La crítica arquitectónica es saludable y
ayuda a la reflexión común de los que ejercemos la profesión de la arquitectura.
Cuando se hace desde el ejercicio profesional implica necesariamente asumir la
posibilidad del error propio tanto en sus obras como en sus opiniones. Pero, no
por ello debemos dejar de practicarla, es ejercicio saludable y necesario para
avanzar en la mejora de nuestra actividad.
El proyecto de rehabilitación parte de un edificio dado, al que conferimos un determinado valor, que queremos conservar y mantener. Nuestra actuación, al margen de protecciones legales o formales, va encaminada a recuperar esa arquitectura para nuevos usos, conservando y respetando aquello que histórica y culturalmente nos parece que merece la pena ser conservado, aportando los conocimientos, técnicas y soluciones formales de nuestro tiempo que enriquezcan el edificio y hagan posibles los nuevos usos. El Edificio de la Cámara de Comercio de Ciudad Real, construido por Arias como arquitectura de un momento histórico tiene las cualidades suficientes para merecer ser conservado y mantenido como referente histórico y como buena solución de arquitectura que resuelve problemas de inserción en la ciudad.
Uno de los elementos básicos de la
arquitectura de Arias es la configuración de los edificios en esquina y las
soluciones dadas a los volúmenes y tratamiento de la piel edificada. La
construcción se curva adaptándose a la forma del lugar en la que se sitúa pero
suavizando ese encuentro de esquina que por otra parte se enfatiza con el tratamiento
de la composición de esta zona del edificio. Y ello con una composición en la
que el plano general que define la forma del paramento exterior se perfora con grandes
huecos que se hunden y elementos que conforman una lectura del plano general que
compone el edificio. Los resaltos debajo de los huecos de las ventanas, las
formas de los planos que separan alturas, las cornisas superiores y otros
recursos formales, tratan de definir un lenguaje sutil que establece una
valoración del plano general. Y estos recursos formales sólo son visibles con
la presencia de la luz y el color. Porque la forma arquitectónica se hace
perceptible con la presencia de la luz y del color.
Un tratamiento adecuado de esta fachada debe entender los elementos que hay en ella y tratar de potenciarlos. Las formas y materiales preexistentes son importantes en la rehabilitación. Y frente a ello, en la rehabilitación realizada, se han marcado franjas horizontales, en la planta baja, que nada tienen que ver con la conformación del edificio y que deforman e impiden su lectura. En el edificio de Arias los pequeños contrastes de materiales (piedra, ladrillos, enfoscados) y los diferentes planos tienen una mejor lectura con colores claros que permiten que la luz y la sombra sean las que valoren los integrantes de su composición, Pero en un ejercicio de nueva lectura podría intentarse una coloración diferente, pero no contra la composición del edificio subrayando una lectura horizontal en su planta baja, que no está presente en su estructura original. Habría sido posible hasta una trasgresión tan total que hubiera roto toda composición, pero en ningún caso la superposición de unas franjas horizontales degradadas que carecen de toda lógica compositiva en relación con lo existente y que parecen m arcar una división del edificio en zonas ocupadas por el color degradado y la zona uniforme superior. Esa gradación horizontal, que a veces no se atreve a ser tal, manteniendo elementos de ladrillo visto tratados también de forma poco afortunada, o la gran masa coloreada superior establecen una difícil lectura de los planos de la composición y de la forma edificada.
Los materiales utilizados por Arias son
de gran sobriedad, pero asumidos y ejecutados con dignidad. Los planos enfoscados
se tratan con una textura que se alisa en los bordes, Las terrajas de los
rehundidos tienen su sutil molduración. Y todo ello se tapa con sus
desperfectos e irregularidades con una pintura aplicada torpemente que trata de
subrayar los hundidos de las franjas con cambios de tonalidad sin asumir la
verdadera y necesaria rehabilitación de la fachada.
Por otra parte, el color en arquitectura tiene también sus reglas y sus valores. Los gustos de los pintores de cámara han llevado a elaborar colores al óleo de gran calidad y belleza en sí mismos (amarillo indio, amarillo cadmio, tierra de Siena, azul de Prusia...) a veces con materiales totalmente exóticas. El óleo tiene, por esa tradición, mejores tonos que los acrílicos y otras modalidades. Porque sobre gustos hay mucho escrito. Los colores del "pintor de brocha gorda" procedentes de marcas y mezclas desconocidas son en sí mismos bastante terribles y producen resultados igualmente malos. El color "naranja", por denominarlo de alguna manera, de la parte superior del edificio es un tono desafortunado, cuando menos, en la gran masa superior del edificio. Y los degradados de la parte inferior, procedentes de mezclas entre sí de dos colores producen una sensación escolar bastante decepcionante. De nuevo ese intento de acentuar la composición horizontal con el uso de graduaciones que tienen la torpe lógica de la mezcla de dos colores en diferentes proporciones. Las composiciones de tonos dejan mucho que desear en una arquitectura del color que tiene excelentes ejemplos en arquitecturas tradicionales o cultas.
Los colores son alegres o tristes dependiendo de las culturas y de su s usos. En esta región, y en muchos lugares del mundo, el blanco sigue siendo uno de los colores más alegres que existen y los pueblos encalados tienen una vitalidad y un reflejo de la luz que destrozaríamos con la "alegría" de otras tonalidades. El color tiene más que ver con su inserción en la arquitectura construida y en el entorno urbano en el que se sitúa.
El edificio tiene, en sí mismo, la
calidad de una construcción que contrasta con un torpe entorno y que debe establecer
ese contraste en el mantenimiento de la sobriedad de su concepción, de la
calidad que procede del detalle, de la volumetría y sencillez de sus trazados,
de los valores de una arquitectura racionalista que no hay que enmascarar con
disfraces de colores, sino valorar en su sencillez y calidad de composición.
El edificio de la Cámara de Comercio continúa siendo, por suerte, un edificio público, utilizado ahora por una Consejería de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. Por ello, su arquitectura debe ser ejemplarizante, como toda la arquitectura pública. Sigo pensando que el tratamiento de colores aplicado en su fachada es un error grave que debería corregirse. Hay experiencias que no resultan bien y esta es una de ellas. Afortunadamente su corrección no implica graves daños ni gastos y merecería la pena recuperar una imagen de las pocas arquitecturas de esa época que quedan en nuestra ciudad, con un escaso patrimonio histórico. La capacidad de crítica arquitectónica, de reflexión y de mejora de lo ejecutado es un valor que enriquece el proyecto de arquitectura y que debería ser también una buena práctica. La obra no se acaba simplemente con el final de una actuación determinada. Hay elementos que se detectan en su funcionamiento, en su recepción social, en el comportamiento de determinadas soluciones constructivas que requieren ajustes y complementos. No es la debilidad de la capacidad creadora del arquitecto, sino la señal de que la obra de arquitectura se adecúa a la realidad funcional y social a la que sirve y se enriquece con la reflexión y el paso del tiempo.
Diego Peris en “Formas de arquitectura y arte”, número 11, 2º trimestre de 2005