Demolición
de viviendas de la calle Ruiz Morote. Fotografía publicada en el diario "La Tribuna de Ciudad Real" el miércoles 19 de abril
de 2017
De consumarse la demolición prevista y
ya anunciada del Grupo de viviendas de la calle Ruiz Morote (Arturo Roldan
Palomo, 1943), estaremos en presencia de una vuelta de tuerca más en los
procesos imparables de destrucción de la ciudad. Procesos denunciados en
caliente en 1977, por Fernando Chueca con su trabajo La destrucción del
legado urbanístico español, y donde Ciudad Real, y su consecuente
retrato, salía altamente desfigurado.
Aunque ahora pudieran acogerse para ese movimiento destructor, paradójicamente a la Ley de la Memoria histórica; toda vez que el citado grupo fue bautizado en origen, como Grupo José Antonio, en la promoción practicada por la Diputación Provincial junto al Instituto Nacional de la Vivienda. Si eso fuera así, bastaría con el cambio de nombre del grupo, como se pretende hacer con el grupo Vicente Galiana, también obra del mismo arquitecto y del mismo año.
Procesos destructivos de larga
enumeración y que ya han sido expuestos en estas páginas, con forma de
diferentes seriales de artículos (Del Topos al Logos y Las piedras de la
memoria). Procesos que duran demasiado y que nadie es capaz de rectificar. Y
cuando digo nadie, me refiero a todas esas administraciones con competencias en
la intervención edificatoria, pero ajenas a la ola devastadora y más pendientes
del brillo del indulto y de los galones de FITUR, del ornato banal y de la
púrpura festiva que de cierto sentido común civil y urbano. Y urbanizador.
Fotografía
del autor del artículo
El proceso destructor no necesita a
estas alturas ni la justificación ausente de la excelencia edilicia ni la
modestia edificatoria, para proceder a autorizar piquetas y buldóceres y sacar
conclusiones polvorientas. Ahí están los casos abandonados, como los de la Casa
de Cultura (Fisac), el Palacete de Conrado López en Paseo Cisneros (Telmo
Sánchez), el Colegio ferroviario (Alonso Martos) y hasta el aulario de los
Marianistas (Luis Moya), que sienten sobre sus muros amenazados, el aliento del
acero destructor. Anoten hospitales varios, sanatorios de la memoria y Bancos
desplazados.
Por no hablar de los edificios
desaparecidos, piezas de Rebollar (Banco de Albacete en la plaza del Pilar), de
Telmo Sánchez (Plaza del Pilar y Calatrava 2), de Arias Rodríguez-Barba
(Antigua Audiencia, Gasolinera Ford) y antigua Casa de Correos (Lozano y
Otamendi). Por no hablar de tanta edilicia de casas solariegas sin firma de
autor conocido (Villaster, Salamantinos, Ibarrola, Torrecilla) pero igualmente
excelentes edificaciones barridas por el impulso urbanizador.
Un impulso urbanizador arribista y
nuevo-rico que fue visto desde el complejo provinciano de los años cincuenta;
complejo de capitaleja acomplejada que pugnaba por el torrismo (Dulce Ramírez
Morales, fue el inventor del palabro), un impulso que soplaban la velas del
otro ismo del momento, el desarrollismo. Un complejo que no esconde, pese a las
proclamas, simples operaciones inmobiliarias de permuta de valor y de obtención
de plusvalías latentes en el Planeamiento urbano.
Esto es, la simple permuta de lo sentido
como viejo, por lo chalaneado como nuevo. Y esta actitud no cambia ni muta, es
una constante en las llamadas Clases rectoras y en todos los equipos de concejales
en ejercicio. Incapaces como han sido durante largos años en parar el pulso
destructor. Un pulso nocivo y hediondo que alguna vez, ingenuamente, pensamos
que se ahormarían a tiempos benévolos y más sosegados. Más racionales. Pero se
ve que no. Que es preciso que todo cambie, para que todo siga igual, a lo
Lampedusa.
José
Rivero
Vista
del edificio de viviendas por la calle Hernán Pérez del Pulgar. Fotografía
Jorge Sánchez Lillo
No hay comentarios:
Publicar un comentario