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miércoles, 13 de septiembre de 2017

RECORRIENDO EL PRIMER TRAMO DE LA CALLE RUIZ MOROTE: LA CARCEL DE LA SANTA HERMANDAD, HOY DELEGACIÓN DE HACIENDA (I)


 
Portada de la antigua cárcel de la Santa Hermandad, posteriormente Prisión Provincial, frente a la puerta del perdón de la parroquia de San Pedro, hoy Delegación de Hacienda

Continuando el recorrido que iniciamos ayer de la calle Ruiz Morote, nos encontramos la actual Delegación de Hacienda, levantada en los años cincuenta del pasado siglo, sobre el solar de la cárcel de la Santa de Hermandad del siglo XV. La Santa Hermandad fue una corporación de tipo policial compuesta por grupos de gente armada, pagados por los concejos municipales, para perseguir a los criminales y garantizar la seguridad de los caminos. En Ciudad Real se creó en 1302, fue refundida por los Reyes Católicos en 1476 con el nombre de Real Hermandad General, desde entonces se conocería a la Santa Hermandad de Talavera, Toledo y Ciudad Real como la “Santa Real Hermandad Vieja. El Papa Celestino V le concedió el Titulo de Santa, pasando a llamarse Santa Real Hermandad de Vieja de Toledo, Talavera y Ciudad Real. Fue extinguida en 1834 y su cárcel se encontraba como ya he dicho en la calle Ruiz Morote, frente a la puerta del Perdón de la parroquia de San Pedro.

El lunes 8 de octubre de 1906, el diario local “Diario de la Mancha”, publicaba en su portada una descripción de la desaparecida cárcel, que nos da una idea de cómo era ese establecimiento penitenciario. La descripción de la vieja cárcel de la Santa Hermandad se publicó bajo el titulo “Una visita a la Cárcel” y decía lo siguiente:

“El Presidente de la Audiencia Territorial de Albacete, ha ordenado al juez de instrucción de esta capital y su partido, cumpliendo recientes instrucciones del ministerio de Gracia y Justicia, que le informe acerca de las condiciones de seguridad e higiene, que ofrece la cárcel de esta capital.

Grandes esfuerzos de imaginación y de continencia de estilo, apartándose totalmente de la realidad, tendrá que hacer el juez al cumplir el mandato de su superior jerárquico, para que a este no se le antoje hiperbólico en grado extraordinario y hecho con miras interesadas de justo mejoramiento, cuando el digno funcionario consultado diga sobre el particular.

¿Condiciones de higiene y seguridad de nuestra cárcel?

Absolutamente ningunas.

 
Ordenanzas de la extinguida Santa Hermandad Vieja de Ciudad Real

El ánimo más esforzado y varonil sale hondamente impresionado de su visita, aun contando de antemano con mucho de lo que ha de ver. El presidio español, que tan admirablemente describiera Cervantes en la cárcel sevillana, ha llegado hasta el día y tiene un ejemplar, corregido y aumentado, en todos los pueblos. No han echado raíces los consejos y doctrinas sembrados en El Visitador del Preso por aquella insigne sociología que se llamó Concepción Arenal.

¿Queréis convenceros de lo que digo? Pues acompañadme un momento en mi visita a la cárcel.

El jefe accidental, D. Victoriano Sánchez Izquierdo y el vigilante D. Juan Vicente Calvo, nos esperan deferentes con exquisita cortesía y amabilidad en un cuartucho ahumado, con una reja a la calle, que llaman la sala de vigilancia, cuyo suelo tiene varios agujeros, las escuchas amueblada con un armario desvencijado, en el que se custodia la documentación de la cárcel, una mesa, un sillón, dos sillas de anea, propiedad de los empleados, y un arcaico banco de madera trasladado allí desde la sacristía, a la que pertenece. Franqueada una reja que hay en la habitación frente a la ventana de la calle y precedidos de un recluso de confianza, que lleva un gran manojo de llaves, penetramos en la prisión, verdadero laberinto para el que la pisa vez primera: pasillos angostos, subidas y bajadas sin cuento, departamentos aquí y acullá, pierde uno al salir el perfecto recuerdo de lo que ha visto y su exacta distribución.

Por eso iremos describiendo los diversos departamentos en el orden que acudan a la memoria.

La enfermería.

En la dependencia que más triste impresión produce y la que más alto proclama la usencia de toda higiene.

Una habitación reducidísima, con el sitio preciso para albergar dos miserables camas y un armario que contiene el botiquín, es la dedicada al dolor físico de los que ya padecen la tortura moral de la prisión. Y esto es desde que ha poco regaló las dos camas un alma caritativa. Antes, ni eso poco y malo había; pero el conflicto para el jefe de la cárcel surge cada vez que ocupa aquellas fementidas camas un enfermero, sobre todo si es de una enfermedad contagiosa, como ha ocurrido recientemente con un tuberculoso. Como el presupuesto para extraordinarios de la cárcel es de 200 pesetas anuales, cuando llega un caso de estos no hay un céntimo disponible para el lavado y desinfección de ropas, ni para picar y blanquear las paredes. Sin la extremada limpieza de suelos y enseres que, como si de cosa propia se tratara, verifican con solícito cuidado en este departamento y en todos los de la cárcel los empleados de la misma, no podría entrarse en ella sin tomar antes serias medidas preventivas.

 
Escudo de la Santa Hermandad

Los dormitorios- Los calabozos- Las cocinas- El departamento de mujeres

Cuadras, creo que llaman en las cárceles españolas a los dormitorios, expresando así con propiedad que a sus forzados huéspedes se les trata en ellas como a bestias y no como a personas.

Están en el piso alto. Se sabe que son dormitorios porque lo advierte el empleado, no porque los ojos tropiecen con un mal camastro siquiera. De la pared penden liados los petates, una esterilla y una colchoneta de las dimensiones de un cuadradillo, sobre los cuales duerme su sueño la dura necesidad. Y menos mal si el aire penetrase allí con sus efluvios vivificantes: una pequeña ventana es el respiradero que tiene una habitación destinada al albergue de muchos hombres.

Pero las cuadras son salas regias comparadas con los calabozos, que se encuentran a uno y otro lado de los muros de los patios. Angostos, húmedos, muy húmedos, chorreando agua, cerrados con doble puerta una interior y otra exterior, la luz y el aire deben huir horrorizados de las estrechas rendijas que les brindan paso al través de aquellas. Sobre los poyos adosados a sus paredes tienen que encontrar también el descanso varios hombres que apenas pueden rebullirse, regularmente estirados.

Hay algo, sin embargo, en cuadras y calabozos, peor que la falta de luz y ventilación: El zambullo, el cubo de madera, retrete de noche de los penados, que encarece más la ya viciada atmósfera a pesar de la cal que contiene.

Cada patio tiene su cocina, en la que el preso se guisa lo que compra, con los sesenta céntimos que le pasan diariamente.

Las cocinas, lóbregas, oscuras y húmedas, están en punto a higiene, en las mismas condiciones que los calabozos.

El departamento de las mujeres es lo peor de la cárcel. ¡Cuántos palomares son mejores! La indiferencia y el menosprecio inspirados por el falso concepto de la inferioridad de la mujer, se prolonga hasta este triste lugar.

No quiero dejar de ofrecer a la curiosidad del lector antes de pasar adelante, dos pensamientos escritos en las paredes de los dormitorios.

 
El Obispo-Prior, D. Remigio Gandásegui y Gorrochátegui visitando la cárcel en 1913. Revista “Vida Manchega”, número 63, jueves 19 de junio de 1913

Dice uno:

“La lengua de los deshonestos, maldicientes y blasfemos, daría mejor resultado arrancada de raíz y comida de los perros que expedita en boca de algunos hombres, porque vale cincuenta veces más un hombre mudo que el que con su lengua sacrílega daña y envenena los oídos de los demás”.

Dice otro:

“Dios nos ha dado dos oídos y una sola lengua para indicarnos que tenemos que oír mucho y hablar poco”.

Los patios

Es la única nota alegre de la casa. Son tres: uno, el primero, el que no tiene fácil comunicación con las paredes de las casas inmediatas, destinado a los presos de consideración; otro, el del pozo, separado de las casas vecinas por bajos y débiles tapiales, dedicado a los condenados con penas leves y a los micos, como se les llama en el argot presidiario a los delincuentes jóvenes, y el tercero, mucho más reducido que los anteriores, que sirve de antesala al departamento de mujeres.

Amplios y bien soleados, en los dos primeros patios esparcen su ánimo los penados durante el día.

Allí los vimos, aparentemente tranquilos, como si nada amargase su vida, conservando unos, leyendo otros y ocupados algunos en la preparación de la comida.

A nuestra presencia todos callaron y saludaron afables.

El arte de Balzac para penetrar en el espíritu, en la esencia, en el alma de las personas y las cosas, hubiera hecho maravillas ente la contemplación de aquel cuadro enigmático.

El sentenciado a muerte Tomás Mora Delgado leía sonriente y sereno un número del Heraldo de Madrid al capitán de los secuestradores de Almodóvar, Bruno Ruiz. Esta observación me trajo a la memoria la idea de si la lectura de crímenes y robos en los periódicos ejercerá cierta especie de contagio en estos espíritus instintivamente predispuestos al mal, como se ha sostenido varias veces en la prensa de todos los matices, meditando sobre la conveniencia de no extremar la información en esa clase de sucesos, principalmente por lo que a los protagonistas se refiere.

 
Fiesta en la antigua cárcel. Revista “Vida Manchega”, número 255, 10 de julio de 1920

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