Entre sales y soles marismeños, gaditanos,
leí el artículo sobre los corrales de comedias de Ciudad Real publicado por Don
Emilio, en LANZA, cuando caducaba 1952, y pensé si yo podría ser tan
afortunado, con mis papelotes –no puedo calificarlos de archivo, sinónimo de
ordenación— que pusiera un pequeñín grado de arena al empeño de situar él o los
teatros existentes en nuestra ciudad en épocas pretéritas.
Son varias las notas que poseo sobre
Rafael Barahona, y fui a ellas. Me falló Fortuna, pues no localizan el
emplazamiento del coliseo, aun cuando lo citan, añadiendo muchas otras noticias
relacionadas con Barahona y de interés sobre nuestro pasado. Allá van. Léelas,
si te apetecen. Discúlpame si no.
Relatan la divertida vida de nuestros
antecesores, por el 1782, “con muchas tertulias y muchas músicas” donde
cantaban seguidillas Marotillo; Facundo, el Mariscal de los Carabineros; los
dos hijos jóvenes del comerciante don José Malete; Serapio, el de Manzanares, y
el “astrólogo don Joaquín Bernal que alborotaba a todos los seguidilleros”, y,
al final, consignan:
“También en esta era actuaban las Comedias
de la famosa Compañía de Calderón. Por el mal tiempo de frío, las ejecutaron en
el granero de Antonio Plaza, y un coliseo que hizo don Rafael Barahona le
estrenó la dicha compañía en año de 1779”.
El domicilio y taller de Barahona se
emplazan en las primeras casas de la calle de Alarcos, a mano izquierda, según
se entra por el Pilar. Quizá, por las señas, donde está el Teatro Cervantes.
¿Levantaría Barahona su corral de comedias en su propia casa naturalmente fría,
por estar orientada a la umbría, y de ahí el hecho de recurrir Calderón, en el
“mal tiempo de frío” –en invierno--, al cubierto granero de Plaza y, en
consecuencia, dejando el corral para las representaciones de verano?
Es chocante exista en nuestros días, en ese mismo lugar, un teatro no hace muchos años llamado “de Verano”, según recordareis.
Por otro lado, lo divertido de nuestra
ciudad en aquella época abona la suposición de varios corrales de
representaciones y diversiones. La situación excéntrica de algunos implicaría
su desaparición, en el correr de los años como en los nuestros, ocurrió al
primitivo Teatro Cervantes –donde la selecta Sociedad la Concordia celebraba
sus famosos bailes— derribado para, sobre su solar, levantar la casa de Correos
y Telégrafos actual. Desaparecerían algunos –digo—destinándose a otros usos,
pero sin demolerse, y así pudieron guardar, hasta hoy, huellas de su pasado,
como los citados por don Emilio.
El mejor emplazado, el de Barahona sufriendo sucesivas adaptaciones o reedificaciones, para acomodarse a nuevas necesidades y comodidades exigidas por la farándula, perdería totalmente la traza de sus características primitivas y, ¿pudo haber llegado a nuestros días con el alusivo nombre de “Teatro de Verano” hasta heredar el de “Cervantes”, una vez desaparecida el que lo ostentaba y era vecino frontero de la Diputación.
Los eruditos y entendidos, discurran y descubran la verdad y quédame yo, hasta ese momento, con mi ocurrencia atrevida, sin duda pero no inverosímil, sobre el origen del Teatro Cervantes de la calle de Alarcos.
Hablemos, ahora, de nuestro paisano—en
Ciudad Real nació—Rafael Barahona, como relojero de la ciudad, y hagamos, de
paso, un poco de historia. Bien vendrá conocer algunas cosas viejas de nuestro
pueblo:
No sabemos si hasta 1797 conservó la torre
de Santiago su gallardo y original estado: Torreón almenado, al cual debe
volverse por la belleza de la torre más antigua de Ciudad Real y por exactitud
arquitectónica de su estilo inicial, quizá anterior a la llegada de Alfonso X.
Lo que si podemos consignar, se regentaba la Parroquia, en estas fechas, por
don Sebastián de Almenara y que, ese año, “se había sacado alguna piedra de la
cantera dentro de muralla, inmediata a la puerta de Calatrava, para hacer la cornisa
de la torre”, y que en el verano de 1798 ó 1799, la torre estrenó chapitel con
linterna y balconcillo y todo el faldón emplomado mandados hacer, por el
párroco, al maestro Jerónimo Armilla. “La cruz la hizo Josef Muñoz de Morales,
excelente profesor de armería”.
Precisamente, “el 24 de febrero de 1800
concluido el reloj fabricado por un hijo de esta ciudad, don Rafael Barahona y
puesto en el chapitel de la parroquial del señor San Pedro Apóstol y el que
tenía antiguo la ciudad—allí colocado—lo dio a la parroquial del señor San
Tiago, el Cebedeo, Apóstol y lo pusieron en el flamante chapitel, donde este
“reloj viejo anduvo algunos años”. Lo fabricó el citado Muñoz de Morales como
asegura el texto que dice: “En 1793, bajo orden del señor intendente don
Vicente Domínguez, para la composición del reloj que hizo el armero Josef Muñoz
de Morales, se hizo en la torre del señor San Pedro un cañón de ladrillo para
las pesas”.
Curioso sería hallar la marca de Muñoz de
Morales en el reloj de Santiago, parado otra vez, desde 1936, y descubrir la de
Barahona en alguna pieza del reloj de San Pedro, rehecho en fecha reciente.
“Después, de bien entrado el XIX porque se
llovía el chapitel y se pudrieron algunas maderas, el párroco, entonces, señor
don Juan Muñoz de Canteras, lo mandó derribar y crearlo de nuevo sin linterna,
con empizarrado en el faldón”, que se derrumba y arruina en estas calendas
dejando a la vista su maderamen descarnado, guarida de palomas fabricantes de
buena palomina.
Así ya acabado el chapitel sustituto del
mandado hacer por Almenara quien también debió ser el ordenador del famoso
desaguisado de cubrir el hermoso artesonado de la nave central del templo que
tanto urge descubrir y sanear con tino, con muchísimo tino, pues su deterioro
aumenta cada día para vergüenza de nuestro acerbo artístico, bien mermado por
cierto y por incuria. ¡Gran obra para inmortalizar a las primeras autoridades
eclesiástica y civil de Ciudad Real!
Volvamos a lo nuestro, que nos fuimos muy
largo, pero no fuera de camino. Barahona el fundador de teatros y relojero de
la ciudad, fracasó al construir un arte de achicar agua.
Atended:
Tanto había llovido en los meses de
septiembre a diciembre de 1802 que….Pero, como es muy curioso el lance, y harto
y dilatada la narración y, al final, muy fatigados habíamos de quedar tú,
lector, si aún me sigues y yo, copista, ¡quédese el episodio para otro día!
Hasta pronto.
Julián Alonso Rodríguez. Diario
Lanza, jueves 29 de enero de 1953
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