En “Antiguallas Manchegas”, última parte
del librito de D. Rafael Ramírez de Arellano, titulado “Memorias manchegas históricas
y tradicionales”, habla de la Iglesia de Santiago, de esta capital, cuyo
interior, “aunque muy maltratado por unos reformadores del siglo XVI, es aun
sumamente interesante, y si se limpiara de cal y derribasen las bóvedas,
resultaría una iglesia notabilísima y de las más dignas de estudio de toda la
región manchega”.
Y yo pregunto a las autoridades y
queridos paisanos: ¿no podíais alguno, o algunos de vosotros, tomar la iniciativa,
y dar los primeros pasos para restaurar un templo, cuya belleza “es una lástima
no esté al descubierto para admiración de naturales y forasteros? ¿No es
posible dar con manos técnicas, que no nos hiciesen lamentar, falsas y caprichosas
restauraciones, como las famosas de la Alhambra; sí nos dejasen al descubierto “un
magnífico artesonado o armadura de lazo de a cuatro, del siglo XIV en su último
tercio” y otras bellezas que en dicho templo se ocultan?
He aquí la descripción del Sr. Ramírez
Arellano:
“Es el techo de madera, en limpio, y ha
tomado un hermoso color de caoba. Tiene un almizate central muy cuajado de lazo
de a cuatro, como queda dicho, formando estrellas, y la labor de este almizate
se corre por las descendidas en tres fajas, una central y otra en cada extremo.
Los centros o fondos de esta labor, tanto en lo ornamentado como en las
descendidas, están estofados, dorados y pintados con brillantes colores, con
dibujos geométricos unos y de flores y hojas otros, y si bien esta parte
pictórica, que es a la morisca, se halla bastante deteriorada, no es imposible
su restauración. Los nueve pares de tirantes que sujetan el artesonado y que se
apoyan sobre caprichosos, variados y amplios canes, están también muy
hermosamente decorados con pinturas a la morisca. El almarbate, o sea el friso,
se compone de dos líneas de tabicones en los que alternan los escudos de armas
de Santiago, Calatrava y el blasón de los Muñiz de Godoy, que es el que nos
induce a deducir, con precisión, la época en que se construyó; es decir, que fue
costeado por el gran Maestre D. Pedro Muñiz de Godoy, en cuyo tiempo se supone
aparecida y nosotros diremos que esculpida la Virgen de la Blanca”.
“Este lecho se restauraría, para que
pudiese verse, con muy poco dinero, pues solo es necesario tapar dos rajas del
ancho de dos solivas de las descendidas, hecho al tiempo de las bóvedas para
refrescar las maderas y librarlas de la polilla, y con esa restauración podría durar
hasta que se pudiera acometer la de las pinturas, que es más costosa”.
Seremos, si no llevamos a cabo esta
obra, más tontos que el del cuento, ya que, si no tiramos piedras al tejado,
dejamos que éste se desplome, que no otra cosa significa la incuria en que
tenemos los pocos edificios notables que hay en la capital. Los que no están abandonados,
o ruinosos, como pregonan la puerta de Toledo, Santiago y San Pedro, han sido
destruidos por la infame piqueta demoledora, como la puerta de Alarcos.
“Santiago, (dice D. Rafael en sus “Antiguallas”)
no tiene grietas aparentes, pero San Pedro tiene muchas y algunos machones y
bóvedas están desnivelados. La cal forma, a fuerza de capas, una cubierta que
disimula las grietas y no deja adivinar la ruina que puede venir lentamente elaborándose,
y cuando menos se piensa se cae el templo, que se había creído siempre seguro.
Por eso es necesario que en San Pedro se quite la cal para que se vea la
importancia de estas grietas, heridas del edificio que, aparentemente, sólo
afectan a la piel, no son más que rasguños, pero pueden llegar a las entrañas y
estar indicando una muerte próxima.
Tengo fe ciega, que, estas mal trazadas
líneas, no han de ser semilla entre rocas sino en abonada tierra, que le dará
calor, para hacer de ella una magnifica flor arquitectónica de restauración que
honrará a nuestra patria chica y los nombres de los altruistas que le presten
apoyo tras bien madurado estudio, no sea que lamentemos, repito, una imperfecta
o incompleta restauración, en cuyo caso, el remedio sería peor que la enfermedad.
Los amantes de Dios, del arte y de
Ciudad Real, tienen la palabra.
BUENA INTENCIÓN.
Revista
“Vida Manchega” número 241, noviembre de 1919
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