Las pinturas murales que Ángel Andrade
ejecutó en la cúpula sobre la escalera principal y en los techos del Salón de
Plenos y la Sala de la Comisión Provincial, supusieron la culminación de lo que
hemos llamado primera operación ornamental del Palacio. Si la ornamentación
arquitectónica caracterizaba al edificio dándole un estilo convenido a su
función, la pintura mural o pintura decorativa, como se definió en la época,
tenía asignada la función de ser “el comentario perpetuo del edificio”. Ángel
Ferrant, uno de los muralistas más relevantes y conocidos del siglo XIX, lo
expresa en su Discurso de ingreso en la Academia de San Fernando: “Es el
complemento obligado de los edificios públicos de carácter monumental y
contribuye poderosamente a fijar su expresión precisando la impresión profunda,
pero necesariamente vaga, que produce la arquitectura reducida a sus propios
recursos, con alusiones claras y directas al objeto a que se destina el
edificio, y a las ideas que presidieron su fundación”. Más adelante precisa aún
más esta función social y sus relaciones con la arquitectura diciendo que no es
solo “la aplicación de este arte divino a la exornación de los edificios, sino
más bien y principalmente la íntima unión y compenetración de sus variados
recursos con los procedimientos peculiares de la arquitectura para la
realización de obras que por su grandeza y majestad, impresionen fuertemente a
las multitudes, procurándoles los más nobles goces de la belleza, y la más
fácil y provechosa enseñanza” (A. Ferrant, Reflexiones sobre la Pintura
Decorativa, Discurso de Ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San
Fernando, Madrid, 1885, p.9)
Las pinturas que ejecuta Andrade en el
Palacio muestran su conocimiento de estas funciones específicas de la pintura
mural que ha de dialogar con el marco arquitectónico y avenirse al decoro
debido. Es aún un pintor académico formado en el estudio de la gran pintura del
pasado clásico y su aventura con el paisaje no ha comenzado apenas en ese
cuadro de El Aniversario premiado en la Exposición Nacional de Bellas Artes.
Además ha visto las grandes decoraciones murales del Renacimiento y Barroco
italianos en su reciente estancia en ese país y, probablemente, desea abordar
el gran reto que suponía para los pintores decimonónicos ejecutar una
composición mural de grandes dimensiones.
Sitúa las pinturas en los espacios
cualificados, disponiéndolas en los lugares preceptivos, aquellos sobre los que
se quiere llamar la atención y estructuralmente no son activos: los techos.
Hace ese comentario del edificio eligiendo como vehículo la alegoría,
ampliamente utilizada y vulgarizada en el siglo XIX, incluso para decorar
edificios menores como puede observarse en la Alegoría del Té con que su
maestro Bussato decoró el techo madrileño café de Fornos. Los temas de
procedencia clásica están ejecutados en un lenguaje academicista, con cierta
suavidad romántica en el dibujo y el color. En el tambor de la cúpula central sitúa
simétricamente, sobre recuadros con fondo dorado, a las Bellas Artes. En eje
con la puerta de entrada, la Arquitectura y la Pintura, en el otro eje, la
Escultura y la Música, todas ellas con sus atributos tradicionales, haciendo
clara referencia al mundo clásico. Constituyen, en primer lugar, la expresión
de la aceptación del magisterio de la Academia, pues son las cuatro secciones
en que esta se divide y, por tanto, de su concepción de las artes y de su papel
de custodia de la tradición clásica. Bellas Artes cobijadas por la cúpula,
donde está representado el cielo surcado por unos putti que juegan con paños y
guirnaldas de rosas, figuras olímpicas que caracterizan el espacio como “templo
civil” de una sociedad donde el Arte y la Belleza, junto con la Historia, se
han elevado a la categoría de nueva religión que profesaba también la
Corporación, culta, amante y mecenas del Arte. Andrade sitúa en el mismo lugar
principal a la Pintura y a la Arquitectura, afirmando su idéntica dignidad, y
les confiere una actitud pensante, reflejo de la naturaleza intelectual, además
de artística, de ambas profesiones.
Frente a la escalera, ya en la planta
noble y sobre la entrada principal está la Sala de Recepciones, originariamente
de la Comisión Provincial. La Comisión Provincial tenía carácter permanente y
estaba formada por miembros de la Corporación elegidos por esta y sus
frecuentes reuniones se desarrollaban generalmente sin asistencia de público.
Se ocupaba de los temas de Ayuntamientos y del orden y gobierno del edificio de
la Diputación. El uso de la sala para reunión frecuente de una parte de los
miembros de la Diputación, la hacía menos solemne que el Salón de Plenos, menos
retórica que la escalera, menos pública o más reservada que ambos espacios. Por
estas razones los decoradores conciben su ornamentación como la del gabinete de
una casa burguesa: con un carácter más reservado y mayores licencias
decorativas. Ello permite a Andrade, prueba de su versatilidad, prescindir de
los temas clásicos universales y abstractos adecuados para las otras salas y
desarrollar un tema más singular de género histórico-literario, destinado a
caracterizar la provincia: una representación en lienzo adherido al techo de la
novela de Cervantes y de sus protagonistas Don Quijote y Sancho Panza y, en
segundo plano, como soñadas, sus principales aventuras. Asunto que pretende
identificar el espíritu manchego en una trasposición del ideal romántico
nacionalista que busca singularizar el gentío de los pueblos. Caráceter
“manchego” del cual participa y era representante la Comisión. La función de la
sala se hace aún más explícita con la decoración heráldica que, simulando
relieves escultóricos, Andrade sitúa alrededor del lienzo del Quijote en la
moldura escocía corrida que une techo y paredes: una representación de la
provincia a través de los escudos de los diez municipios cabeza de partido en
que entonces estaba dividida, flanqueados por grifos los esquinados y por
angelotes los demás. Son las armas de Ciudad Real, Valdepeñas, Daimiel, Almodóvar
del Campo, Puertollano, Almagro, Infantes, Almadén, Manzanares y Piedrabuena.
Sobre la puerta un remate dorado con el escudo de Alfonso X el Sabio flanqueado
por grifos, alusión al periodo histórico de la Restauración en que se construyó
el edificio.
Para el techo del Salón de Plenos, lugar
de reunión del Congreso de los Diputados Provinciales, Andrade elige las
alegorías de la Prudencia, la Justicia, la Fortaleza y la Templanza, virtudes
que deben presidir el ejercicio de la función pública para lograr el buen
gobierno. Esta temática, con una iconografía fijada en el Barroco, se utiliza
con similar simbología en edificios contemporáneos de esta naturaleza, siendo,
por ejemplo, parte de la decoración de una de las salas del Palacio de la
Diputación de Navarra. Dispone las alegorías en tres lienzos adheridos al techo
que subrayan el eje longitudinal del Salón de Plenos, cuyo formato responde al
esquema decorativo de uso más generalizado en el Palacio: un rectángulo
interseccionado por semicírculos de forma cóncava o convexa. En este caso son
cóncavos, dejando entre ellos dos círculos de cuyo centro pendían dos lámparas
también diseñadas por Andrade. En la escocía corrida entre techo y paredes
dispone unas cartelas, en las que, con letras doradas, graba los nombres de
personajes históricos ilustres nacidos en la provincia, cuyas vidas son un
ejemplo a seguir por la también ilustre Corporación. Es en realidad una
operación de “identidad” de la provincia para reclamar su lugar en la Historia,
que se verifica con la apropiación de estos hijos ilustres, asemejándose a la
que comentábamos que se hacía con los artistas.
La pintura del Salón de Plenos, más
solemne que la del resto de los espacios comentados, desarrollaba en definitiva
temas universales alusivos a la función que en él se desempeñaba, con
argumentos fácilmente descifrables para el público, en una clave amable,
elegante y de buen tono, plenamente decimonónica y acorde con el edificio.
Los nombres de los personajes ilustres, con algunos cambios, se transformaron con el tiempo en retratos encargados a pintores pensionados por la Diputación. Los retratos conforman la galería de personajes ilustres que se expone actualmente en la Sala de Recepciones. En el momento de la Construcción del Palacio ya existían, pintados por Samuel Luna los retratos del Cardenal Monescillo y del General Espartero. Entre 1911 y 1918, se encargó a Carlos Vázquez los retratos de Hernán Pérez del Pulgar y San Juan de Ávila, a Andrade, el del General Aguilera y a Alfredo Palmero, el de Bernardo Balbuena. Por último a Juan Bermúdez se le encargó el retrato de Santo Tomás de Villanueva. La Corporación Provincial continuaba directamente la ornamentación del Palacio, a la par que desarrollada su labor de mecenazgo. Por último, presidía el Salón un buen retrato de Alfonso XIII, realizado por Andrade en 1903.
María Luisa Giménez Belmar en “El Palacio Provincial y su Época”. Biblioteca de Autores Manchegos de la Diputación Provincial de Ciudad Real 2018
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