Vista
de Ciudad Real a principios del siglo XX
Juzgada muy diversamente en sus causas y
consecuencias, conforme a la variedad de criterios de Escuela, el decreto de
expulsión de los Moriscos, dado atrás información casi lujosa por Felipe III,
del que decía Riechelieu que era el
consejo más osado y bárbaros de cuantos hacía mención la historia de todos los
siglos anteriores, en una cosa están contestes cuantos se han ocupado en el
estudio de tan ruidoso acontecimiento, y es en señalarle como causa eficiente y
principalísima del decaimiento de la agricultura española en el siglo XVII y
por ende de muchas y muy productoras industrias, que de los jugos de esta se
alimentaban, y que, gracias al instinto cultivador y práctico de dicha raza, habían
alcanzado el mayor grado de desarrollo.
Si tal sentir no fuera ajustado a verdad
en otras regiones de España, en lo que respecta a la de la Mancha y en especial
a su capital de hoy, es de evidencia notoria, pues con saber –y así consta por
documentos que obran en su archivo municipal- que no bajaron de 5.000 los
Moriscos expulsados de Ciudad-Real en 1613, cuando según el censo hecho a fines
del siglo XVI, es decir, veinte y tres años antes, contaba sólo diez mil y pico
de habitantes esta población, y que de este número todos los brazos útiles se
dedicaban a las faenas agrícolas, confiadas por los naturales a su exclusivo
cuidado, basta para cerciorarse, de que aquel Decreto reclamado por altas y
poderosas razones de Estado, como lo eran indudablemente la unidad política y
religiosa de la Nación, trajo la ruina total de la primera fuente de su riqueza
pública y con ella la paralización de todas las fuerzas vivas del país, el
estancamiento de la industria, la muerte del comercio y el empobrecimiento
general en las artes y en las letras, que con el riesgo de aquellos fecundos manantiales
habían logrado prosperidad y robustez envidiables.
Inútiles fueron los esfuerzos de su
mermado vecindario por volver a recobrar lo perdido. Sus quejas sentidas
llegaron al trono de Felipe III, implorando de la regia munificencia la
condonación de los enormes tributos, que pesaban sobre el territorio, la vuelta
de su Chancillería, interinamente y como depósito trasladada a Granada, el
mercado franco, la prohibición de la entrada por Portugal de los productos
elaborados en sus fábricas, y otros tan extremos como indispensables remedios
para conjurar la profunda crisis, que la arrastraba al abismo, quejas expuestas
en luminoso y detallado informe por el Ayuntamiento de la ciudad, que aunque en
alguna parte fueron atendidas, no bastaron las mezquinas concesiones hechas por
el monarca y por su sucesor Felipe IV para devolverle el antiguo esplendor,
antes siguió empeorando hasta que Dios y el tiempo, al cabo de siglo y medio
pusieron de su parte lo preciso para librarla de segura muerte.
Vista
de Ciudad Real desde la torre de la iglesia de Santiago en los primeros años
del pasado siglo
Pero si los esfuerzos comunes no dieron
los apetecidos resultados, la iniciativa particular de muchos de sus hijos veló
solicita por su rehabilitación, proveyendo a Ciudad-Real de su sabias
instituciones docentes, que a la vez que hacen alto honor a sus fundadores por
el generoso desprendimiento y patriótico desinterés con que las llevaron a
cabo, sirvieron de puntal seguro para sostener la cultura intelectual entre los
hidalgos y artesanos de la población, y de abundantes semilleros para la instrucción
y educación moral del pueblo.
Causa ocasional como todos saben del
aumento de despoblación en España el feliz descubrimiento de las Américas, las
circunstancias excepcionales de la Mancha, a la época en que la estudiamos
llevaron muchas gentes, huérfanas de todo medio de sustentación, en busca de
los tesoros escondidos en aquellas vírgenes regiones, logrando los más
afortunados cuantísimas riquezas que aplicaron en bien y en aprovechamiento de
su país natal, que este y no otro es el origen de todas o casi todas las
fundaciones piadosas, casas y obras de beneficencia, memorias, aniversarios,
capellanías, cátedras y escuelas, mejoras de templo, regalos de valiosas
alhajas, que aún se conservan, con que aparece enriquecida Ciudad-Real en el
siglo décimo séptimo según puede comprobar cualquiera por los documentos que
obran en los archivos parroquiales.
A la emigración de estas gentes,
motivada en unos por apremiante necesidad, por afición aventurera o sed de
codicia en otros, puede asegurarse que debió en parte esta población el no
haber sucumbido totalmente y como de golpe, víctima de su desesperada situación
económica, pues el amor a la cuna de los desfavorecidos por la suerte atrajo
considerables riquezas, que empleadas con discreción en obras de interés general,
aliviaron no poco las miserias y estrecheces de las clases menesterosas,
contribuyendo a su vez, por medio de la creación de ciertos centros de
enseñanza a difundir entre ellas los conocimientos indispensables a una buena
educación popular.
Fácil, facilísimo me seria, con los
datos que tengo recogidos, hacer una extensa y minuciosa relación de todas
aquellas manifestaciones, que reflejaron el vivo espíritu benéfico y
profundamente religioso de los hijos de este hidalgo suelo durante el expresado
siglo, pero ha sido mi único intento el hablar de las instituciones docentes,
siquiera de algunas de las principales, erigidas en tan aciagas circunstancias
por el amor a la ciencia, y a tan interesante asunto dedicaré el articulo
próximo.
Luis
Delgado Merchán. “La Mancha Ilustrada” Valdepeñas 22 de febrero de 1893,
páginas 2 y 3. Centro de Estudios de Castilla-La Mancha.
Vista
de Ciudad Real desde la torre de la iglesia de San Pedro en la segunda década del
siglo XX
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