El control policial,
instaurado a raíz de las revueltas y movimientos obreros de principios del
siglo XX, derivó en Ciudad Real en la creación de un “documento excepcional y
único”, el plano-censo de 1925 que ofrece una radiografía sin igual de la
capital de hace 100 años y un sinfín de curiosidades: Como que había más
prostíbulos que bares (12 frente a siete documentados) o la importancia del
patrimonio religioso, con una veintena de edificios dedicados a conventos,
iglesias e instituciones de beneficencia.
La desaparición de los
prostíbulos de la ‘almendra’ de la ciudad es uno de los cambios más palpables
respecto a la capital de hace un siglo. El plano-censo de 1925 identificaba 12
casas de prostitución ‘intramuros’, siendo el entorno de lo que hoy es la calle
La Palma (en El Torreón) el epicentro de ‘la noche ciudadrealeña’. Aquí se
concentran burdeles como ‘Luciano’, ‘La Constanza’, ‘La Juanita’, ‘La Palmira’
o ‘La Juanona’. Otros en calles aledañas eran ‘La Angelita’, ‘La Estrella’ o
‘La Sara’.
En la zona se producían
frecuentes altercados, lo que llevó al gobernador del momento a cerrar las
casas de alterne. La decisión provocó una gran controversia en la prensa.
Mientras el más conservador ‘Pueblo Manchego’ abogaba por poner freno y primar
el orden público, la revista satírica ‘Pero Grullo’ se lamentaba de que se
privara de sus derechos a las personas que “se ganaban la vida con
procedimientos legales”. Aunque el plano concentra en este área la mayoría de
los lupanares, había muchos más repartidos por diferentes calles con nombres
tales como ‘La Codorniz’, ‘La Cantaleja’, ‘La Mari’ o ‘La Bollera’.
Frente a la desaparición
del ‘barrio rojo’, la conservación del patrimonio religioso, el que mejor ha
sobrevivido hasta la época actual, pese a alguna sonada pérdida como la del
Convento de las Dominicas. Construido en la calle Altagracia, se constituyó como
monasterio en 1435. Cinco siglos después, cuando se realiza el plano, su
deterioro era grande y había sufrido varios derrumbes. Con todo, las monjas
permanecieron en él hasta 1969. Un año después se derribó, salvándose
únicamente su portada, que en ahora se ubica en la rotonda de la Puerta del
Carmen. En la parte superior, flanqueando a la Virgen, destacan dos perros que
representan “ser fiel a dios y defender su doctrina como un can”.
Aún se conservan la
Catedral del Prado, las iglesias de Santiago, San Pedro y la Merced, la Ermita
de los Remedios, y los conventos de la Merced, Carmelitas (en la Plaza del
Carmen), Concepcionistas (congregación de franciscanas, más conocido como
Convento de las Terreras, adquirido en 2023 por el Ayuntamiento y actualmente
en rehabilitación), y Siervas de Santa María (por la Plaza de San Francisco).
Pervive también el Palacio Episcopal, de la calle Caballeros, que ahora alberga
en parte el Museo Diocesano, o el Asilo de Ancianos, hoy Colegio de los
Marianistas.
La compañía mariana llegó
a la Ciudad Real en 1916 a instancias del Obispado que había recibido una gran
herencia a la muerte de Concepción Medrano. Parte de estos fondos se destinaron
a la construcción de un instituto en la actual calle La Mata, al que poco
después se incorporaría Carlos Eraña, figura clave de la educación
ciudadrealeña. En 1928, los Marianistas se trasladaron al antiguo asilo, donde
continúa la comunidad.
Otras instituciones
educativas que permanecen inalteradas son el Colegio de San José, en la calle
Calatrava desde su apertura en septiembre de 1889, y el Colegio de
Ferroviarios, inaugurado en septiembre de 1924, en el entorno del Parque
Gasset, como centro de enseñanza para las familias ferroviarias, con
instrucción primaria, educación para adultos, corte y confección y preparación
para fogoneros y factores del ferrocarril.
Ciudad Real hace 100 años
contaba, además, con tres instituciones educativas de grado superior: El
Instituto General Técnico, que se ubicaba en el Convento de la Merced, vacío
tras la desamortización de Mendizábal, y donde se impartía multitud de disciplinas,
además, de albergar en su azotea el primer observatorio meteorológico de Ciudad
Real y la Biblioteca Provincial, dotada entonces con 9.000 volúmenes. La
Academia General de Enseñanza, una institución privada que formaba también para
el acceso a la Academia Militar y contaba con salones de estudio, aula magna,
museo escolar, enfermería, comedor y dormitorio, para los alumnos de fuera de
la capital. Y la Escuela de Artes y Oficios, constituida en 1911. Ubicada en la
calle La Mata, destacaba por el taller de metalurgia, enfocado a los obreros
ferroviarios, y el taller de encajes para mujeres. La institución tenía “gran
predicamento entre la ciudadanía” y ya por entonces contaba con 240 alumnos.
Información y delineación
Toda esta información, y
mucha otra, tuvo como germen la mente policial de Martín Sofí Heredia. La
elaboración del plano-censo fue impulsada por el jefe de Inspección y
Vigilancia de Ciudad Real y, por tanto, máxima autoridad policial de la
provincia. Natural de Zaragoza, llegó a la capital en abril de 1924, imbuido
del espíritu de la Comisaría de Barcelona donde había trabajado y de donde sacó
la idea de tan inestimable documento.
Al poco de instalarse,
Sofí empezó a pensar en procurarse “la mejor información posible para
controlar, desde el principio, el orden público”. Apenas pasado el verano de su
llegada, sacó a cinco de sus colaboradores -el secretario policial, dos agentes
y dos aspirantes- a la calle para que recopilarán casa por casa y local por
local los datos de sus habitantes y propietarios. Realizando un trabajo
ímprobo, en poco más de cuatro meses habían registrado toda la información.
El siguiente paso fue
contactar con Andrés Ruiz Arche. El ciudadrealeño, que contaba entonces 24 años
y era delineante del Catastro, además de profesor de la Escuela de Artes y
Oficios, fue el encargado de plasmar los datos sobre un papel de 1,30×1,50 metros.
El plano-censo incluía información en 16 capas de colores diferentes que
identificaban los principales estamentos, labores y personalidades de Ciudad
Real.
La historia de estos dos
hombres, Sofí y Ruiz Arche, ha quedado unida más allá de su colaboración
profesional. Ambos permanecen ligados para la eternidad al compartir ubicación
en el cementerio de Ciudad Real. Curiosamente, sus tumbas distan apenas cinco
metros la una de la otra, a pesar de la gran diferencia de años que separan sus
defunciones. Sofí murió de forma repentida en 1927, a la temprana edad de 43
años, mientras que Arche fue enterrado en 1968, 41 años después.



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