A
Julián Alonso y a “Camilo Segre” en justa correspondencia.
Alboreaba el siglo XVII. Allá en la
nueva España que conquistara Hernán Cortes, ejercía el Virreinato, a nombre de
S. M. Felipe III, don Luis de Velasco, marques de Salinas, de grata
recordación. Y era secretario del Virrey un ciudarrealeño ilustre, don Juan de
Villaseca, a quienes apenas conocemos sus paisanos.
¡Buen cargo el de Virrey, en aquellos
años áureos de la España imperial y colonizadora! Y tampoco sería cosa
despreciable llegar a “secretario del Virrey”, como este nuestro Juan de
Villaseca, que hizo fortuna en tierras mejicanas.
¿Qué motivos le impusieron a su
esplendida donación. Los ignoramos en absoluto. Pero el caso que Juan de
Villaseca se acordó de su patria chica, del Ciudad Real de sus amores, y de su
Patrona la Stma. Virgen del Prado “y determinó gastar 10.000 ducados en costear
un retablo mayor para la iglesia”, como nos dice el ilustre cronista Ramírez de
Arellano. Todo lo puntualizó meticulosamente –en lo artístico y en lo
económico- el generoso donante. Son curiosas sus disposiciones en tal sentido,
aquilatando hasta los menores detalles. Y disculpable su intransigencia
exclusivista en costear íntegramente la obra “porque es mi voluntad –decía- que
el retablo se haga de los dichos diez mil ducados míos, y que nadie ayude a la
costa porque no se pueda decir en tiempo alguno que se hizo con dineros ni
socorros de otras personas ni que otro que yo puso en la fábrica de dicho
retablo cosa alguna”.
(¡Quien había de decir al buen Villaseca
que andando los años, y los siglos, sería necesaria otra desinteresada,
aportación para contemplar el retablo mutilado!)
GIRALDO DE MERLO
Gran escultor este extranjero, italiano
o portugués, que como tantos otros, encontró en la España de los Austrias –es
obligado aquí el recuerdo del Greco, pues también Giraldo de Merlo se avecino
en Toledo –amplio campo para mostrar sus cualidades de artista-.
El retablo de nuestra iglesia del Prado
es obra más que suficiente para acreditarle de excelso. La estirpe de los
Formet y Berruguete, que llenaron de imágenes y relieves los retablos de las
iglesias aragonesas y castellanas, se prolonga con dignidad en Giraldo de
Merlo, extranjero españolizado hasta el tuétano que nos dejó esta magnifico
retablo de Ciudad Real y el de análoga valía del Monasterio de Guadalupe.
Si acaso, cabría achacar a Merlo escasa
iniciativa y originalidad en la concepción de sus obras, pues la traza del
retablo de nuestra Catedral vino impuesta desde Méjico por el donante y firmada
por Andrés de la Concha; y la de Guadalupe, es del maestro Nicolás de Vergara
el Mozo y presenta notables analogías con el nuestro, ejecutado por cierto
pocos años antes. Pero es sabido que el escultor, muchas veces antes y ahora,
no puede dejar libre su inspiración, sino atenerse a la caprichosa rigidez del
encargo. Solamente a los geniales se les deja hacer su voluntad. Y nuestro
Giraldo tenía, si la docilidad del buen artista, pero no la rebeldía del genio.
Nueva
imagen de San José del retablo catedralicio obra de los escultores Rausell y
Llorens (Archivo López de la Franca)
EL
RETABLO
No es necesaria una detallada
descripción que por otra parte, puede encontrar fácilmente el lector aficionado
en la obra “Al derredor de la Virgen del Prado” del cronista Ramírez de
Arellano, antes aludido.
El influjo renacentista aparece en los
cuatro órdenes –dórico, jónico, corintio y compuesto, uno menos que el famoso
tratado vitrubiano- de los cuatro cuerpos del retablo. Pero ya se vislumbran
ciertos detalles del barroquismo que alcanzará su plenitud años después.
Los altorrelieves son magníficos, todos
ellos, y muy singularmente el que representa la Anunciación: composición
ajustada, talla perfecta y entonada policromía. En esta última labor colaboró
con Merlo su cuñado Juan Haesten y, cuando ya iba la obra más que mediada, la
continuaron los pintores y doradores Cristóbal y Pedro Ruiz de Elvira, vecinos
de Manzanares.
En nichos u hornacinas simétricas se
colocaron las figuras de los Apóstoles, excepto a los lados de la imagen de
Nuestra Sra. del Prado, en los que estaban las de San Juan Bautista a la
izquierda y San José a la derecha. Y en la parte superior, con el gran
Crucifijo, las estatuas de los evangelistas.
Conjunto grandioso cuya tasación casi
duplico la cantidad presupuestada. Ciudad Real, tan pobre en materia artística,
podía enorgullecerse justamente de esta obra que sirve de digno complemento a
la valentía arquitectónica de la única nave de su Catedral.
No siempre fueron acertadas las pequeñas
reformas posteriores. Pero entre los ciudarrealeños, tan ajenos –con muy
elogiosas excepciones- a estas cuestiones histórico-artísticas, apenas
levantaron contadas protestas. Es más: hasta en una famosa y popularizada
Enciclopedia aparece la fotografía de nuestro retablo y al pie se dice con
garrafal confusión, que es el de la Catedral de Ciudad Rodrigo. Pero aquí no
consta que don Luis Barreda, eximio poeta de grata memoria, pidió de los editores
la corrección oportuna.
RESTAURACIÓN
Y pasó el vendaval destructor de la
guerra.
Los modernos iconoclastas, que no
respetaron a la Virgencita morena del Prado, venerada por siglos, dejaron
despiadadamente mutilado el retablo de nuestra Catedral. El fondo de las
hornacinas mostraba la madera sin dorar, porque habían caído las imágenes.
Trabajosamente se atendía a otras perentorias restauraciones, mientras aquellos
nichos vacios, expuestos a la contemplación de los fieles, no recordaban con
muda elocuencia la inútil destrucción.
Hasta que gracias a la magnificencia de
nuestro Gobernador civil se completara el retablo. Don Jacobo Roldán –segundo
Juan de Villaseca- hace ahora donación de las imágenes que faltan. En estos
días han quedado instaladas en sus hornacinas las de otros dos Apóstoles, obra
del imaginero levantino Rausell. Sus dorados tan recientes, brillan todavía con
nuevos reflejos. Luego, al pasar los años la pátina del tiempo los igualará con
el oro apagado de las columnas clásicas.
La restauración del retablo del Giraldo
de Merlo, con los debidos asesoramientos artísticos y lógico respeto a la
primitiva traza, es una obra casi acabada. Todos debemos agradecer la
generosidad y cariño que el Gobernador, el Obispo y el Cabildo Prioral han puesto
en la empresa.
Y en estos días otras multitudes, ante
imágenes materialmente distintas pero idénticas en su fervoroso simbolismo,
rezan las mismas oraciones de hace siglos.
Que así de inconmovibles y firmes son
los principios de la iglesia.
Juan
de la Mancha. Diario “Lanza”, jueves 19 de agosto de 1948, páginas 3 y 4.
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