Como reiterada costumbre, el pueblo lo llama El Prado, sin más. Su tendencia a la economía de palabras evita lo de “Paseo de” y deja su denominación en su expresión primigenia. Término con el sabor y entrañamiento que en mil ochenta y ocho, los habitantes de Pozuelo Seco le daban. Desde aquel25 de mayo, en que la imagen de la Virgen, quiso quedarse en la futura Ciudad Real, hasta hoy, existe una historia que nunca se podrá escribir. Leyendas; hechos, sobrenaturales o no, pero prodigiosos; amores; odios, por qué no decirlo o al menos, disputas y guerras de familias y razas; fantasías y realidades concretas. En fin, todo cuanto la vida posee de vida y muerte, están aquí, entre jardines -recuerdo un verso del poeta Jorge Guillén que, a otro respecto, dice: «Tiempo en profundidad: está en jardines». Naturalmente el poeta se refiere- al tiempo, que, a la postre, es de cuanto vengo hablando- y árboles sabios con techas «que son nombres», en sus viejos troncos como parábolas, también, de tiempo.
Recuerdo El Prado en los años cincuenta, lugar de encuentro de estudiantes de Bachillerato y de aquellos de la ya desaparecida norma de maestros, compañeros de aquellos años: Julio Moraga, José Fuentes, Santos Valderrama, Paco Jiménez, Teresa de la Gama, hermanas Cinca, hermanas Reinoso, Toní... tantos y tantas, ayer chicas y hoy mujeres que ya ni me conocen. Una gran nevada había extendido su frío y blanco manto sobre Ciudad Real -¿lo recordáis, viejos amigos?-. El Prado se tornó festero y alegre entre bolas de nieve preñadas de juventud y amores nacidos en palabras apenas dichas. Por la ventana del Camarín, la Señora del Prado se asomaba, discreta y recatada, aunque un punto curiosa.
Desde aquel día de San Urbano, El Prado, con su Virgen de carita morena como las del sur, ha sido lugar de fiesta: aquel primer vocero de la Virgen, el anciano Blas, mítico, que compusiera las primeras manchegas, que su hijo Antón cantara a la Patrona. Mazantini: "La Patrona del Prado ya está en la calle» hasta estas fechas en que se prepara el noveno centenario de su aparición, Ciudad Real, al margen de ideas y creencias, se une alrededor del templo catedralicio, cuya torre pétrea y austera y rotunda como un «amén» a esa oración de novecientos años, preside el conjunto y que Vicente Martín, con mano maestra, ha sabido plasmar en el cartel anunciador. Porque para el pintor los elementos de la composición: la Catedral, al fondo a la derecha; la Virgen flotando como paloma que quiso ser, mantiene un equilibrio perfecto y son eso: medios, elementos como el color, el pincel o el dibujo para el armónico cosmos creado por Vicente.
Y es que el mancheguismo es esa especie de sentido recóndito que, a través de leyendas, historias y dichos, capta un «aquél» que Ciudad Real tiene, velado por la niebla de los siglos, más real, sin embargo, que la misma realidad, más sugestivo que el hecho frío, preciso y-razonable de la historia, adobo, por otra parte, y ornamento de la vida y alimento espiritual que impulsa a todos á asomarse cada tarde, cuando las dos luces se unen en un punto, a la ventana del camarín para ver a su Señora.
En Sevilla, en la iglesia barroca de El Salvador, entrando por la puerta del patio donde la tarde del Domingo de Ramos, se reúnen los hermanos de la Cofradía del Amor, hay una capilla dedicada a la Virgen del Prado. Claro -que no se trata de la Nuestra, pero uno no puede evitar detenerse ante la imagen y dejar fruir el sentimiento hacia otros tiempos y otros sitios.
Esto es, en definitiva, vivir: recordar, emocionarse y no perder la capacidad de asombro, como si todo fuera nuevo o tornara una y mil veces a comenzar, ¿semejante a los cangilones de las viejas noria? que sacan el agua de lo profundo y, de uno en otro, con generosidad la derramen en un acto sencillo y natural. O como ese “así sea” de la torre al aire de los tiempos de ayer, de hoy y de siempre.
Francisco Mena Cantero. Diario
Lanza, “Conversaciones en el Pilar”, sábado 6 de junio de 1987
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