En no lejana fecha, hube de acompañar a
un matrimonio forastero para mostrarle lo que queda, -¡lo que nos van dejando!-
de añejo e interesante de añejo e interesante en nuestro antiguo recinto
amurallado, y no fueron livianos mis apuros para salir airoso de tan dura prueba,
pues no es cosa de poca monta la incompetencia del guía, unida al desastre de
lo que aún puede enseñarse -y de lo que no puede ocultarse-, máxime si el
visitante viene borracho de belleza bebida, a jarrillas, en lugares tan
cuidados con su pasado como Toledo, Segovia, Ávila...
Veníamos de la Plaza Mayor; donde les
había leído lo que sobre su historia y secular torería divulgué en Lanza
el 3
de agosto de 1955. Llegamos a la
calle Reyes, donde nos fue concedido asomarnos a un balcón de ella, frontero al
imafronte catedralicio, para mal apreciar, desde lo alto, lo que desde la
calle, frente a frente, debía enseñarse con orgullo, si no lo velara una tapieja de ladrillo absurda y vergonzosa
para tan rancio templo. Oculta, nada menos, la puerta principal del Prado,
Iglesia Catedral del Obispado Priorato de las Cuatro Órdenes Militares.
Dio,
en tiempos remotos, entrada a los fieles por la calle de Reyes, pero
interceptada quedó por el coro colocado, tras ella, a los pies del templo. Sin
embargo, algunas veces se abría y así
ocurrió el 19 de abril de
1860 en que a las cinco de la tarde y ante la persistente sequía sacaran
a la Virgen del Prado en procesión de rogativas y siguiera una larga carrera en
la cual estaba incluido el espacio que, fuera de las murallas, existe entre la
puerta de Toledo, por donde, hacia la izquierda, salió al campo, y la del
Carmen ingreso en la ciudad. La Patrona llegó a su casa a las nueve de la
noche.
En el dintel de mi memoria existe el
recuerdo de ver accidentalmente franca la puerta del Perdón de Santa María
cuando las desdichadas obras de primeros de siglo. Después, cerrada, se
admiraba al exterior, tras reja. Pero hace poco, al reintegrarse el coro a los
pies de la nave desde el altar mayor (donde lo llevaron cuando las obras
citadas) arrancaron la reja y con ella celaron el coro y, para librar de
injurias la parte externa de la puerta del Perdón, desprotegida, no se tuvo
acuerdo más infeliz que ocultarla a la contemplación con la mentada tapieja,
indecorosa, que une los dos contrafuertes que la enmarcan.
En el balcón frontero asomados (según os
decía) leí a mis amigos visitantes "de pe a pa", la descripción que
hace Ramírez de Arellano en uno de sus trabajos, y entrecomillo:
"Esta portada, último resto de la
primitiva iglesia, es de las postrimerías del XIII o primeros del XIV. Tiene un
arco apuntado, otros dos, resaltados con ligeras reminiscencias del arte
bizantino. Es muy probable que haya cambiado de sitio, porque en ella se ve
claramente que ha sido desguazada y vuelta a montar y tal vez lo fuera en el
mismo lugar en que antes estuvo".
"El arco practicable es
completamente liso; y los otros dos tienen adornos de flores cuatrifolias y
medias figuras humanas. Se ve que todas éstas tienen brazos y que unos se
dirigen hacia la parte de afuera, como pretendiendo levantar la masa que sobre
ellos pesa, y otros van hacia adentro, simulando un movimiento de apoyo o
fuerza para levantar el peso de arriba con todo él cuerpo.
Por ello no hay más remedio que confesar
que todas las dovelas en donde hay figuras fueron del arco segundo que tenía
encima un peso, y que el tercero, o de afuera, que hacía el peso, se formaba
sólo de dovelas ornamentadas de flores y hojas, y como hoy se ven mezcladas
flores y figuras tanto en el arco segundo, o sea, en el del enmedio, como en el
tercero, o de afuera, hay que convenir que la portada fue desmontada al hacerse
la nueva iglesia y el arquitecto que la reconstruyó no se fijó en la falta de
lógica de la nueva colocación, o los albañiles las colocaron a su antojo, sin
que hubiera dirección inteligente para la obra".
"La portada, pues, perteneció a una
iglesia, la primitiva, y que desguazada se reconstruyó al hacer el templo posterior".
"Sobre ella existe una claraboya de
rosetones lobulados –en número de diez y
nueve- análoga a la de Alarcos –que
también tiene el mismo número de rosetones-. Como la claraboya es posterior, no
obstante ser del XIV, y en el muro no hay huellas de dos, construcciones diferentes,
habremos de suponer que en el mismo lugar del actual hubo tres templos sucesivos. Uno, el primitivo, al cual corresponde la puerta
del Perdón en su estado original y lógico de distribución de novelas; el
segundo, al que corresponden la puerta desmontada y vuelta a montar y el rosetón;
y el tercero, el actual, que respetó el imafronte del segundo sin hacer otra
cosa que voltear el gran arco que hay sobre el rosetón y elevar los muros a la
altura actual. Y haciendo caso de la tradición, habríamos de contar como más
primitivo templo aún, la ermiteja de cachas, primero, y de piedra y barro, después,
en que guardaron los colmeneros del Pozuelo de Don Gil a la recién aparecida Señora
del Prado".
"El imafronte se completa con
cuatro robustos botareles hechos, en el siglo XVII, para
fortificar la fábrica que ya estaba ruinosa
y cuya obra, según Hervás, se contrató, por la iglesia, con el maestro cantero
Ignacio Vélez Calderón, en julio de 1651. En uno de los estribos hay una inscripción
en la que perfectamente puede leerse:
"S.M. la
mayor, año
1653".
Muchos y jugosos comentarios hicieron los
forasteros. Rechacé unos, acepté otros; disculpé los que pude, pero algunos fue
forzoso dejarlos en pie.
Seguimos el recorrido. Por el exterior
de Santa María vimos cómo, por fortuna, van librando de yeso la sencilla, gótica, puerta
de la umbría y pasamos al interior, donde antes de seguir la visita, los llevé
a las plantas de la valenciana novísima efigie de la Patrona, de mayor unción que
la un poco menos reciente y poco duradera
–por precozmente carcomida- y guapa,
pero no devota, salida de talleres catalanes. Para ser imaginero hace falta algo
más que ser escultor.
...Y no tuve más remedio que hablarles
de la Morenita, primitiva, secular, hace veinte años desaparecida, imagen de la
Virgen del Prado esculpida en madera en el siglo XIV,
a lo que parecía.
Cuentan –les dije- que estaba sentada y
vestida de oro y estofa. El pelo, la toca y la corona eran igualmente en talla.
Con la mano izquierda sostenía al Hijo, acurrucadico en su rodilla del mismo lado.
Los siglos posteriores –el XVII-, los regidores, el párroco y el mayordomo,
para hacerla parecer posada y vestirla de telas, de acuerdo con deplorable
y funesta moda, forzaban a Antonio Poblete
a mutilar la imagen y desprenderle el Niño de la rodilla. Se resistió y no lo
verificó. Fue Francisco Carrillo quien por fin, consumó, hachazos, y perfiló, con
sierra, el hecho, destrozando bárbaramente la escultura al cortarle los pies y
desgajarle las rodillas, para dejarla con menos anchuras. Es fama que, a los
golpes de hacha, tembló la iglesia y cayó
una piedra de la bóveda. Merecía ser
cierta la leyenda, pues ¡naturál! es que se conmoviera el Cielo y la Tierra ante
tan atroz devastación inculta y profanadora. ¡Cuántas piedras, de cuántas iglesias,
habían de caer si de castigar desaguisados actuales se tratara!
Poblete cogió el trozo mayor arrancado y
en él talló una estatuilla que llevó consigo cuando pasó a América y en Lima la
depositó en las Agustinas, donde sigue venerándose con la misma advocación del
Prado.
Aquella imagen de la Virgen destrozada, cuyas
mutilaciones ocultaron desde entonces con encajes y jubones, preciosos, y telas
de seda y oro, riquísimas, y que se cubría con mantos, valiosos; con manos
nuevas sujetando al pecho al Niño renovado en su totalidad, menos la cabeza que
era la auténtica; mostrando su faz sonriente, atrayente, bonachona, maternal,
de matrona manchega tostada por soles de eras y pulida con ciertos peinados, con
púas de plata de olivares; posada sobre trono argénteo; orlada con nimbo, rayonado,
colgado de campanillas gañaneras, dulcificó nuestra niñez; disculpó nuestras
distracciones ámatorias mientras paseaba, campechana, por su Prado. Perdonó,
benévola, nuestras picardías moceriles; colmó de ansias de oraciones el corazón
de nuestras madres, y la añoraremos, siempre, los que la veneramos, y quién sabe, quién sabe, si
desaparecida, pero no destruida -¡esperanza nuestra!- algún día retorne a Ciudad Real para que la
Madre de Dios, en ese simulacro "vuelva a nosotros -a todos!- esos sus
ojos misericordiosos" realizándose así, por segunda vez y verdaderamente, lo que reza la tradición y
cantan los gozos de su novena, sobre su aparición e incorporación a la ciudad. Porque
otro Floraz la halle y otro Marcelo Colino nos la entregue.
¡Ojala! ¡¡Esperanza nuestra!!!
Julián
Alonso Rodríguez. Diario “Lanza”, miércoles 14 de agosto de 1957, página 7.
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