Tal
y como se encontraba el retablo catedralicio a finales del siglo XIX
Cubriendo tres lados del ábside y
llenando el frente completo de la ancha nave se levanta el retablo mayor,
hermosa muestra del arte del renacimiento en decadencia ya. Tan hermosa obra se
debe a la munificencia de Juan de Villaseca, secretario del virrey de Méjico,
que, en 1610, escribió a los curas de Santa María para que contrataran a su
costa la construcción según los planos que remitía hechos en Méjico por Andrés
de Concha. Ajustaron la construcción en 10.500 ducados Jiraldo de Merlo,
escultor, vecino de Toledo, y su yerno Juan de Hasten, pintor, y en 1611 y 1612
se reunieron las maderas suficientes traídas de los pinares de Reillo, en la
provincia de Cuenca. La obra quedó hecha y sentada en el año de 1616, y en el
siguiente dorada y estofada por los pintores hermanos Cristóbal y Pedro Ruíz de
Elvira, vecinos de Daimiel ó de Manzanares, teniendo de costo esta última parte
de la construcción 115.000 reales. Todo esto consta en los libros parroquiales
y se puede además ver en las obras del P. Jara y de D. Inocente Hervás.
Consta el retablo de cuatro cuerpos,
asentados sobre un banquillo en donde están representados de medio relieve
pasajes de la pasión de Cristo. La ornamentación total corresponde a los
órdenes arquitectónicos clásicos dórico, jónico y compuesto, y en la parte
arquitectónica se advierte una gran decadencia puesto que ya empiezan a
descomponerse y quebrarse las líneas y a interrumpirse por elementos inútiles.
En la parte escultural representada por más de cincuenta piezas entre estatuas
y relieves altos y bajos, está a muchísima más altura, habiendo algunos como “el
que representa la Anunciación, de una belleza y gracia exquisitas, valorando de
tal manera la obra, que bien puede afirmarse que es uno de los ejemplares más
hermosos de escultura que en España nos quedan. Algún escritor ha dicho que los
autores eran flamencos, y aunque no tenemos a la mano dato preciso para
afirmarlo, así nos parece, dada la proporción de las figuras que todas ellas
tienen mayor número de cabezas que las que han dado a sus personajes los
artistas españoles. Sabido es que la cabeza es la unidad de medida en pintura y
en escultura.
El retablo termina en un coronamiento
que encierra en el centro el calvario y sobre el cual se levantan las estatuas
de las virtudes.
Vista
de la nave de la Catedral y el retablo mayor tras la restauración de los años
sesenta que sufrió el templo catedralicio
Continuando el examen del templo por el
lado del evangelio, lo primero que hayamos es un arco ojival dorado, cuyos
adornos se descubren escasamente por detrás de un detestable retablo
churrigueresco. Luce por encima dos escudos de armas que el P. Jara cree que
son de la casa de Treviño, y el arco pudo ser, o la ornamentación de un
sepulcro, o la entrada de una de las antiguas capillas. Nos inclinamos a la
primera opinión, pero sin responder de su veracidad.
Sigue a este arcosotro del siglo último
que da paso a la escalera del camarín y a la antigua capilla de los Foces,
convertida en atarazana. En el espacio en donde hoy lo amplia escalera citada,
estuvo un tiempo la capilla de San Miguel, y aún se conserva parte de su
retablo, que debió ser hermosísimo a juzgar por sus restos. Estos son dos
tablas de principios del siglo XVI, que, en figuras de cuerpo entero y tamaño natural,
representan a San Juan Evangelista y a San Miguel, ambas pinturas españolas de
lo mejor que queda de aquel tiempo de transición entre el arte de Rafael y
Miguel Angel, personificadores del renacimiento y la manera antigua de Van Eyk
y de Vander Weiden. Las tablas ocupan el centro de un retablo de buen gusto
greco romano, en donde hay otras pinturas no despreciables, por más que distan
mucho mérito de las referidas.
La escalera del camarín, así como éste,
no valen la pena de que nos ocupemos en ellos, a pesar de los buenos mármoles
empleados para la primera. En el camarín hay una Concepción de alguno de los
pintores de fines del siglo último, pero que está muy lejos de ser obra de
Lucas Jordán como hasta ahora se ha creído. La cabeza del Salvador, obra de
Eugenio Caxés, de que hablan los señores Jara y Hervás, no está allí ni se sabe
en dónde. También hay unos bonitos relieves de asuntos de la vida de
Jesucristo, análogos a otro que se guarda en la sacristía, y que aunque se
tienen por de plata y repujados, no son más que de pasta pegada sobre unas
tablas. Son muy dignos de conservarse.
La capilla de los Foces, aunque
posterior al ábside, es del siglo XV y tiene un elegante rosetón ojival.
En el mismo lado del evangelio se mira
al cancel de la puerta del Norte, hecho por Francisco Navas en los últimos años
del siglo XVII, según puede colegirse por su estructura, así como por las armas
de Carlos II que luce en los herrajes. Estos son magníficos, aunque no tan
buenos como los de San Pedro, y es lástima que se haya perdido el nombre del herrero
que los forjara, y que pasaría por uno de los buenos cinceladores de su época.
El fondo de la iglesia está ocupado por
el coro, cuya parte de mampostería hemos dicho fue contratada en 1581 con
Antonio Fernández y se le dieron por su trabajo trescientos ducados. Es una
buena obra del renacimiento, muy
parecida en su corte y pormenores a la sacristía vieja; y tiene muchos relieves
representando santos de buen dibujo, metidos en sendos recuadros, siendo
lástima que los pormenores esculturales estén borrados por espesas capas de cal
y pintura. La sillería es muy posterior, con pormenores del mal gusto, tales
como las columnas salomónicas que separan unas sillas de otras, y acaso sea
obra del tallista Navas, autor del cancel.
El
retablo se construyó en honor a la Virgen del Prado
En el lado de la epístola, lo primero
que vemos dentro del ábside es una capilla con bóveda de crucería del mismo
gusto decadente de las construidas por Antonio Fernández. Le da entrada un arco
bastante hermoso del renacimiento, parecido en sus pormenores a los que
avaloran el coro, por lo que no será aventurado juzgar que fuera todo obra del
artista ecijano. Tiene una magnifica reja de hierro repujado con grotescos del
renacimiento y blasones de los Loaisas. Los retablos que hay en ella son malos
y muy posteriores, y en el friso del cornisón, en donde se apoya la bóveda hay
una inscripción de la que ya sólo se puede leer lo siguiente:
“Fue reedificada.., por el mayordomo de
D. Antonio del Barrio y doña María de Céspedes y Villaquiran… a Dª María del
Rosario Muñoz de Loaisa y Salcedo”.
Entre el ábside y la puerta de la sacristía
nueva, hay un detestable retablo churrigueresco, y detrás de él se ven las
cresterías y el tope de un arco conopial que debió ser entrada de una de las
antiguas capillas. A la izquierda de este retablo se ve un resto de
ornamentación ojival muy bello, que a nuestro entender, debía corresponder a la
credencia de un altar, sin que lo afirmemos en absoluto.
En el muro en donde se mira la
inscripción de 1514 luce, borradas casi por completo por capas de cal, sus
bellas líneas y sus elegantes relieves una lindísima portada del renacimiento
que fue la entrada de la sacristía vieja.
Terminada la descripción de todo aquello
que lo merece, diremos que en la sacristía se guarda una cruz relicario, hecha
en Toledo en 1555 por el platero Francisco Rodríguez Bermúdez. Un porta paz de
oro del más brillante renacimiento español, que tiene en el centro un relieve
de serpentina representando la prisión de Cristo y a los lados y en el coronamiento
figuras e historias esmaltadas de bellísimo gusto. Es una joya de inmenso
valor, que ha figurado en primera línea en la exposición retrospectiva de
Madrid de 1892, y cuyo autor no hemos podido averiguar, porque la marca está
cubierta en parte por uno de los tornillos, que, en forma de flores, sujetan a
la peana todo aquel primoroso edificio.
Se guarda también la corona de la virgen
en forma de tiara, que es joya muy rica y artística, por más que no se halle a
la altura del portapaz. Una cabecita de la virgen pintada en tabla, de la
escuela de Juan de Juanes, si no es de su mano, y una Concepción rodeada de
ángeles que está en un recuadro del techo, y que es de las buenas pinturas del
último tercio del siglo XVI. Aquí concluimos nuestro estudio.
D.
Rafael Ramírez de Arellano, “Ciudad-Real Artística. Estudio de los Restos
Artísticos que quedan en la Capital de la Mancha”. Ciudad Real 1893.
Desaparecido
retablo de San Miguel
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