La
fotografía es de la primera década del siglo XX, es de la procesión del Viernes
Santo por la mañana, y en ella podemos ver si la observamos la fachada de la
desaparecida cárcel de la Santa Hermandad
Cuando salíamos de cada uno de los patios,
volvían los presos a su ocupación anterior y algunos entonaban coplas que
llegaban a nuestros oídos claramente. No se me olvidará esta:
Tú misionero de Dios,
si por el mundo la encuentras
dila que yo la perdono,
pero que no quiero verla.
¿No estará aquí abreviada la historia toda del infortunio de un hombre? La
recuerda, la perdona, pero no quiere verla.
Mucho daño debe haberle causado.- Tenía
razón Ventura Ruiz Aguilera, el más popular de los poetas cultos que han hecho
cantares.
Las penillas que se cantan
son las penillas más grandes,
porque se cantan llorando
y las lagrimas no salen.
Y en aquella copla, en la copla del
preso, hay una honda, una inexplicable contradicción entre el recuerdo
deleitoso, que se complace en perdonar generosamente, y el odio que perdura
resistiéndose a verla.
Y mientras yo iba recordando la copla,
mi compañero Folache que me acompañaba en la visita, en su monotonía, como buen
anticuario, de querer descubrir en todas partes restos de otros siglos,
descifraba una leyenda en uno de los pedruscos, restos de un capitel roto, que
sirve de asiento a los presos en el segundo patio, y que dice así:
ACABOSE ESTA OBRA
SIENDO ALCALDES LOS S.S
D. F. OBIEDO Y D. XPL BERMUDES
Es decir, que si la inscripción como
parece se refiere a la cárcel, data esta del año 1618, en que fueron alcaldes
los expresados señores, según los Anales de la Santa Hermandad.
Botón
de uniforme de la Santa Hermandad de Ciudad Real
El
Cristo de los Tarugos-Capilla-Escuela-El Ecce-Homo- en el Locutorio
Entre los dos patios principales está la
capilla, pasando antes por la sacristía, amueblada como el resto de la cárcel.
Una vetusta cómoda para guardar las ropas y los ornamentos, una percha, un sofá
y dos sillas de yute, propiedad de uno de los empleados, constituyen su ajuar.
En una de las paredes, metido en una hendidura, vése un Cristo, que llaman de
los tarugos, por los nudos salientes que tiene la cruz, el cual no tiene digno
de mención más que el de ser el que antiguamente se llevaba para asistir a los
ajusticiados.
La capilla es a la vez escuela, mejor dicho,
podía serlo, porque allí no va nadie a enseñar.
Una reja de madera que tapa una cortina,
separa el altar, revestido de azulejos de Talavera de la Reina, del resto de la
habitación. Los carteles en las paredes y las mesas en el centro, esperan ociosos
que alguien les infunda vida. En el fondo, frente al altar, un marco
churrigueresco, encierra un Ecce-Homo bastante antiguo y no desprovisto de
mérito, retazo indudable de un cuadro de mayores dimensiones.
Al salir, vimos el locutorio. La segunda
puerta del portal da acceso a él. Es un pasillo corto y estrecho que comunica
con una reja del primer patio; allí tiene que aguantar el preso, el sol y el
agua, durante la comunicación.
Por una ventana que tiene aquella
encargan y se les sirve la compra, cuyo repeso verifican los empleados a su
vista, en una balanza colocada enfrente sobre una mesa.
Los
presos
Treinta y cinco era el número de los recluidos
en la cárcel el día de nuestra visita, existiendo entre ellos algunos de
consideración, como el sentenciado a muerte por asesinato, Tomás Mora Delgado,
que se encuentra en espera del resultado del recurso de casación que tiene
interpuesto, y que la ley interpone siempre de oficio contra las condenas a
pena capital; Benito Cencerrado Mera, condenado por homicidio a diecisiete
años, cuatro meses y un día, y Eugenio Álvarez Gil, condenado por igual delito
a doce años y un día.
Los delitos cometidos por los treinta y
cinco presos se resumen de este modo: Asesinato, 1; homicidio, 7; lesiones, 8;
expedición de billetes falsos, 1; prófugos, 1; falso testimonio, 1; insultos a
fuerza armada, 1; secuestro, 3; robo, 2; estafa, 1 y hurto, 9.
Todos
los años se organizaba en la cárcel un acto de culto para dar la comunión a los
reclusos. En la fotografía de podemos ver a un recluso recibiéndola. La
fotografía es de la revista “Vida Manchega”, Año IV, Núm. 189. Ciudad Real
jueves 10 de junio de 1915
Los
empleados
La plantilla del establecimiento es de
seis; pero desde Abril hasta la fecha sólo prestan servicio tres: el jefe accidental
don Victoriano Sánchez Izquierdo, con un sueldo de 1.500 pesetas anuales y los
vigilantes D. Juan Vicente Calvo y D. Fermín Jiménez, con 1.000 pesetas cada
uno.
El trabajo que prestan estos empleados
es verdaderamente abrumador y de una responsabilidad tremenda. El jefe está de
servicio permanente y los dos vigilantes alternan en la guardia cada
veinticuatro horas seguidas, teniendo que acudir en las veinticuatro que tienen
libres a otros menesteres como la inspección de la compra y la conducción de la
correspondencia que les absorben la mayor y la mejor parte del día que debían
dedicar al descanso.
¿Será exagerado llamar héroes a estos
modestos empleados que miserablemente retribuidos, sin descanso, sin auxilio
alguno armado, contando con las negativas condiciones de seguridad de la
cárcel, tienen que arrastrar todas las responsabilidades derivadas de su cargo
confiados únicamente en su personal esfuerzo?
¿No son, bien mirados, más dignos de
compasión, que los desdichados presos que guardan?
Pues sus desvelos en pró de la sociedad,
a la que sirven de constante salvaguardia, no merecen la menor consideración ni
la más leve gracia por parte de los organismos que la representan.
Solicitaron recientemente una
gratificación del señor presidente de la Junta Local de Prisiones, fundados en
el trabajo extraordinario que por la falta de personal vienen prestando desde
el mes de Abril último, y se les negó terminantemente.
La economía que el indebido exceso de su
trabajo debe reportar al contingente carcelario, pudiera permitir sin quebranto
alguno la concesión de esa gracia que bien merecida se tienen, esos humildes y
celosos empleados.
Los
empleados de la cárcel en 1915 con las Hijas de la Caridad, encargadas de organizar
una velada para los reclusos, tras la comunión general. Revista “Vida Manchega”,
Año IV, Núm. 189. Ciudad Real jueves 10 de junio de 1915
La
seguridad de la cárcel
Pensando en ella recordaba los versos
clásicos:
Si votos para qué rejas
si rejas para qué votos…
Es un mito. Enclavado el edificio entre
las casas de vecindad de las calles Dorada, Mejora, Arcos y Cuchillería tiene
fácil acceso a todas ellas, especialmente por las paredes de los patios que
pueden horadar o saltar los presos a poca costa, en un abrir y cerrar de ojos.
Las puertas de todos los departamentos
son una completa ilusión: desgonzadas, de madera vieja y carcomida, faltas de
tablas, con los endebles remaches de cerrojos y cerraduras al descubierto por
la parte interior, no se abren porque la coincidencia instintiva de los penados
se impone indudablemente a las tentaciones de buscar la libertad de que la ley
justamente les privó.
¿Qué más? Las puertas que separa el
patio en donde están los presos de mayor consideración, del portal de entrada
de la cárcel, no es más que una sencilla chapa de hojadelata que encubre los
escasos restos de la madera que a aquella le queda.
Un débil puñetazo puede derribarla y
favorecer la evasión de cuantos presos estén en el patio.
¿Puede culparse a los empleados de
penales, en estas condiciones, de las frecuentes fugas que tienen lugar?
¿Merecen la amenaza de atentar contra su
inamovilidad, en reñida oposición adquirida, lanzada por el actual ministro de
Gracia y Justicia?
Muy agradecido a las atenciones de los
señores Sánchez Izquierdo y Calvo, abandoné la prisión, apenado y pensativo,
rogándoles en nombre del Diario, que obsequien con una cajetilla de tabaco a
cada penado.
El
Diablo Cojuelo
Diario
“Diario de la Mancha”, Año I. Núm. 58 Ciudad Real Lunes 8 de octubre de 1906,
portada.
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