, de la Diócesis de Toledo, hay instituida llanamente una Cofradía así de
hombres devotos, como de mujeres, con invocación de la Santa Espina de Jesucristo,
para honra de Dios Todopoderoso y salud a las ánimas y provecho del prójimo…
Dado en Roma en la sala de San Marcos, año de la Encarnación del Señor de mil
seiscientos tres años, en veintiséis de abril año duodécimo de nuestro
pontificado”.
Si esta transcripción responde a la
verdad, como parece desprenderse de los datos cronológicos e históricos,
resulta que la Cofradía de “La Santa
Espina” fue de las más antiguas de nuestra Semana Santa, ya que su origen se
remonta a los comienzos del siglo XVII. En sus “constituciones” se limitaba a
veinticinco el número de hermanos, se habla de túnicas rojas grandes y pequeñas
y se establece la aportación de “un hacha de cuatro libras de cera”. La
cofradía debió sufrir luego un prolongado paréntesis d atonía y quizá de
inexistencia, hasta que se reorganiza el año 1779, “…en obsequio de una de las setenta y dos espinas que taladraron las
sienes de la sacrosanta cabeza de Jesucristo y de las cuales se componía la
corona, que sobre ella fijaron nuestras culpas, cual piadosamente creemos que
es una de ellas la que se venera en la parroquia de Santiago de esta Ciudad
Real…”.
Es decir, que aquí existía la preciada
reliquia de una espina de la corona del Señor y una cofradía que le rendía
culto secular. Pero su historia, a juzgar por el mismo libro de actas que
comentamos, se ve interrumpida en varias ocasiones y “La Santa Espina” no es
citada siquiera por la señora Pérez Varela en el capítulo sobre “Cofradias y
Hermandades” de su interesante folleto “Ciudad Real en el siglo XVIII”. Fue ya
al iniciarse el presente cuando resurgió para que cerrase la procesión
perchelera de Santiago en la tarde-noche del Jueves Santo: un modesto panadero,
Silvino Campos, tuvo la iniciativa, contando con la eficaz ayuda del párroco don
José Antonio Espadas. Y entre los hermanos mayores que le dieron postrer
realce, el compañero Cecilio López Pastor –sin duda el mejor historiador de
nuestra Semana Santa contemporánea- nos cita a don Juan González Dichoso y al
impresor Maximino Díaz.
¿Era acertado el “trono” o “paso” que se
hizo para la venerada reliquia?: una gran custodia de apariencia ojival, que no
pudo ser de metal precioso, albergaba el relicario; y flanqueando la dorada
custodia, las figuras de dos ángeles de acentuado barroquismo y exagerada
policromía. No creemos era, ciertamente, una genial obra de arte, aunque el
lector podrá juzgar con mejor criterio observando la adjunta fotografía. Pero contenía
una reliquia impar, en la que el pueblo creía con fe de siglos.
La iconoclastia del 36 lo destrozó todo.
La devoción y el entusiasmo de los años
cuarenta todo lo rehízo. Menos, lógicamente, este paso de “La Santa Espina”,
porque su contenido y su simbolismo eran irreemplazables.
Antón
de Villarreal. Diario “Lanza”, sábado 26 de abril de 1975, contraportada.
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