Cuando todo es finalidad, eficacia y
práctica en la vida, vengo hoy nada menos que con una actividad lúdica y, por
tanto, sin finalidad. Es decir la finalidad queda en sí misma. Además de un
juego que apenas recuerdan unos cuantos, y yo, como diría aquel castizo, meando
fuera del tiesto.
Hoy los juegos que se proponen a quienes
están en edad de tal ocurrencia, llevan una finalidad siempre interesada, bien de
aprendizaje, bien deportiva, bien casi docente. En escasas ocasiones los niños
de nuestros días Juegan porque sí, aparte la gran agresividad que se observa en
sus juegos. Por lo que, en sentido estricto, el juego como actividad lúdica,
está también desapareciendo. Hay demasiada preocupación de los adultos para que
los niños "pierdan el tiempo" lo menos posible. Sin embargo, hoy más
que nunca, los niños presentan problemas de psicomotricidad, lateralidad y
todas esas "gaitas” -con perdón-. Pero los niños ahora son más
"listos", se llenan antes de saberes y, también, se les crean expectativas
que, luego, al no conseguir, duelen en los años adolescentes y juveniles.
Pero... no vale la pena continuar.
Cuando hace treinta y cuarenta años las
calles de Ciudad Real, como las de cualquier otra villa o ciudad, estaban
llenas de chiquillos que saltaban, corrían, subían a los árboles y jugaban en
libertad, la psicomotricidad se desarrollaba de una manera natural y, sobre
todo, éramos felices entre juegos espontáneos y naturales. Los problemas eran las
caídas, algún rasguño, una leve herida y, todo lo más, algún descalabro sin más
consecuencias. Recuerdo, pomo recordarán tantos de mi edad, aquel "juego
de la tala", que con un trozo de madera en forma de paleta alargada,
fabricada por nosotros mismos, y otro en
forma de puro con dos puntas, a la que llamábamos «pita», todavía no sé por
qué; jugábamos en mitad de la calle, concretamente en la que nosotros
denominábamos “Plaza de las Terreras” y en el callejón de Felipe II.
Al golpear con la “tala” en uno de los extremos
de la «pita» ésta saltaba en el aire, momento en que la golpeábamos con fuerza y
la alejábamos lo más posible del circulo en que iniciábamos el juego. El
lanzador o golpeador de la «pita» calculaba las veces que la tala cabría en el
espacio entre aquélla y el círculo que, después, cuidadosamente medíamos. De
manera que se iban contando puntos por este procedimiento. Juego natural,
físico y al tiempo intelectual, pues, aparte la imaginación que todo juego solicita,
había que calcular el espacio, y, por supuesto, conocer y cumplir las reglas.
En fin, una actividad que solo tenía por finalidad pasar el tiempo y, si era
posible, ganar. La misma elaboración de los utensilios ya llevaba implícito un adiestramiento
manual no buscado. Competencia, aire libre, astucia, fuerza, habilidad, cierta ética
eran algunas cualidad requeridas. Y, sobre todo, escaso coste. En éste, como en
tantos juegos de la época, no existía sofisticación alguna, sino naturalidad, como
es las carreras a pie dando vueltas a cualquier manzana del barrio.
Ahora los chicos parecen hombres en
pequeño. A mí me molesta que les llamen "enanos", palabra muy de
moda, pero es que en ocasiones lo parecen. Se ha olvidado aquel dicho de un
gran pedagogo: “Dejad madurar la infancia en el Niño”. Cuántos niños pasan por su
infancia como los fardos por las estaciones, sin darse cuenta. Y no deja de ser
una lacra de esta sociedad moderna, de estos tiempos del televisor, el
programador, el video, la máquina y tantos ingeniosos juegos preparados por
unos hombres, que más parece que buscan el consumo que la felicidad del niño.
"Oh tiempos, oh costumbres" que
decían los latinos y que ahora añoramos quienes vemos crecer al niño sin apenas
tener tiempo, sin casi recrearse en la surte de ser niño.
Francisco
Mena Cantero, diario “Lanza”, “Conversaciones en el Pilar”, 14 de abril de 1988
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