En 1958 la Corporación necesitó
actualizar la imagen de su función como institución de un nuevo tiempo político
y para proyectar esta nueva imagen recurrió, una vez más, a la ornamentación.
La segunda operación ornamental del Palacio se verificó exclusivamente en el
Salón de Plenos –espacio más emblemático del edificio- entre 1959 y 1960. Fue
encargada nuevamente a dos jóvenes artistas de la tierra, ambos con brillante
currículum y cercanos a los círculos oficiales: Miguel Fisac (Daimiel,
1913-Madrid, 2006) y Manuel López Villaseñor (Ciudad Real, 1924-Torrelodones,
1996), arquitecto y pintor, respectivamente. Asistimos con ello, al menos en el
caso de Villaseñor, a la repetición de esa recuperación patrimonial de artistas
por las instituciones que les ayudaron al principio de sus carreras, una vez
que aquellos hubieran conseguido currículum fuera de la provincia.
Tras desestimar los proyectos
solicitados a varias casas de decoración, evidentemente porque no traducían el
carácter deseado por la Corporación, la primera noticia documentada sobre el
tema es una explicación del Presidente de la Diputación, Daniel Aliseda “de las
gestiones que viene realizando con Villaseñor para la pintura y el decorado del
Salón de Sesiones, que desea recoja la época actual y sea eminentemente sobrio”.
El proyecto de reforma de Fisac es de 2 de enero de 1959. En la memoria
descriptiva expresa que “el local está construido a principios de siglo y
dentro del gusto de la época, y ornamentado con pinturas de escaso valor… La
Diputación pretende reconstruirlo con arreglo a las exigencias técnicas y al
gusto estético de nuestro tiempo”, y más adelante: “el proyecto que se presenta
comprende los trabajos de albañilería y los previos para ornamentación…, que
serán completados con una gran pintura al fresco, cortinas y mobiliario”. Prevé
un plazo de ejecución de sesenta días y un presupuesto de 230.818 pesetas.
El proyecto fue aprobado en Pleno de 26
de febrero de 1959. En esta Sesión se acuerda también contratar la decoración
mural del Salón con Manuel López-Villaseñor por importe de 300.000 pesetas. La
argumentación es: “Vistos los informes emitidos por los Señores Camón Aznar y
Lafuente Ferrari, se acuerda facultar ampliamente al Presidente para que pueda
contratar la decoración mural del Salón de Plenos con el pintor manchego Manuel
López-Villaseñor, por su calidad de tal y por haber decorado a plena
satisfacción la Diputación de Zaragoza y el transatlántico Cabo San Roque”. En
sesión de 23 de julio de 1959, se acordó por unanimidad aprobar el expediente
incoado de excepción de las obras del trámite de subasta y concurso. El acta de
recepción de la pintura mural, último de los trabajos de la nueva
ornamentación, data de 26 de septiembre de 1960.
La reforma consistió básicamente en la
construcción de una pared de unos 25 cm de grosor, soporte para la pintura
mural, que se antepuso a las paredes derecha y central del salón adquiriendo
forma cóncava en la intersección de ambas, y en la disposición de un falso
techo de escayola enrasado con el mural. La pared a la calle se cubrió con
cortinas corridas. Las consecuencias de esta intervención radical sobre el
Salón fueron la eliminación funcional del espacio de prensa y público abierto a
esta sala por tres palcos y ahora oculto por el mural, la eliminación visual de
la ornamentación de las paredes pilastras, cornisas, escocías y la retirada del
techo de los lienzos de Andrade.
La modificación transformó el espacio
abierto que era el Salón de Plenos con su eje fachada-diputados-público, en un
espacio basilical cerrado, efecto reforzado por la envolvente e impactante
presencia del mural. Un espacio que está concebido con los presupuestos dinámicos
que Fisac aporta a la arquitectura de este momento, visibles, por ejemplo, en
sus singulares iglesias. El mural de Villaseñor es una pintura de más de 120
m2, ejecutada con una increíble rapidez, ya que en su realización empleó,
escasamente, los meses de verano de 1960. Está concebido en ese lenguaje que
caracteriza la obra del pintor en los años cincuenta y sesenta, que empleó
también en la decoración de la Diputación de Zaragoza, el transatlántico de los
Ibarra o la obra La duda de Santo Tomás (primera medalla en la Exposición de
Arte Sacro de Zaragoza de 1958). Es un código lingüístico lanzado como
propuesta de modernidad que también utilizaron otros muralistas como Francisco
Baños, y que muestra claras influencias del arte oficial musoliniano como
intento de arte nuevo ante la inoperancia de los lenguajes de las Exposiciones
Nacionales, influencias recibidas por el pintor durante su estancia en la
Academia Española de Bellas Artes en Roma (1949-1952). Comentando obras del
autor pertenecientes a esa época –quizá la más singular de su actividad
artística-, Gabriel Ureña define su lenguaje como “esquematismo monumentalista,
escenográfico, lineal y místico, que aplicará para pintar desolados paisajes
españoles y fisonomías angulosas de campesinos con ascendencia carpetovetónica”.
La obra mural se titula Vida, Trabajo y
Cultura en la Provincia. En el panel frontal, destinado a la glorificación de
la historia de la provincia como metáfora del presente, elabora temas
existentes en la ornamentación anterior del Salón como alguno de los personajes
ilustres: San Juan de Ávila asistido por ángeles que le inspiran la escritura
de la reforma del clero que “ha de calmar las impaciencia de un mundo en plena
subversión teológicas”, Diego de Almagro, que hace participe a La Mancha de la
conquista del Nuevo Mundo; Don Quijote y Dulcinea, ejemplo del amor ideal. En
el centro de la composición, flaqueado por musulmanes y judíos, está representado
el pueblo cristiano a través de los Maestres de las Órdenes Militares que
rodean a Santo Tomás de Villanueva, quien cobija, bajo su hábito episcopal que
recuerda a alguna arquitectura religiosa del momento, a una maternidad y, en el
plano real, al sillón presidencial. Esta representación del pueblo cristiano
sería “el espíritu de la reconquista espiritual en la Edad Media” y anuncia
claramente la estrecha relación Iglesia Católica-Estado del periodo franquista.
En el muro derecho antepuso a los palcos que se abrían a la original sala de prensa y público, presenta una exaltación del trabajo agrícola, ganadero y minero de la provincia. En el centro de la composición, la recia y ascética familia campesina de varias generaciones, ligada a la tierra, cuyos personajes “no son famélicos, sino magros; están más curtidos por la penitencia y el trabajo que por el gozo de algún festín carnal”.
María Luisa Giménez Belmar en “El Palacio Provincial y su Época”. Biblioteca de Autores Manchegos de la Diputación Provincial de Ciudad Real 2018
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