-Y el artesonado ¿Cuándo lo descubren?-
me decía quien yo me sé hace unas semanas, después de un delicioso rato de
contemplación, a la luz de la luna y bien entrada la madrugada, de la torre
almenada de Santiago que tendrá sus “peros” de demasiada modernización en su
restauración y de cegar airosos campaneros ¿para qué?, pero que ha vuelto a su
original ser proporcionando un bello empaque, sin igual a la iglesia; a ese
rincón de turismo, inmejorable si con cuidado y cariño se cuidase, y al paisaje
ciudarrealeño demasiado encucuruchado en sus torres y sin perdón en alguna
como, hasta ahora, en la perchelera, en buena hora desmochada, donde, quien
sabe si apoyado en una de sus prístinas almenas y perdida la vista en la
llanura impresionante, el rey sabio cuajara la idea de convertir en su villa
real famosa a Pozuelo de Don Gil no tan insignificante y despoblado, entonces,
como se viene diciendo.
Y reparamos, también, en esa noche clara, en el destruido y tapiado arco de ingreso, situado hacia el final de la nave de la epístola del templo, que pudiera estar entero, en el interior, bajo las molduras de yeso de la hornacina del reo altar allí existente de antiguo.
Si cuerdamente se quitara ese tapón interno y apareciera claro el arco de herradura que buscamos y citaron sabios investigadores, ¡qué grande y definitivo paso se hubiera dado para confirmar fue mezquita, y no despreciable por cierto, el principio de nuestro más antiguo templo cristiano!
Nuestro más antiguo templo cristiano y, por añadidura, el más interesante y maltratado sucesiva, insistentemente, al correr de días y días, años y siglos. Entre las “faenas” de incultura artística con sumadas no fue la más insignificante, ni la menos funesta, ocultar con infame cascarón de yeso el artesonado extendido en la nave central, desde el crucero a los pies, que se estropea cada vez más y tan hermoso es. ¿Cómo estarían cubiertas las naves laterales? No queda vestigio delator, pero como están no estarían y no es aventurado pensar se prodigaron otras armaduras de madera semejantes a la central, pues, hasta estos días, de una de igual traza quedaban restos en la “Sala de la Santa Espina”.
Siglo XIV. El rey Pedro matado había al Maestre de Calatrava Juan Núñez. De crueldades, o justicias, igualmente se dolían los ciudarrealengos y, como nada une más a los hombres que el odio a un tercero, para tregua y amistad abriose entre los siempre rivales realengos y calatravos. Es, por entonces, cuando otro Maestre, soberbiamente rebelde al rey. Muñiz de Godoy, mando hacer el artesonado de Santiago según testifican sus armas y la cruz calatraveña campeando profusas, con pinturas todavía brillantes, en el friso de la armadura.
Y Muñiz de Godoy ordenó tallar una imagen de la Virgen para sustituir a la antigua de la iglesia consagrada sobre los muros de lo que fue mezquita mayor de Calatrava la vieja, junto al Guadiana, y desaparecida al desbordarse la marisma como consecuencia de la derrota cristiana de Alarcos. Influencia grande tuvo, en nuestra vida local, la nueva imagen nacida en calatrava y que entre nosotros pereció no hace muchos años. Se inició ese influjo, en incierta fecha, con gran posterioridad a la fundación de Muñiz, al envolver aquella sustitución en leyenda graciosa y pastoril de aparición.
Un pastor y sus dos hijos pastaban su ganado en la jurisdicción de Carrión de Calatrava, cerca de él, junto al rio y distante legua y media de Ciudad Real. El zagal más joven soñó tres noches, que en su descanso tuvo posada la cabeza sobre un tesoro soterrado, y de este modo se lo refiere a su padre que rechaza el sueño, pero la insistencia del hijo le decide a buscarlo removiendo ambos la tierra en el sitio señalado. A poco, los golpes de azada suenan a hueco y, a profundidad somera, vinieron a descubrir “un arca de ladrillo, muy bien labrada, dentro de la cual había otra de plomo y, en el interior de esta, otra de tablas muy fuertes, dadas con betún blanco, encerrando una imagen de María” que, por el color banco de la caja, llamóse, para siempre Nuestra Señora de la Blanca. El pastor envía al zagal a dar cuenta del suceso a Carrión, por pertenecer a su jurisdicción aquellos parajes. Toda la noche la paso el muchacho en recorrer tan corto espacio y, cosa singular, subió lomas y corrió veredas que no conoció nunca en sus frecuentes visitas a Carrión y que alargaban ahora su camino. Al amanecer, rendido de cansancio, cree, al fin, estar en esa villa, y con las murallas de la puerta de Calatrava de Ciudad Real las que reconocen sus ojos. Desalentado desanda el camino convertido en el corto, y conocido de siempre, comprendido entre Carrión y la majada. Cuenta a su padre el raro acontecimiento, quien, malhumorado, de día lo envía de nuevo, para evitar el extravio. Al cabo de andar y andar más de la cuenta, sin saber cómo, las murallas realengas aparecen por segunda vez, y por segunda vez el camino de retorno se hace corto. Padre e hijo, “en campaña” pretenden llegar al cercano Carrión y, por tercera vez, largo es el trayecto…y las murallas realengas topan. Tal prodigio le advierte que la Virgen de la Blanca quiere ser de aquí y no carrionera y deciden pasar a la ciudad y relatar lo sucedido. Cundió la noticia; acogióse con júbilo el milagro; salieron gente con el clero y las justicias, y en presencia de las de Carrión, que allá se llegaron conocedoras del buen suceso; concordes todos; desconsolados estos; gozosos aquellos; los de Ciudad Real toman posesión de la imagen, pero la dejan donde quiso mostrase a los pastores. Solo en grandes alegrías o en calamidades grandes, temporalmente, la traerán a Santiago para hacerle fiestas, novenas y rogativas.
Quizá de entonces radica el privilegio de posesión, pero no de jurisdicción, de Ciudad Real sobre el santuario, como, ya en el siglo XVI, lo hizo valer el Consejo de la ciudad.
Alcanzó inusitado auge la devoción a la
Virgen de la Blanca, que por Patrona la teníamos, pero decayó en la siguiente
centuria a medida que se acrecentaba la veneración a la del Prado, y tan
olvidada quedó en el siglo XVIII y tan maltrecha la iglesia, que empezaron a
profanarla pastores y ganados hasta que el párroco de Santiago, sin otra
autorización que la del Vicario, trasladó la imagen en 1774, al altar mayor de
su parroquia. Pensó en restaurar el santuario, a la sazón sin puertas ni
ventanas, y no logró termino a sus descos, por lo cual, “don Sebastián
Almenara, en 1778, pidió se le concedieran los materiales que aún quedaban y
las rentas, para darle culto” y colocarla en la bellísima y armoniosa capillita
–tan desvirtuada hoy a fuerza de rocalla pintada- donde la destruyeron en estos
postreros años.
En su última época, vestiduras de telas tenía la Virgen, según esa costumbre de mal gusto que tantos destrozos artísticos consumo. Fuera de ellas solo se apreciaba una mano desproporcionada, y los rostros de la Madre y del Hijo. Despojada de ropajes, lucía, casi integra, la belleza de la efigie. Poco correcto era el rostro, pero candorosa la mirada: La túnica, de escasos y plano pliegues, se cerraba con profusión. Sentada, en actitud maternal, apretaba la Virgen al Niño, contra su pecho, con la mano izquierda. El sujetaba el libro de la Ley y, con su diestra, bendecía la manzana que la Madre debió tener en la mano suplantada por la deforme que asomaba entre las ropas postizas.
-Pero… ¿y el artesonado famoso?
Dilatado seria poner en esta croniqueja su descripción y encarecer su interés. Quédese, hoy, esto aquí. Quédese para en otro día satisfacer tu curiosidad, y alcancemos la Virgen de la Blanca, de su Hijo, el favor de que cuando escriba, lo que escribir quiero, llegue a conocimiento del Excmo. y Rvdmo. Sr. Obispo Prior, mueva su cultura y decrete la ruina de la detestable bóveda yesera para que, de este modo, puedan clavarse nuestras oraciones, como las de nuestros antepasados, en el cielo del techo de madera de la nave central de la parroquia de Santiago. Y como, con sano y envidioso orgullo, enganchan las suyas los parroquianos de Almodóvar del Campo de Calatrava en el también magnifico artesonado de su iglesia.
Julián Alonso Rodríguez, diario “Lanza” jueves 20 de octubre de 1955
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