Patio
nevado de la calle Estación Vía Crucis en los años cuarenta del pasado siglo XX
Fue en el siglo XVII, como todos saben,
siglos de general decadencia para España, que iniciada en los mismos momentos
de sus gloriosos apogeos, a los promedios de la dominación austriaca, y
agravada por las torpezas y desaciertos políticos de Felipe III y Felipe IV,
llegó a su máxima durante el funesto reinado del imbécil Carlos II el Hechizado, época aciaga, en que las
viriles energías de aquel pueblo, asombro y admiración un siglo antes de Europa
entera y de todo el mundo civilizado, quedaron reducidas a completa inacción y
casi total aniquilamiento. Las ciencias y las letras, la política y la administración,
el arte y la enseñanza, la industria y el comercio, todo lo que constituye, en
una palabra, el verdadero organismo, el nervio y la vitalidad de una Nación
culta, todo fue arrollado por aquella ola de sombras y sumergido en postración,
a tal extremo profunda, que pareció extinguirse, para no tornar jamás a nueva
vida, el genio protector de nuestra pasada grandeza.
Una crítica justa, imparcial y severa ha
analizado cien veces y puesto de relieve con lujo de detalles y prolijidad
minuciosa las causas determinantes y generadoras de aquel empobrecimiento, de
aquella mortal anemia, que aquejó por esos días a España, y no he de
reproducirlas ni conduce tampoco al propósito de estas líneas. Impórtame solo
consignar el hecho y manifestar que sino por igual, ni a la misma hora –que es
lento y prolongado el agonizar de los siglos- ni con idéntica intensidad, en
todas partes, sin embargo desde el centro a la circunferencia, desde la capital
más populosa a la más ruin y miserable aldea, dejáronse sentir las consecuencias
del malestar social, alcanzando en mayores proporciones que a otros por motivos
que se indicarán, a la entonces única ciudad del territorio manchego, en que
está hoy enclavada nuestra provincia, a Ciudad-Real, destinada más tarde a ser
la capital de la comarca.
Sin evocar recuerdos ni añejas historias
de otros tiempos, puede condesarse cuanto conviene saber acerca de Ciudad-Real,
en lo que atañe a nuestro particular objeto, en cuatro palabras:
Uno
de los patios de la casa del que fuera cronista de Ciudad Real, Julián Alonso Rodríguez,
en la calle Estación Vía Crucis
Desde su nacimiento en regia cuna,
preparada con solicito afán y generosa munificencia por Alfonso el Sabio, hasta
el último tercio del siglo XV, Ciudad-Real atraviesa dos largas centurias,
entregada a la ímproba labor de su establecimiento y constitución definitiva,
en lucha permanente y porfiada contra rival tan poderoso como la inelita Orden
de Calatrava, muro de hierro alzado sobre las lindes de sus mezquinos aledaños.
Atención tan preferente y obligada no le dio lugar ni tiempo para ensanchar los
horizontes abiertos por su augusto fundador, y robustecido unas veces,
debilitado y enflaquecido otras su poder señorial, conforme al éxito e
irremediables azares de la guerra, a estos cambios y vaivenes hubo de sujetarse
de manera inflexible el desarrollo de sus elementos de riqueza, de su
incipiente industria, agricultura y comercio.
La incorporación del Maestrazgo de los
dominios de la corona en tiempo de los Reyes Católicos libro a Ciudad-Real de
tan molesto y formidable enemigo, con lo cual moviéndose desde entonces en
esfera independiente y propia, dueña y señora de sus destinos, no solo alcanzó
aquel primer encumbramiento, a que cien circunstancias felices la elevaran como
por encanto, el día después de nacer, sino que llegó al mayor grado de
prosperidad posible, a su verdadero siglo de oro, que se prolonga desde la toma
de Granada hasta la expulsión de los Moriscos, realizada aquí en 1613.
Los Judíos en el primer periodo y los
Moros en el segundo ejercen bien marcado influjo en la marcha ulterior de
nuestro pueblo, como la ejercieron en toda la civilización española. Rodeados a
su cuna aquellos, tan crecidos en número como en codicia, pues en el
repartimiento de Huete, hecho en 1290, figura ya la Judería de Villa-Real
pagando por tributación 25,486 maravedises, cantidad mayor de la asignada a
muchas capitales de España, sus miras explotadoras y especulaciones indurarías,
contenidas y reglamentadas por prudentes medidas del Sabio Rey, contribuyeron
no poco a dar estimación a la riqueza pública, no menos que al desenvolvimiento
de ciertas artes y oficios, a que dio vida su espíritu mercantil. Con las
matanzas promovidas por el furor popular y fanatismo religioso durante el
reinado de Enrique el Doliente desaparecieron los Judíos con su sinagoga,
quedando solo los conversos que arman escandaloso y sangriento motín en tiempos
de Juan II, último recuerdo de la maldecida raza en su paso por Villa-Real.
Otro
de los patios de la casa de Julián Alonso con el típico pozo
Acción más bienhechora a favor del
desarrollo de sus vitalísimos intereses, que eran los de la agricultura,
ejercen los Moros desde que desprendidos de la abandonada, por inhabitable,
Alarcos y de otras regiones colindantes y aumentados con los Moriscos de las
Alpujarras, forman parte crecida y bien granada del vecindario de Ciudad-Real.
A cargo de ellos y casi bajo su exclusiva dirección este ramo de riqueza, logró
positivos adelantos que se reflejaron a su ven en el incremento y proporciones
que a su sombra tomaron las demás artes, la industria de paños, tejidos y
guantes, que le dio especial nombradía en los mercados de España, y la
elaboración de otras primeras materias, producto abundante de su suelo, con
todo lo cual subió también, como no podía menos, el nivel de su cultura
intelectual, de que son gallarda muestra las múltiples fundaciones y obras de
todas clases, que aún quedan por honrosa memoria del engrandecimiento que
alcanzara en todo el trascurso del siglo décimo sexto, con la de otras
instituciones que desaparecieron a poco de nacer, iniciándose con su muerte el
principio de la decadencia del siglo siguiente.
Luis
Delgado Merchán. “La Mancha Ilustrada” Valdepeñas 19 de febrero de 1893,
páginas 2 y 3. Centro de Estudios de Castilla-La Mancha.
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