Sobre el caso más relevante, el del obispo
Narciso Estenaga Echevarría, beatificado en 2007, disponemos de una monografía
de 188 páginas escrita por don Francisco del Campo Real, Delegado Diocesano
para Las Causas de los Santos desde 2001, en la que lo retrata junto a otros
diez diocesanos mártires: su capellán Julio Melgar y los otros tres sacerdotes
beatificados, el laico Álvaro Cejudo, y los cinco lasalianos de Santa Cruz de
Mudela. Estos textos –salvo los referidos a los lasalianos- están disponibles
en la tienda Kindle de Amazon.
Como datos más relevantes de la vida del
obispo, entresaco de lo publicado por don Francisco del Campo Real, que tenía
53 años en el momento de su muerte, ya que había nacido en Logroño en 1882.
Vuelta su madre viuda a Vitoria, al quedar huérfano con 11 años ingresó en el
seminario de Aguirre para niños pobres, tutelado por las Siervas de Jesús, que
lo trasladaron a Toledo -acogido al colegio de huérfanos de la Inmaculada, obra
del beato Joaquín de la Madrid, martirizado el 27 de julio de 1936-, donde se
ordenó sacerdote en 1907. Pronto fue nombrado canónigo y en 1922 elegido obispo
de Ciudad Real. A mediados de julio de 1936, algunos amigos le ofrecieron salir
de la ciudad, a lo que el obispo contestó: “mi puesto está aquí”. Lo mismo dijo
empezada la guerra.
El 5 de agosto, un grupo de milicianos
registró el obispado, y Estenaga defendió el sagrario frente a una eventual
profanación. En un momento dado amenazaron con matarle y él dijo: “matadme”,
pero no lo hicieron. El 12 de agosto lo echaron de su residencia, y permaneció
con una familia amiga hasta el 22, en compañía de su capellán, Julio Melgar, de
36 años, que con 10 había ingresado en el seminario de Valladolid y conoció
allí al futuro obispo de Ciudad Real, que lo ordenó sacerdote en 1924 y lo
nombró su secretario.
Pasados diez días, los milicianos
asaltaron la casa donde les acogían, y se los llevaron sin que opusieran
resistencia. En las cercanías de Peralvillo del Monte, a orillas del Guadiana y
a ocho kilómetros de Ciudad Real, los fusilaron. Al día siguiente sus cadáveres
fueron vistos por un testigo, que los reconoció. Llevados al depósito del
cementerio, los colocaron en dos sencillas cajas de madera y los trasportaron a
la sepultura del Cabildo, donde quedaron hasta 1940.
La consulta de la documentación de la
causa general me permite exponer la posibilidad de que el martirio de Estenaga
no tuviera lugar el 22 de agosto de 1936, como hasta ahora se ha mantenido,
sino el 23. Dos documentos aportan esta fecha. El primero es el llamado Estado
1 del ayuntamiento de Ciudad Real (folio 12 del expediente 1 del legajo 1027) y
el segundo es el relato de uno de los testigos (en el legajo 1033, expediente
3, folios 192 y 193), tomado de las páginas 203 y siguientes del libro titulado La
Virgen del Prado a través de la Historia, publicado en 1940 por José Balcázar y
Sabariegos, después de mencionar que don Julio Melgar “rechazando la libertad
que le ofrecían, quiso quedarse al lado de su señor”:
Parecía natural que después de lo
ocurrido hubiese quedado en paz [el obispo], que por nadie volviera a
ser molestado. Nada más lejos de esta verdad. Era táctica de aquellos
monstruos. Mientras se les daba dinero y había posibilidad de obtener más,
olvidaban el asesinato, pero cuando se convencían de que eran inútiles sus intentos
de atraco, lo quitaban de en medio. Un refinamiento de nefalismo. El día 22,
Octava de la Virgen, lo pasó el Señor Estenaga muy preocupado. Por la noche
rogó a la niña María del Prado Sánchez Izquierdo que pidiera por él, “que lo
veía todo muy negro”. Todos estos datos y fechas me los ha proporcionado mi
distinguida camarada María Teresa Sánchez-Izquierdo, Delegada de la Sección
Femenina de FET y de las JONS e hija de D. Saturnino Sánchez Izquierdo, que
presenció el martirio sufrido por el Sr. Estenaga hasta que salió de su casa en
la mañana del 23 en que fue asesinado. Madrugó más que de ordinario. Dijo misa
y sus corazonadas se cumplieron. A las diez y media, dos coches con milicianos
ocuparon las puertas de la casa. El que se detuvo en la calle de la Azucena
llevaba dinamita para volar la casa si no se entregaba al Prelado. Los que
entraron por la calle del Camarín reclamaron su presencia.
La familia de Sánchez Izquierdo hizo lo posible para evitarlo; forcejearon todos durante 35 minutos y, cuando ya iban a volar el edificio, acertó a pasar por la calle uno de los jefes marxistas y, enterado del propósito, exclamó: “quietos. Todo menos eso, ¿no comprendéis que esta casa es una fortaleza y nos puede ser muy útil?” Y logró que desistieran de sus diabólicas intenciones.
A todo esto, aumentó el escándalo de los milicianos que había dentro; daban en las puertas con las culatas de sus pistolas, proferían denuestos y blasfemias, hasta que por fin, salió de sus habitaciones el Sr. Estenaga diciendo: “Sea lo que Dios quiera. Vamos donde queráis”, y bendiciendo a la familia de Sánchez Izquierdo que, llorosa, le despedía, montó en el coche con su buen familiar.
Fuente: https://martires.centroeu.com/martirio-narciso-estenaga-la-revolucion-ciudad-real/
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