La
casa solariega de los Muñoz, se encontraba en la actual Plaza de la
Constitución, que hasta 1931 recibió el nombre de Plaza de los Muñoz. En
concreto la casa se ubicaba en el solar que luego ocupó la antigua audiencia
provincial y actualmente correos
Estos tres factores (apoyo del concejo
de Miguelturra, devoción de los Rodero y premura por cumplir el testamento de
sor Mariana) se unieron y tomaron forma en el año 1680, momento en que sor Ana
Teresa inició las gestiones para obtener las licencias oportunas lo antes
posible. Creyendo hacer lo correcto, siguiendo el criterio de la villa y de los
párrocos de la Asunción de la que dependía la ermita de la Estrella, pidió
permiso al Consejo de Órdenes para llevar a cabo dicha fundación, no haciendo lo
propio con el arzobispo de Toledo. Ese fue su error. El rey, como maestre, dio
su permiso y sor Ana Teresa, acompañada de cuatro o cinco hermanas, se
trasladaron desde la Corte, instalándose en la sacristía de la iglesia, con la
esperanza de unir todos los recursos económicos que habían conseguido, sobre
todo los procedentes de la familia Rodero, e iniciar las obras del convento.
Pero no contaban con la reacción del arzobispo quien, avisado de lo que pasaba
por su vicario de Ciudad Real, se opuso a tal fundación, reclamando sus
derechos jurisdiccionales, otorgados por el Concilio de Trento. Comenzó
entonces un largo y penoso proceso legal, en el trascurso del cual moriría sor
Ana Teresa en Miguelturra, con la incertidumbre del futuro de las monjas que
allí permanecían.
Para desbloquear esta situación fue
determinante la paciente labor desempeñada por don Álvaro, durante siete largos
años, en favor de las monjas mercedarias, convertido en su representante ante
el arzobispo de Toledo, apoyando las gestiones desarrolladas desde el Convento
Mercedario de Santa Bárbara en Madrid. La situación llegó al límite en 1684
cuando las monjas intentaron frenar las pretensiones de Toledo pidiendo ayuda a
Roma. Como era de suponer el arzobispo reaccionó negativamente ordenando a las
mercedarias, en un primer momento, que volvieran al convento de Madrid del que
habían venido y destruyeran lo que hubieran podido construir en la sacristía,
amenazándolas con penas y castigos por su ocupación “clandestina”. Fue entonces
cuando don Álvaro inició hábiles gestiones para evitar el desastre que se avecinaba.
En mayo de 1686 las monjas comprendieron que debían someterse a la voluntad del
arzobispo, pedir perdón y abandonar el convento, desterrándose no a Madrid sino
a un convento de carmelitas descalzas, bien en Ciudad Real, bien en Malagón.
Probablemente por cercanía eligieron el primero.
Mientras tanto don Álvaro, que en
aquellos años ostentaba el cargo de corregidor de la ciudad, conseguía desbloquear
los fondos otorgados en su día para garantizar la construcción del convento y
la manutención de las monjas, requisito indispensable para obtener el favor del
cardenal arzobispo de Toledo. En primer lugar impuso a renta los 22.000 ducados
del testamento de los Rodero (43); después los
5.000 ducados procedentes del juro heredado por la madre sor Mariana del
Santísimo Sacramento sobre las alcabalas de Ciudad Real, garantizando la
operación con su propio patrimonio, que, como puede suponerse, en ese momento
era muy cuantioso (44). Incluso junto
a su esposa María se hicieron cargo de algunas deudas que debían particulares a
las monjas, como los 11.800 reales adeudados por doña Eugenia Muñoz y Velarde (45).
Sus esfuerzos fueron recompensados.
Finalmente el arzobispo Portocarrero aceptó la fundación el 19 de junio de
1687. A partir de este momento el matrimonio Muñoz-Torres continuaría
demostrando su favor a estas monjas, siendo su máximo exponente la fundación en
1705 de una capellanía de 3.000 ducados sobre sus bienes (46).
D.
Álvaro Muñoz también fue protector de la iglesia de Santiago
Además de intervenir en las dos
fundaciones mencionadas, don Álvaro también se convirtió en protector de la
iglesia de Santiago Apóstol de Ciudad Real, de la que era parroquiano. En 1681
el templo presentaba una gran quiebra en su lado norte, existiendo amenaza de
ruina. Para repararlo se necesitaba emprender una costosa obra, que requería
derribar todo el lado de la umbría y volverlo a levantar de nuevo, desde los
cimientos. También sería necesario intervenir en armaduras y tejados, retejar
estos últimos, y levantar una tapia nueva para proteger el cementerio. Por
supuesto la fábrica de la iglesia no disponía de las cantidades suficientes
para iniciar dicha intervención.
Como era lo habitual se mandó tasar el
coste total y repartir su importe entre los interesados en los diezmos. Aun con
todo, la parroquia debía ayudar con lo que pudiera.
Por ello don Álvaro Muñoz y don Juan de
Aguilera Guevara, se comprometieron a velar para que todo el proceso se
desarrollara correctamente, acatando las indicaciones que tuviese a bien hacer
el arzobispado de Toledo, desde donde se mandaría un maestro tasador. Se
obligaban también a buscar un depositario del dinero, y a llevar todas las cuentas
bien claras en un libro de ingresos y gastos. Lo reparado tendría que ser lo suficientemente
sólido, como para perdurar sin necesidad de reparos, por un espacio de treinta
años. Finalmente ambos nobles se comprometieron a que, si la obra se hundía, no
se finalizaba en el plazo previsto, o se veía afectada por cualquier
imprevisto, la terminarían a su costa y riesgo (47).
Dentro de este mismo apartado de
mecenazgo incluimos la fundación de un nuevo pósito para ayuda a los labradores
pobres, realizada el 12 de octubre de 1694 (48).
Esta fundación, cuyos pormenores fueron
muy bien estudiados por Carla Rhan, incluía un total de diez y nueve cláusulas
en las que se indicaba pormenorizadamente las condiciones de los préstamos de
semillas, así como su gestión por parte de un administrador, derechos de
patronos y otros mecanismo de control para evitar fraudes y abusos. El 8 de
octubre de 1696 la dotación inicial se incrementaría con quinientas fanegas más
(Rhan, 1979: 40-41).
Por último, para cerrar este apartado,
citaremos la fundación de una obra pía destinada a costear la crianza de niños
expósitos. Era esta una terrible lacra en aquella época, proliferando las
criaturas huérfanas de tal forma, que el concejo de la ciudad había intentado
tomar medidas de urgencia ya desde 1676 (49). En primer
lugar se optó por pedir limosna entre los vecinos. Al ser este medio del todo
insuficiente, los corregidores terminaron por ceder sus derechos sobre ciertos
ingresos menores (penas leves de justicia) aplicándolos a este fin. Don Álvaro,
ante la inoperancia de todas estas medidas, al final de sus días, tomó cartas
en el asunto y determinó ceder a la ciudad, para que lo aplicara a este fin, el
arrendamiento de unas tierras, unos parrales, dos lagunas, unas casas y una era
que poseía en Alcolea de Calatrava. El dinero debía ser gestionado por una
persona de confianza, rogando a corregidores, regidores y demás cargos públicos
del concejo, que miraran por el bien de esa obra pía, con “celo y caridad” (50).
Casi
toda su vida, D. Álvaro estuvo unido a la Orden de la Merced
4.
LA SOMBRA DEL CABALLERO
Tradicionalmente se ha dicho que don
Álvaro Muñoz de Figueroa murió sin sucesión directa. En 1684 María de Torres,
su esposa, que, según todos los indicios no le había dado ningún heredero,
enfermó, dando poder a su marido para testar en su nombre, aunque no moriría
hasta 1693 (51). En esta
escritura mencionaba a un sobrino, llamado don Gabriel, que había criado en su
casa, al que profesaba un gran afecto. En realidad Juan Gabriel fue hijo
bastardo de don Álvaro, nacido poco antes de 1670 (52). El 12 de
septiembre de 1685 el caballero consiguió legitimizarlo por Real Cédula otorgada
por Carlos II. Su intención, como el mismo reconocerá años después, era que su
hijo pudiera gozar de los beneficios de tal condición, pero con la limitación
de heredar tan solo los bienes que su padre dispusiera en su testamento (53).
Juan Gabriel parecía ser el hijo
modélico que todo padre desea tener, hasta tal punto que decidió tomar los
hábitos como mercedario descalzo, adoptando el nombre de fray Gabriel de la
Concepción, debiendo estudiar en el colegio que la orden poseía en Alcalá de
Henares.
En 1700 desveló su faceta de escritor,
componiendo un sermón panegírico en el que dedicaba unas bellísimas palabras de
agradecimiento a su progenitor, prometiéndole en el futuro otros trabajos de
mayor enjundia (De la Concepción, 1700, sf.). En 1703 fue nombrado comendador
del Convento de Mercedarios Descalzos de Ciudad Real, el favorito de su padre (54). Don Álvaro sin duda no podía pedir
más.
Pero todo se torció. Ese mismo año
nuestro caballero, contra todo pronóstico, anuló la legítima dada a su hijo en
un durísimo documento, limitando su herencia a lo estrictamente necesario,
negándole a él y al convento la posibilidad de reclamar el mayorazgo ni sus
bienes. Dos años después don Álvaro recibió un amargo pago por sus desvelos: su
hijo, un fraile mercedario descalzo lector y calificador del Santo Oficio, le
robó en su propia casa, huyendo con dinero, armas, ropa de cama, vajilla,
cubiertos de plata e incluso un carrocín, dos mulas y tres caballos. Mucho de
lo robado estaba adornado con el escudo familiar... Lo detuvieron en Zaragoza (55). El 21 de febrero de 1706 un edicto de
la Inquisición ordenaba a los frailes mercedarios de Ciudad Real entregar, por
estar incluido en los índices de libros prohibidos, un memorial teológico, racional
y jurídico escrito por fray Gabriel de la Concepción, religioso profeso, predicador,
confesor, lector de artes y teología de la Orden de la Merced (56).
Fray Gabriel de la Concepción continuó
escribiendo, pero en otras disciplinas, y bajo el seudónimo de don Pablo Cecina
Rica y Fergel, publicando en 1718 lo que para muchos es la Biblia de las damas
españolas: la Médula eutropélica calculatoria que enseña a jugar a las damas
con espada y broquel (Cecina, 1718).
Don Álvaro Muñoz Treviño Loaisa Figueroa
Mexía Torres y Aguilera murió el 18 de noviembre de 1710. Su cuerpo fue
enterrado debajo del altar de su iglesia de la Merced, junto a su esposa María.
Todos sus bienes, capellanías, rentas, juros, ganados y esperanzas pasaron
entonces a manos de doña María Catalina de Torres, nieta de su tío don
Fernando, viuda de don Diego Muñoz Molina Gutiérrez de Montalvo y por tanto
nuera de su querido primo y amigo don Diego Muñoz y Molina, la única Muñoz, de
sangre legítima, que podía sobrellevar sobre los hombros el peso de su sombra.
Pilar
Molina Chamizo (Museo de Ciudad Real). II Congreso Nacional Ciudad Real y su
Provincia
D.
Álvaro fue enterrado junto al cuerpo de su esposa, debajo del altar de la
Parroquia de Nuestra Señora del Prado (Merced)
(43) AHPCR, Protocolos Notariales, Ciudad
Real, Francisco de Ochoa, 1686 (14 de junio), folios 80r-81v.
(44) Ibíd., 1686 (12
de julio), folios 68r-73v. y (26 de julio), folios 56r-59r.
(45) Ibíd., 1686 (29
de agosto), folios 63r-67v.
(46) AHPCR,
Protocolos Notariales, Ciudad Real, Pedro Fernández Moreno, 1705 (8 de enero),
folios 6r 10v. y 1706 (6 de abril), folios 104r-105v.
(47) AHPCR,
Protocolos Notariales, Ciudad Real, Francisco Delgado Mexía, 1681 (1 de
octubre), folios 207r-208v.
(48) AHN, Clero,
Ciudad Real, Mercedarios, legajo 1867, sf.
(49) AHPCR,
Protocolos Notariales, Ciudad Real, Cristóbal Rodríguez de Sotomayor, 1676 (27
de febrero), folios 121r-122v.
(50) AHPCR,
Protocolos Notariales, Ciudad Real, Pedro Fernández Moreno, 1706 (6 de
septiembre), folios 211r-213r.
(51) Ibíd., 1684 (27
de septiembre), folios 156r-157r.
(52) ADCR, Ciudad
Real, Santa María del Prado, libro de bautismos, 1663-1690, folio 119r.
(53) AHPCR,
Protocolos Notariales, Ciudad Real, Pedro Fernández Moreno, 1703 (18 de
septiembre), folios 196r-197r.
(54) AHPCR,
Hacienda, Mercedarios, Ciudad Real, libro de visitas (fragmento), siglo XVIII,
folio 42r.
(55) AHPCR,
Protocolos Notariales, Ciudad Real, Pedro Fernández Moreno, 1705 (16 de abril),
folios 96r-97r.
(56) AHPCR,
Hacienda, Mercedarios, Ciudad Real, libro de visitas (fragmento), siglo XVIII,
folios 45r y v.
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