Entre 1985 y 1988 se realiza la última
reforma global del Palacio con objeto de cubrir nuevas necesidades funcionales
y de servicio, adaptar el edificio a las normas vigentes en electricidad,
climatización, telefonía y seguridad, y recuperar su carácter original espacial
y decorativo. La Corporación democrática demandada una sede con instalaciones
modernas y actuales pero que, a la vez, incorpora su carácter
histórico-artístico como valor añadido. Se trataba de rescatar el edificio de
los tiempos oscuros y cerrados recientes, ponerlo en valor y prepararlo para el
ejercicio democrático abriéndolo y devolviéndolo a los ciudadanos como
patrimonio de todos, con mejores instalaciones y servicios y en sus soluciones
originales espaciales y decorativas. Deseaba singularizar de nuevo su poder habitando
un monumento. El cumplimiento de este deseo adquiría gran relieve, al ser el
edificio de Rebollar uno de los escasos inmuebles con valor histórico que
quedaban en pie en la muy deteriorada ciudad, sobre todo por la especulación
urbanística que sufrió en las dos últimas décadas del franquismo.
El Plan de Restauración de 1985-1988 se
vio obstaculizado en su propósito de devolver el edificio a sus soluciones
espaciales y decorativas originales cuando abordó el tratamiento del Salón de
Plenos, lugar del congreso de los diputados provinciales, por la radical
alteración que sufrió el espacio más representativo del Palacio en 1960,
reforzada por el afán de perdurar de las actuaciones.
El Servicio de Arquitectura de la Diputación presentó a la Comisión de Patrimonio Histórico-Artístico en junio de 1985 el proyecto de rehabilitación del Salón de Plenos: recuperación del espacio según diseño primitivo de Rebollar con rehabilitación de la sala de prensa y público abierta al salón con tres palcos y oculta ahora por la pares lateral del mural, ornamentación de los decoradores Andrade y Luna de pilastras, escocia, cornisa y restitución al techo de las alegorías románticas del buen gobierno de Andrade. Estos grandes lienzos alegóricos, decoración original del Salón de Plenos y arrancados por entonces, aparecieron ahora en un cuarto trastero del edificio con grandes deterioros por almacenaje incorrecto y algunas mutilaciones ocasionadas cuando se retiraron del salón. En esa comisión de patrimonio de 1985, uno de los autores de la reforma de 1960, el arquitecto Miguel Fisac, propuso sugerir a la Diputación “la recuperación total estilística de la primitiva solución y que la Diputación encargue al propio artista la dirección del traslado del mural al lugar que reúna las características de dignidad y uso adecuado a la obra”. Muy al contrario, el pintor había enviado a la Diputación un proyecto de remodelación del Salón, consistente en afirmar la presencia del mural con un techo de madera en forma de artesa con iluminación especial y cortinas en la pared de la calle.
El tema se hizo polémico pues derivó a
una especie de confrontación entre dos obras de dos artistas locales que
escamoteaba el verdadero problema, la profunda alteración causada en el espacio
original por la actuación ornamental del 60 que no surgió precisamente con la
voluntad de ser removible, sino más bien inevitable. La Corporación resolvió
dar una solución de compromiso, “ecléctica”, a la situación: la permanencia de
la obra mural y la recuperación –en la medida de lo posible- de la
ornamentación original en los espacios restantes, así como la restitución al
techo de los lienzos alegóricos de Andrade, por obra de una compleja labor de
conservación y restauración que aportaba su montaje en bastidores para
incorporarlos a la cubierta techo y facilitar su desmontaje futuro sin daños,
en vez de adherirlos al techo.
La tensa convivencia de parte de los
elementos de estas dos operaciones decorativas (la original de Andrade y
Rebollar con las alegorías del Buen Gobierno y la de Fisac y Villaseñor con ese
lugar cuasi religioso cerrado y envolvente) crea un ruido que no es sólo
visual, pues provoca la anulación de la eficacia ornamental de ambas actuaciones
tal y como fueron proyectadas y realizadas, cada una coherente con su tiempo
ideológico y estético. Esta extraña mezcla decorativa, subrayada con unas
grandes lámparas que ocultan en parte las pinturas del techo y un pesado
entarimado y robusto mobiliario, no responde a la función de la ornamentación
recogida aquí, como imagen del primer espacio político de la Provincia y
comentario actual de su función, Sin embargo, aumenta su eficacia para la
Historia del Arte, haciendo del salón un punto de singular interés porque
permite explicar y observar a los espectadores que acuden a las visitas
concertadas que se organizan desde entonces, las distintas visiones y estilos
del poder en dos momentos históricos distintos y también preguntarse por qué el
primer espacio político de la provincia carece de su propia imagen actual.
María Luisa Giménez Belmar en “El Palacio Provincial y su Época”. Biblioteca de Autores Manchegos de la Diputación Provincial de Ciudad Real 2018
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