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martes, 8 de junio de 2021

EL PRET-ÁPORTER DESPLAZA EL ARTE TRADICIONAL DEL SASTRE

 



La sastrería tiene sus épocas y sus crisis. En la actualidad, en pleno siglo XX, no cabe duda que la obra artesanal que realiza el sastre va encaminada hacia su fin. «No hay mucha demanda, no es un gran negocio, lo tenemos por la tradición más que por el dinero que comporta», dice Alfredo Muñoz, dueño de la sastrería que lleva su mismo nombre. La creciente aparición del preta-porter, su gran aceptación por el público Y la falta de oficiales, son los ingredientes que día a día van mermando una tradición acuñada hace muchas décadas, la clientela suelen ser hombres de mediana edad y muy pocas mujeres.

La sastrería ha sido y es una obra de ingeniería que utiliza como procedimiento habitual el artesano. Primeramente se toman las debidas medidas al individuo interesado. Según José Luis Ruiz Muñoz, encargado de la sastrería que lleva su mismo nombre «se comienza haciendo un estudio del cuerpo». Posteriormente se pone sobre la mesa la tela y el cortador dibuja al cliente y, como consecuencia, se le hace la primera prueba. De nuevo, pasa otra vez a la mesa y se afina -se modela y se acopia a la figura del hombre-. Se producen nuevas pruebas, surgiendo de las mismas los últimos retoques que darán el visto bueno de la prenda en cuestión. Por último, se ponen las mangas y se realiza el planchado. Toda esta labor está acompañada de gran arte y una gran maestría por parte del sastre, «una prenda, por ejemplo una chaqueta, lleva al menos 88.000 puntadas a mano», dice José Luis Ruiz Muñoz. El rendimiento medio al hacer una prenda de mangas es de ocho horas entre dos o tres personas.

Una profesión

«Nací en ella: Empecé a trabajar a los 16 años, después de haber trabajado en una oficina», comenta Marcelino Roldán, sastre de «Alfredo Muñoz». Este hombre de 61 años de edad es un amante de su profesión, para él no ha habido título alguno «yo soy sastre practicante, mis títulos son mis manos». Estuvo cuatro años de su vida trabajando en una fábrica de confección en Daimiel, pero el trabajo en cadena no era lo suyo, allí tuvo 30 ó 40 chicas a su cargo «de las cuales sólo había tres que sabían hacer un traje, pero nada más». Finalmente se aburrió de estar allí y se dedicó a la sastrería íntegramente «en la fábrica estaba ocho horas con una sierra, no era nada creativo». Según el dueño de esta sastrería, Marcelino Roldán es uno de los últimos baluartes que quedan dentro de este oficio. Este amante del arte alterna su oficio con el placer de la partida diaria de dominó. «Mi profesión es mi delirio, todo me lo enseñó mi padre y mi voluntad».

Juan Isunza Expósito, sastre de «Puerta del Sol», a tan sólo ocho meses de su jubilación, empezó a los 14 años su andadura por el mundo de las telas, agujas y puntadas. Natural de Torralba de Calatrava pasó por varios avatares de la vida –se casó, estuvo 7 ó 8 años en Madrid- para volver de nuevo a Torralba en el año 1962. «Me jubilo en 8 meses," y estoy cansado. Hasta en la mili estuve en la sastrería».

José Luis Ruiz Muñoz, más joven que los anteriores, se dedica a la sastrería por tradición, anteriormente pertenecía a su padre. Según él este es un negocio que no da dinero pero es muy bonito y merece la pena seguir con él.


Edificio de la calle Toledo ya desaparecido, en cuyos bajos estuvo “Sastrería Alfredo”



Calidad

El tipo de tela que normalmente utiliza el sastre suele ser de buena calidad, si no no merecería la pena echar tanto trabajo y dinero en una pieza. La buena calidad también contribuye a la hora de adaptar una tela a un cuerpo «la configuración del hombre español todavía no es perfecta», dice Alfredo Muñoz, suele ser caído de hombros, gordito, cortito y no muy alto, punto en el que suelen coincidir los diversos sastres aquí tratados-. Para Marcelino Roldán, la constitución perfecta es la del hombre alemán «en el -año 69 estábamos en un 30 por ciento de acuerdo en la talla que se debe de usar. Pero no todo está en la tela, sino también en el estilo de la persona que se pone esa prenda, José Luis Ruiz Muñoz, hace mucho hincapié en este detalle así como en los complementos que acompañan al atuendo, la conjunción de todos estos puntos hacen que una prenda sea merecedora de cualquier cuerpo. Otro aspecto a tener en cuenta es el precio, unido irremediablemente a la calidad; una prenda de sastre suele oscilar entre 20.000 y 40.000 pesetas, dependiendo también de la hechura ya que no es lo mismo vestir, por ejemplo, a un cojo o con cualquier otro defecto, que a una persona con un talle perfecto.

Clientela

De las tres sastrerías existentes en Ciudad Real, dos de ellas cosen para particulares, concretamente la de José Luis y la de la Puerta del Sol, sin embargo la de Alfredo Muñoz se dedica casi íntegramente a la confección de trajes para centros oficiales, así como las togas para los abogados y algunos particulares. Suelen ser de todas las edades «aunque la gente mayor está más acostumbrada. Hoy la gente joven no se viste con elegancia», comenta Alfredo Muñoz. Trajes de gala de coronel de la Guardia Civil, de teniente coronel del Ejército, de teniente de aviación, son los distintos trajes que se vislumbran en el entorno de esta sastrería. De clientes de paso define Juan Isunza Expósito a su clientela. Para José Luis Díaz Muñoz ocurre más o menos lo mismo, cuenta los clientes de toda la vida, aunque siempre hay algún caso de excepción. El sector femenino pasa con mucha menor frecuencia por las dependencias del sastre.

No es un negocio muy rentable, por este motivo los tres han tenido que abrir otros negocios que compaginan con el oficio de sastre, ya que éste con el tiempo desaparecerá, aunque a algunos les cuesta asumirlo, este es el caso de Marcelino Roldán que dice que «no desaparecerá, quedará siempre el sastre auténtico». El resto, sin embargo, asume su desaparición en cuanto se jubilen los pocos que en la actualidad quedan porque no hay gente joven que quiera aprender este oficio. El problema es que es un aprendizaje un poco lento «es un oficio muy duro y de muchos años», dice Marcelino Roldán. Los tres coinciden en la idea de que es el Gobierno el que se debería de preocupar de que este arte no desapareciera pagando a unos aprendices «porque la gente joven en cuanto empieza a trabajar hay que pagarle y en Ciudad Real no hay sastrería de categoría para eso», dice Juan Isunza Expósito.

Diario “Lanza” 10 de noviembre de 1989


Marcelino Roldán, sastre de “Sastrería Alfredo”


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