Cuando, concluido el, un tantico,
abrumador trabajo cotidiano, llega la noche, es un placer hundirse en el
silencio austero de la casa. Entonces, a la penumbrosa luz del velón, vienen,
no sé donde por acá y por allá en la soledad sosegada, atropellados,
imprecisos, imperativos, colores opacos, sombras leves…, toda una pululación de
duendecillos caseros –la carcoma, ayudándonos a devorar la hacienda; la
mariposa revoloteadora, fascinada por la luz, que a la muerte va; la monotonía
del reloj: las retorcidas cintas de humo, ascendentes, de la agonía del
cigarrillo… ¡qué sé yo!- que, amistosos, se nos llegan, nos hablan, nos
acarician, nos entretienen, nos alegran o nos acongojan, y atraen, por
incomprensible conjuro, nítido, solemne, “moriñoso” la estampa del lejano
terruño querido para hacernos soñar, ¿desvariar?, ¡no!, cumplir la obligación
de mantener viva, nuestra unión con la madre lejana de nuestros terrones y
verter nuestro amado recuerdo, loco, a trazos de tinta, y lanzarlo a los cuatro
vientos, para que llegue allá y lo sepa, que da consuelo conozcan las madres el
íntimo sentir, alegre o lloroso, necio o cuerdo, pero bueno y limpio, de sus
hijos. Así, sin más trascendencia, nacen los recuerdos, caminan y llegan los
míos.
¿Qué a menudo se pierde en el vacio este anhelo del espíritu? No importa. ¡Cumplida recompensa es poder contar, y cantar, a la madre con piar gorrionero afanoso, pero fuerte y entrañable, y esparcirlo con atolondrado aleteo! Y regusto da si el tiempo decreta, a veces que el gris piar de las locuras de un enamorado, renazca, cuerdo, con policromía galana, en meollos sanos y equilibrados.
Todo esto viene muy a lo cabal y muy a cuento, ahora porque, el día 24 de abril, decía yo en LANZA en un artículo encabezado con el título: “Nuestro Cancionero Popular y Marcos Redondo. (Para el Alcalde Mayor de Ciudad Real)”, lo siguiente:
“Piense, señor regidor mayor, si no
sería eso” –me refería al homenaje campesino que a la Virgen del Prado debía
hacerle La Mancha bailando nuestras danzas ante Ella, al pasar por el
Ayuntamiento el día 15 de agosto- “una bellísima ratificación del nombramiento
de Alcaldesa Perpetua que está esperando la Patrona de la Capital de la
provincia, e incluso de la Región que nos ha sido concedida, ¡y por algo
será!”.
Mis líneas no tuvieron otro eco que, al cabo de unos días, en el número del 1 de mayo de este diario, en la “Crónica municipal”, la cita de que en la “sesión conjunta oficiosa” de los concejales, entre otras cosas, “también se había hablado de nombrar Alcaldesa Honoraria a la Patrona”.
La noticia venia escueta. Sin comentario alguno. Creo saber, por otro lado, hubo razones, que respeto aunque no comparta, para no acordar nada sobre ello.
Y el día 24 de septiembre, a los cinco meses justos de publicadas mis líneas, dice LANZA:
“Ha celebrado junta general ordinaria la Ilustre Hermandad de Nuestra Señora la Santísima Virgen del Prado” y “la directiva lo sugirió y la general lo aprobó por aclamación, que se solicite del Ayuntamiento conceda el título de Alcaldesa Honoraria Perpetua” a la Virgen del Prado.
¡Loado sea Dios! que, a veces, hace renacer, como al principio digo, lo que escribo y ahoga el vacío.
No sé el término que pueda alcanzar ahora, la proposición de dar ese honor a la Patrona. Yo, a lo dicho, ayer, me debo, hoy. Aquí estoy para lo que sea preciso, aunque nada valgo. De cualquier modo, reclamo el derecho de la limosna -¡por amor de Dios!- del recuerdo que cree merecer esta mi pobreza, parda e insignificante, pero a la que, en su soledad, humildemente, pensemos, la casualidad concedió, con anterioridad, la idea y la expresión pública de tan bella sugerencia, como es la de nombrar Alcaldesa Perpetua a la Morena.
Julián Alonso Rodríguez, diario “Lanza” viernes 3 de octubre de 1958
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