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viernes, 29 de septiembre de 2017

¡“CASA DE LA TORRECILLA”!


 
La desaparecida Casa de la Torrecilla

Duelo dá, amiga “casica de la torrecilla”, ver desbaratarse, hasta venirse al suelo, los más destacados edificios del secular patrimonio urbano nuestro, modesto sí, pero con carácter, y todo para que, en sus solares, levantes otros, “del día”, habiendo sitios, vírgenes, en la ciudad, donde quedarían, perfectamente, sin profanar lo antañon. Pues, es lo cierto, que, en general, carecen de originalidad y de tradición y semejan uniformes de munición, postizos, mal copiados, sin alma en su quiero y no puedo y seguidores de vientos de importación, que ora vienen cúbicos y feos de la Europa central, o muy a lo “plástico” y a lo “nylon”, si los trae la moda de allende el Océano, o saturados de meridional ladrillo, imitado sobre ladrillo enlucido, o…, aquí donde lo que nos va bien, ¡lo nuestro!, es la recia cuarcita manchega y las cales y el barro y el buen ladrillo, ladrillo, y la buena teja, teja, de arcilla roja, cocida, y capaces de llamar la atención general cuando, diestramente, se combinan como ocurrió con pabellón de la Feria del Campo pasada.

¡Dá mucha vergüenza y pena esas vergonzosas demoliciones y esos sucesores, engendros inartísticos, que, al presente, amenazan tu longeva y serena belleza! ¿Verdad, “casica de la torrecilla”?

¿Qué cómo te caes no existe otro remedio que fenecer, e, incluso, por las buenas, empujarte un tantico para aligerar tu fin? ¡Peregrina conformidad la tuya! Porque yo siempre creí que, precisamente, cuando se tropieza o cae, es el momento oportuno para sostener y levantar. Pero ahora dudo y no acierto comprender si estoy en la razón o lo está esa teoría, expedita, sencilla, cómoda; ni como no se les ha ocurrido seguirla aún a quienes, en larga fila de años, evitando están que las grietas profundas, que las aguas de los antiguos “caños” hicieron en los cimientos del Teatro Real, rematen en abrirlo como una granada. Terminó su ciclo “vital”, pudieron decir, y quedarse tan tranquilos mirando la escombrera.

Y así se pudo hacer con el Pilar de Zaragoza, socavado por el Ebro, y señalar: En este lugar posó, en carne mortal, la Virgen, y se levantó un templo… pero culminó su vida y lo tiramos, y después construimos esta colosal nave-garaje con ladrillos huecos, que algunos llaman “casas prefabricadas para los ratones”. Vean, vean que útil y capaz es este garaje modernísimo. ¡No carece de nada!

Aleación de locos y necios, me parece –no sé- ese cúmulo de sabios y técnicos, pendientes de la inclinación progresiva de la torre de Pisa, que se pasan la vida haciendo cálculos, planos, fotos meticulosas, análisis minuciosos y mediciones milímetro a milímetro y grado a grado, para mantenerla en pie, asegurar su estabilidad y poderla reconstruir, exactamente, si las veleidades del suelo dan al traste con ella, cuando es ley fatal que ha de caducar, y sobre su solar podían abrirse pingües negocios de flamantes cafeterías y repulidos cines.

¿A quiénes se les ocurre constituirse en grupo de amigos de los castillos medievales, tan lejana como quedó la fecha en que su vida era eficaz? ¿Y esos locales que sueñan con la restauración de los molinos de viento tan inservibles y antieconómicos hoy, edad de las grandes fábricas?

 
La Casa de la Torrecilla vista desde la calle Ruiz Morote con la antigua cárcel de la Santa Hermandad. Si no se hubieran demolido ambas edificaciones, hoy habría un conjunto monumental rodeando la iglesia de San Pedro y no los feos y antiestéticos edificios que se levantaron en sus solares

-¿Qué tú eres modesta, casica amiga, y todos esos otros son señorones edificios de alcurnia? Pues, para nosotros, vales como castillo roquero, porque una crucecita de coral, con remates de plata, tanto o más, supone, en la hacienda de un pegujalero, que flamante diadema, empedrada de pedrería fina, en cabeza de duquesa, y que torre del homenaje encaramada en loma soberbia.

¿Qué te estás derrumbando por vieja, o por las causas que sean, repites? Pues, ahora, insistimos, es cuando hay que levantarte. ¡Pobres de los ancianos con tan curiosas ideas! y gran crueldad si viéndolos impotentes en su senectud y colmados de trabajos en bien nuestro, nos cruzamos de manos ante sus necesidades, con tan cómoda filosofía, para verlos caer en la nada si no es que los zarandeamos un poquito para acelerar el batacazo definitivo y, con urgencia, llamamos al volquete de la basura.

¿Qué te parece, casa de la torrecilla? ¿Callas? Pues, si así haces, con amarga y humilde resignación, los que bien te queremos, como bella y preciada piedra añeja engarzada en el novísimo y futuro ajuar ciudadano, gritaremos, para que nos oigan quienes deben oír, y no son sordos, que tienes derecho de pervivencia y es obligación de todos, consolidarte, restaurarte, ¡salvarte!, redimirte, y si tal no hicieran que aguanten, y no se quejen, cuando, por esos campos de Dios, califiquen despectivamente a la capital, que tanto perdió en lo que va de siglo por indiferencias lamentables y alegrías frías, heladas.

Y creeremos estar en lo cierto mientras, por vieja, por “de mode”, no derrumben su plaza mayor los almagreños, y tiren su torreón los bolañeros, y en grava del eaino no conviertan los malagoneros la piedra donde se sentaba Santa Teresa, la fundadora, y los de Tomelloso no acuerden el derribo, tomándolo por pegote y caserón viejo y anacrónico, del bonito edificio que llena uno de los costados de su plaza, y hasta que Argamasilla de Alba no macice su cueva de Medrano, y Fuencaliente no mande picapedreros a roer figuras pre-históricas de Peñaescrita, y Criptana mantenga esos molinos de viento que aún le quedan, y no caigan el palacio del Viso y la plaza de Infantes, con la fachada de su iglesia parroquial, y… ¡Ah! Nuestra puerta de Toledo ¿qué hace ahí entorpeciendo la carretera dá entrada a la ciudad? ¡Abajo el torreón del Alcazar! Que ¿para qué sirve, en pleno siglo XX, lo que hace siete era para integrarte del real alcázar y tanto trabajo costó redimir hace tres años?

Fresca está la tinta que, en la Prensa diaria, nos daba cuenta, estos días de las obras de consolidación, sin reparar en el coste, del arco de Medinaceli que, por quebrantamiento de sus cimientos, amenaza ruina. Como contraste, bochornoso, recordemos: Piedra a piedra, transportaron a la América yanqui, y allí lo han reedificado, piedra a piedra también un rancio monasterio español. Las rejas de la catedral vallisoletana se vendieron -¿Cómo chatarra?- a “los americanos” y la colocaron en un museo de su nación.

 
D. Julián Alonso Rodríguez fue Cronista Oficial de Ciudad Real y gran defensor de la historia y patrimonio de nuestra ciudad, y a quien nunca se le ha hecho justicia en Ciudad Real

Bien, muy plausible ha de parecer a todos, cuando se realice el acuerdo, que se cuece, de dejar visible, hasta el ábside, toda la fachada del mediodía de San Pedro, orlándola con jardines continuación de los que hay; pero vergonzosa sería la demolición, frente por frente, de la casa más típica, vieja de tres o cuatro siglos, y de saber, que nos queda en Ciudad Real. Y eso sin pensar en el sustituto.

Señor gobernador civil de Ciudad Real, señor presidente de la Diputación de la provincia, señor alcalde de su capital, “la casa de la torrecilla”, frontera a San Pedro, en el arranque de la señorial calle Dorada, cueste lo que cueste y si no queremos renegar del pasado, al que debemos agradecimiento de hijos, tiene que pervivir por obligación, por finura espiritual, para que no maldigan de nosotros los que nos sucedan y los ajenos. Con rendimiento humildoso os sea pedido y con alteza de reconocimiento agradecido. ¡Salvad, con emoción romántica y altruista, la “casa de la torrecilla”! Pronto. ¡Que no desaparezca!

Si con pan se hace el soma humano con eso, ingrávido, que se llama belleza, recuerdo, pleitesía al pasado, vive y se conforta su espíritu. Y con alma y cuerpo, en esplendorosa unción, el hombre crea los pueblos y la Historia. ¡Y la Historia se levanta tanto con megalitos, como con pequeñines granos de arena: como la “casica de la torrecilla”!

Julián Alonso Rodríguez. Diario “Lanza”, miércoles 18 de junio de 1958, página 2.

 
La Casa de la Torrecilla vista desde la calle Ruiz Morote

jueves, 28 de septiembre de 2017

LA CASA MÁS ANTIGUA DE CIUDAD REAL NO PUEDE DESAPARECER


 
La Casa de la Torrecilla se encontraba en el inicio de la calle General Rey, esquina con Ruiz Morote

Con el estímulo de no sé qué efluvios magnéticos… de atracción... desconocidos, se despertó, en la neurona precisa de mi meollo, el recuerdo de un paisaje castizo, urbano y secular, de mi tierra.

Había traspasado el arco de la Estrella, que se abre al costado de los recios muros del torreón cacereño de Abu-Jacob; habíame adelantado en el barrio antiguo, tan orgullosamente conservado y mostrado al forastero, y, sin darme cuenta, en la plaza eclesiástico-castrense de Santa María me hallaba cuando a mi memoria vino ese trocito ciudarrealeño que tiene  por centro la iglesia de San Pedro.

San Pedro, rodeado, en tiempos, por alto cementerio,  -con unos olmos-, con arideces de huesas, removidas, trilladas, pisoteadas. Y aquí, cerca, separada por angosta calle, la estremecedora fachada de la cárcel de la Santa Hermandad Real y Vieja. Y, allá, las solariegas mansiones blasonadas, que inician la calle de la Mata. Y el achaflanado, interesante, pórtico del esquinazo de la calle de Ballesteros con la de la Palma, donde dos donceles dan guarda a la nobleza de un escudo. Acá, la casa-hospitalillo del siglo XVII, o del XVI, -la casa más antigua y gustosa que nos queda en la capital- con su torrecilla, cuadrangular, de ladrillo, colocada donde, en ángulo recto, divergen la calle Ballesteros, de tan sugeridor nombre, y la muy señorial Dorada. Y, en frente, otra mansión a la cual una desdichada reforma cambió los huecos, aunque -¡menos mal!- conservó parte de la hermosa rejería.

Pasear por este paraje de Ciudad Real era un encanto, y se colmaba si al interior del templo se pasaba para mirar la mejicana, guapota, maternal, Virgen de la Guía metida en templete barroco que se dotó, hace siglos, con el producto de una corrida de toros, y rezar ante el realismo doloroso del Nazareno, que del convento de Santo Domingo trajeron la centuria pasada, y admirar el antiquísimo Crucificado del Perdón, y buscar el sepulcro de doña Buena, y postrarse ante el rico y alabastrino retablo de la capilla del Chantre de Coca, a la vera de su sepulcro con severa estatua yacente, y deleitarse, en la
Misma capilla, con un lienzo que si no fue Murillo mereció serlo quien representó a él a la Sagrada Familia Nazaretana. ¡Solamente pasear bajo las bóvedas de San Pedro ya era un regalo!

Pero, la crueldad de una guerra y el mal gusto de estos últimos treinta años, se han propuesto, por lo visto, minuciosamente, dar al traste con  aquel encanto y consumar el desastre hasta las heces, como si tuvieran empeño en que las generaciones venideras no claven un merecido e infamante “inri” vergonzoso.

Porque, hoy, si bien es verdad que flores y verdura han convertido en jardín el cementerio, ocultando arideces macabras, no es menos cierto que, desdichadamente, han fenecido los Cristos y la Señora de la Guía; mutilado  quedó el enterramiento del Chantre y desposeído está el retablo de virgencita titular de él; adosaron en los muros de las naves un desmesurado Vía Crucis trianero, anacrónico;  solaron la vetusta santa mansión con injuriosos y modernísimos pequeñitos baldosines hidráulicos, hexagonales. Y, fuera, en el lugar de la cárcel se eleva el moderno edificio de la Delegación  de Hacienda en detonante contraste con el bellísimo rosetón gótico y la gótico-románica puerta del Perdón, fronteros, del templo. ¡Con lo bien que estaría el edificio de Hacienda en otro lugar más apropiado emplazamiento! ¡Con el encantador conjunto que formaría la fachada de San Pedro frente a la cárcel, si se hubiera conservado, restaurada en su exterior y redimida en su interior!

 
Durante muchos años la Casa de la Torrecilla fue lugar de residencia del párroco de San Pedro

¡El verano pasado, estaba casi en su totalidad, tirada la casa del escudo flanqueado por heraldos!

¡Paso a paso, con firmeza digna de mejor empleo, todo el evocador conjunto de este rinconcito va desapareciendo! Pero –me dije- ¡aunque apuntalada, aun luce su silueta, bien ambientada, elegante, femenina, plurisecular, histórica, “la casa de la torrecilla”, que hospitalillo fue donde investigó don Inocente Hervás y trabajó don Emiliano, y que, en las siestas, esparcía el artesano repiqueteo de los bolillos de una almohadilla almagreña meneados en la semioscuridad, fresca, del portal!

Ahora, aquí, junto a encajes de espumas de agua marinera, gaditana, me llega la mala nueva: ¡ La casa de ladrillo, del siglo XVII por lo menos; la de la torrecilla airosa, femenina… va a ser vendida o demolida –o las dos cosas- para levantar sobre su solar, o en otro próximo, en la calle Ballesteros, un coruscante edificio cual nuevo ballestazo en el costado parroquial!

Y ¿por qué?

“Dicen” amenaza ruina inminente, y a varias causas achacan estos sus duelos y quebrantos: a lo deleznable de los materiales con que fue construida -¡al cabo de los siglos!-; a quedar descarnados sus cimientos al rebajar, sin preveerlo, el suelo de la calle Dorada en obras de pavimentación recientes; a perder el aguante que el edificio vecino, derruido, le proporcionaba…

Sea cual fuere la causa, lo importante, ahora, es redimirla. No puede, no debe caer sobre Ciudad Real la mancha de dejar perecer esa casa antigua sin par. Por decoro, por nuestro buen nombre, por ornato público, ¡por finura espiritual! ¡por respeto y amor al pasado!

Cómprenla el Ayuntamiento o la Diputación. El coste de la adquisición y de la consolidación adecuada: sin parches, remiendos, ni cales, no desequilibraría sus presupuestos.

Y ¿para qué sirviría? “No solo de pan vive el hombre”. Para algo valdría: archivo, depósito, romántico museíto local o provincial… ¡Para algo, o para nada! ¿Vacía? ¡Mejor!, que así la llenaría, colmándola, desabordándola, el espíritu del pasado, que un rinconcito, por derecho propio, reclama, en el presente y para el futuro, donde recrearse deleitándonos.

Señor alcalde mayor, Ciudad Real pide, rendido, esperanzado, pero firme, el indulto de esa casa cual piedra chiquita, pero secular y brillante que engarzada en él, embellezca su urbanismo. ¡Qué vergüenza, para todos, si en el solar que dejara naciera un edificio exótico, de mogollón, de pan mascado, como otros!

Señor presidente de la Diputación Provincial, rendidamente, sentimentalmente, confiado, esperanzado, firme, os pide Ciudad Real la humilde y bienoliente florecilla de “la casa de la torrecilla”, ¡única de secularidad manifiesta, y bien llevada, que nos queda ya! para que la añadáis al espléndido brazado de amapolas vistosas y claveles fastuosos, que habéis compuesto con el monumental edificio del Palacio Provincial; el hospital modelo y granjas, y escuelas, y carreteras, y caminos vecinales, y casas para funcionarios… y la plaza de toros.

¡Señor presidente de la Diputación, señor alcalde mayor, dad a Ciudad Real para siempre, pues lo merece, esa alegría!... y, beneméritos, con la gratitud de los ciudarrealeños, y por esa galanura culta, ¡sentidla vosotros!

Julián Alonso Rodríguez. Diario Lanza, sábado 19 de abril de 1958, página 4.

 
Edificio que sustituyó a la Casa de la Torrecilla