Vista
de la Plaza Mayor de Ciudad Real a principios del siglo XX
3.3.
LA HACIENDA EN SUS MANOS
Tras la muerte de su padre, don Álvaro
debió ponerse al frente de la hacienda familiar. Pero la prematura muerte de su
hermano Juan, ocurrida en mayo de 1662, unida a la de su madre doña Luisa dos
años después, y a la de su hermanastra doña Tomasa, determinaron que todo
quedara finalmente en sus manos (25).
Gran parte de la fortuna que llegó a
poseer a lo largo de su vida procedía de la ganadería, sobre todo lanar. En las
escrituras notariales de estos años puede seguirse multitud de operaciones de
compra-venta de estos animales, encargadas a sus mayorales, quienes conducían
carneros y ovejas “de su cría, hierro y señal” a diversas partes de España,
sobre todo a tierras de Madrid y Toledo (26). Pero también
formaban parte de su patrimonio ganados de cerdos, caballos, yeguas, garañones
y mulas (27).
Uno de los mayores quebraderos de cabeza
derivados de su actividad ganadera, estuvo relacionada con la gran cantidad de
mulas que formaban parte de su cabaña. Estos animales tenían gran demanda para
labores agrícolas. Desde la Edad Media la Corona, con estrictas leyes, había
prohibido echar garañones a yeguas, con la intención de garantizar el
abastecimiento de caballos destinados al ejército. Algunos ganaderos, habían
campeado esta prohibición contribuyendo al servicio de millones. Pero hacía 1669
la normativa se endureció, viéndose amenazados los ingresos que proporcionaba estos
animales (Salazar-López y Carretero, 1993: 215). En 1680 don Álvaro y otros nobles,
elevaron una petición ante el concejo de la ciudad. El Consejo de Castilla, había
iniciado un proceso de averiguaciones para encontrar culpables e imponer castigos
a los infractores (28). Como es de
suponer todos ellos eran culpables y, temiendo las consecuencias, intentaron
cubrirse las espaldas: mandarían dos representantes a Madrid, para suplicar al
rey que les perdonase, pues la baja de la moneda había motivado que las
haciendas se vieran muy reducidas, lo que unido a la esterilidad de los tiempos
podía provocar la ruina de sus capitales. La cría de mulas era la única vía de
escape para campear el temporal. Su misión sería rogar al rey que cesara en sus
averiguaciones por estos lugares.
Pero don Álvaro no debió fiarse mucho de
que aquella encomienda llegara a buen término. Ese mismo mes, nombró un
representante para que acudiera en su nombre a Toledo, con la intención de
recordar al licenciado don Gabriel de Pallares, juez de comisión nombrado para
la mencionada averiguación, que el caballero santiaguista, como miembro de la
Inquisición, solamente podía ser juzgado por el tribunal de la misma y no por
las justicias ordinarias del rey (29). La vinculación
de su familia al Santo
Oficio, proporcionaba no solo un
reconocimiento social, sino también exenciones y beneficios judiciales de todo
tipo, muy útiles en casos como el mencionado.
Para garantizar la alimentación de su
ganado, don Álvaro participaba en las subastas por el arrendamiento de cotos,
dehesas y pastos, fundamentalmente en el Valle de Alcudia (30). Esta actividad no estaba exenta de
conflictos de todo tipo, sobre todo con los labradores y dueños de los derechos
concejiles que generaban dichas tierras.
D. Álvaro
mantuvo una estrecha relación con la orden de la Merced en nuestra ciudad y con
el Monasterio de los Padres Mercedarios de la misma
Sirva como ejemplo el embargo que
sufrió, al igual que otros señores de Ciudad Real, incluido don Gonzalo “el
Rico” en abril de 1657, sobre los ganados que tenía en los quintos y dehesas de
Maqueda, acusado de no contribuir, como perceptor de derechos y bienes de la
encomienda de Almodóvar, a la parte que le había sido asignada por el rey en el
reparo de su iglesia (31). Frente a estas
ingerencias, don Álvaro, como muchos de los miembros de las élites urbanas de
Ciudad Real, no dudó en utilizar sus privilegios como miembro de la Mesta y
ganadero de la Cabaña Real (32).
Estas disputas por acaparar las mejores
tierras de pastos, solían también afectar a las familias nobles de la ciudad,
llegando a provocar sonados enfrentamientos. Este fue el caso de las rencillas
entre don Álvaro y don Cristóbal Velarde y Céspedes, reflejadas en las
reuniones concejiles del año 1696. El motivo de disputa fue el arrendamiento de
las Navas, en manos del primero, quien se resistía, con su posición
privilegiada en el ayuntamiento, a sacarlas a subasta para que otros pudieran
pujar por ellas (33).
Además de su actividad como criador, la
fortuna de don Álvaro acaparó otros intereses, acumulando gran cantidad de
tierras de labor, explotadas unas veces por sus criados, otras por labradores
que las arrendaban a diferentes precios. Estas propiedades se repartían por la
provincia, procediendo de herencias y compras. Destacan las situadas en la
villa de Miguelturra, aportadas por la familia de su esposa. Pero también gozaba
del producto del arrendamiento de bienes muebles, como por ejemplo el batán de
Albalá, en el río Guadiana (34). También poseía
diversos censos y juros, destacando los 21.700 maravedís anuales impuestos
sobre las alcabalas de Ciudad Real, heredados de un vínculo fundado por doña
Francisca de Guevara (35).
El poder de don Álvaro y su proyección
social alcanzó su momento culminante, tras la muerte de su primo don Gonzalo
Muñoz de Loaisa, el “Rico” en 1670, y de la esposa de éste, doña Jerónima
Velarde, cuatro años después (36). A diferencia
de aquel, don Álvaro acaparó cargos políticos de prestigio, actuando al menos
desde 1675 en varias ocasiones como teniente de corregidor e incluso como
corregidor de la ciudad, honor que compaginó con el de alcalde por el estado
noble de la Santa Hermandad (37).
Lógicamente la situación de privilegio
que tales puestos le proporcionaban, asegurarían tener una información
privilegiada a la hora de diseñar sus movimientos económicos, convirtiéndole en
uno de los caballeros más poderosos e influyentes de la comarca.
Fruto
de la estrecha relación de D. Álvaro con los mercedarios, es la construcción de
la iglesia conventual donde D. Álvaro actuó como mecenas
3.4.
MECENAS Y CABALLERO DE LA CONTRARREFORMA
Como adelantamos en el inicio de esta
comunicación, don Álvaro ha pasado a la historia fundamentalmente como mecenas
y autor de dos obras pías: la iglesia de la Merced y el pósito para labradores
pobres de la ciudad. Sin embargo, a lo largo de su vida realizó muchas otras
gestiones de carácter piadoso, encaminadas a proteger y defender la fe de sus
antepasados, haciéndose cargo de algunos proyectos verdaderamente de difícil
gestión, imposibles de haber llegado a buen término sin su dedicación
incondicional.
Cronológicamente la primera gran
intervención en este campo fue la construcción de una iglesia, bajo la
advocación de Inmaculada Concepción, para el Convento de Padres Mercedarios
Descalzos de Ciudad Real. Han llegado hasta nosotros diversos traslados de la
escritura original, firmada el 12 de abril de 1674. Dado que sus términos han
sido ya bastante tratados por otros autores no vamos a detenernos en ellos
(Barranquero, 2003: 374-378, Sánchez-Barrejón, 200: pp. 2236-2238; Hervás, 2002
[1918]: 334).
No obstante me parece importante hacer
una puntualización: el convento contaba con una iglesia anterior, evidentemente
mucho más modesta, pues los fondos aportados en la fundación por el capitán
Andrés Lozano fueron bastante reducidos. Tomada la posesión el 5 de julio de
1620, los frailes primero se sirvieron de unas casas adaptadas para la función
conventual, dotándolas primero de una humilde capilla con su sacristía y
sagrario hasta poder comenzar la iglesia que había dejado dispuesta en su
testamento el capitán Lozano. Pasados unos meses se abordó la obra de una pequeña
iglesia, haciéndose los pregones acostumbrados durante el mes de agosto de 1621.
La primera piedra se puso un sábado, 26 de febrero de 1622, disponiendo, en conmemoración,
dieciséis reales y medio en monedas de oro y plata en el hueco de una piedra.
La obra dispuso incluso de su traza y planta (38).
Con el paso de los años este convento
fue aumentando, abordándose la construcción de un nuevo claustro, a partir de
1639, con sus celdas, cocinas, biblioteca y nueva sacristía (VV.AA, 2005:
49-55). La grandeza de tal reforma requería agrandar la antigua iglesia,
construyendo un templo mayor, para lo que era imprescindible un nuevo mecenas
que lo costeara. Evidentemente una obra de tal envergadura supondría para su
protector, no solo el agrado divino y los beneficios espirituales derivados de
la oración de los frailes, sino también el reconocimiento social y la
perpetuación, a través de la fama, de su linaje. Respecto a la autoría de la
traza creemos que pudo salir de la mano del arquitecto mercedario fray Antonio
de la Concepción, puesto que en al año 1674, al contratar don Álvaro las
condiciones del retablo mayor para esta iglesia con el maestro Manuel Vázquez
Agrelos, vecino de Daimiel, convinieron que primero debía consultarse a dicho
padre mercedario las medidas a las que la obra debía adaptarse (39).
Este maestro trabajaría en Marchena a
finales del siglo XVII, diseñando el templo de San Andrés en el Convento de
Mercedarias Descalzas (Ravé, 2007: 24-26). Las similitudes entre ambas iglesias
son evidentes.
También
D. Álvaro participaría en la construcción del Monasterio de las Madres
Mercedarias de Miguelturra, junto a la ermita de la Virgen de la Estrella
Por estos años don Álvaro se vería
envuelto en otro proyecto mucho más complejo: la fundación de un nuevo Convento
de Mercedarias Descalzas en Miguelturra (Barranquero, 2003: 84-87). Desde
tiempos medievales había existido en este lugar una ermita, denominada de
Nuestra Señora de la Estrella, de mucha devoción entre los vecinos de aquella
villa, lo que les había llevado a reformarla construyendo una magnífica iglesia
ya en el siglo XVII. Entre las familias que más devoción habían demostrado por
aquel lugar, estaban los Rodero y los Torres, linajes ambos de los que
descendía el caballero santiaguista y su esposa doña María. En páginas
anteriores hemos podido ver la estrecha relación que unía a don Gonzalo, su
padre, con Luis Rodero, capellán del rey y prior de San Benito de Jaén. Esta
amistad se reforzó con el matrimonio de don Álvaro con su prima, contraído en
1648. Pues bien, tanto don Luis, como su hermano Bartolomé Rodero, habían
decidido favorecer el culto a la Virgen de la Estrella, fundando en su ermita
varias capellanías, y destinando después 22.000 ducados para construir junto a
ella un convento (40). Este deseo,
convertido en cláusula testamentaria, comenzó a gestarse tras la muerte de
Bartolomé en octubre de 1679, debiendo hacerse cargo de su cumplimiento los
albaceas que había nombrado: su hermano Luis, y su sobrino don Álvaro Muñoz de
Figueroa.
Simultáneamente, el 7 de enero de 1648
doña María Velarde Treviño, también familia de don Álvaro, al enviudar de don
Diego Méndez Salazar, caballero de la Orden de Calatrava, decidió tomar los
hábitos en el Convento de Mercedarias Descalzas de Lora del Río, en Sevilla. No
fue sola al convento: la acompañaron sus dos hijas doña Andrea y Doña Teresa.
Como era lo habitual doña María, al entrar en el noviciado, hizo su testamento,
profesando después como sor Mariana del Santísimo Sacramento y la Concepción,
adoptando sus hijas los nombres de sor Andrea de la Cruz y sor Ana Teresa de la
Santísima Trinidad (41). Según la
mencionada escritura de últimas voluntades, sor Mariana ordenó fundar con sus
bienes un convento de Mercedarias Descalzas, bien en Ciudad Real, bien en
Granada. Parte de estos bienes procedían de la herencia que había recibido de
doña Juana Monzalo Treviño de Loaisa, vecina de Ciudad Real (42). Entre las condiciones de dicha
fundación, sor Mariana dejó ordenado que, si se daba el caso de que las tres
muriesen antes de que dicho proyecto se hubiera llevado a cabo, lo daría por
nulo. El tiempo no jugó a su favor. La orden las envió como fundadoras a un nuevo
convento: el de la Concepción, en la villa de Madrid. Muerta la madre, murió
también sor Andrea quedando sor Ana Teresa viva. Si ella moría no podría
cumplirse el deseo de sor Mariana.
Pilar
Molina Chamizo (Museo de Ciudad Real). II Congreso Nacional Ciudad Real y su
Provincia
(25) ADCR, Ciudad
Real, Santa María del Prado, libro de defunciones, 1649-1681, (14 de julio
1664), folio 138r.
(26) AHPCR, Ciudad
Real, Protocolos Notariales, Laurencio del Valle, 1652 (7 de abril), folio 54r.
(27) AHPCR, Ciudad
Real, Protocolos Notariales, Cristóbal de Ureña, 1656, (16 de febrero) folios
17r y v, 24r y v, (28 de septiembre) folios 119r y v.
(28) AHPCR,
Protocolos Notariales, Francisco Delgado Mexía, 1680 (1 de marzo), folios
97r-98r.
(29) AHPCR,
Protocolos Notariales, Juan del Valle Aguilera, 1680 (22 de marzo), folios 14r
y v.
(30) Ibíd.,1678 (28
de septiembre), folios 66r y v.
(31) AHPCR, Ciudad
Real, Protocolos Notariales, Cristóbal de Ureña, 1657 (23 de abril), folios 18r
y v.
(32) AHPCR, Ciudad
Real, Protocolos Notariales, Pedro Fernández Moreno, 1708 (13 de febrero),
folios 16r-17v.
(33) Archivo
Municipal de Ciudad Real (en adelante AMCR), libro de actas, 1696, folios
69v-70r.
(34) AHPCR, Ciudad
Real, Protocolos Notariales, Laurencio del Valle, 1653 (30 enero), folios 104r
y v. y (29 de julio), Folios 261r y v.
(35) AHPCR, Ciudad
Real, Protocolos Notariales, Ciudad Real, Cristóbal Rodríguez de Sotomayor,
1675 (7 de diciembre), folios 338r y v.
(36) AHPCR,
Protocolos Notariales, Ciudad Real, Juan Delgado Huélamo, 1674 (2 de octubre),
folios 274r-285v.
(37) AMCR, libros de
actas, 1675, 1696, 1701 y 1702; AHPCR, Protocolos Notariales, Ciudad Real,
Francisco de Ochoa, 1696, folio 73r.
(38) AHN, Clero,
libro 2837, “Ciudad Real. Mercedarios Descalzos. Concepción. Libro de la
fundación y obra del convento”, años 1621-1662, pág. 35 y 36.
(39) AHPCR,
Protocolos Notariales, Ciudad Real, Cristóbal Rodríguez de Sotomayor, 1677 (18
de julio), folios 274r-276r.
(40) ADCR,
Miguelturra, libro de fundaciones, n.º 507 folios 49r-52r.
(41) AHN, O.M,
Archivo Judicial de Toledo, legajo 48.462, sf. y AHPCR, Protocolos Notariales,
Ciudad Real, Pedro Fernández Moreno, 1680, folios 73r-93r.
(42) AHPCR,
Protocolos Notariales, Miguelturra, Juan García Otero, 1689 (16 de mayo),
folios 83r-84v.
La
iglesia de los mercedarios a finales del siglo XIX, se convertiría en la
Parroquia de Nuestra Señora del Prado (Merced). Vidriera en la ventana de la
fachada con la imagen de la patrona de Ciudad Real
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