Sor Bárbara, sor Flora, sor Amparo, sor
Inés, sor Anastasia, sor Cecilia, sor Gumersinda... , seguro que estos nombres
significan mucho en el recuerdo de las gentes de Ciudad Real y su provincia.
Para bastantes personas estos nombres están asociados a importantes recuerdos
de infancia y juventud mezclados con olor a tinta ya tiza a patio de recreo, a
largas horas de clase y estudio al rigor disciplinario de toda una pedagogía
claramente definida. Son nombres que se recuerdan bajo el murmullo machacón de
un rezo interminable mientras se esperaba impaciente la hora de salida o se
pasaban de mano en mano, con riguroso secreto los mensajes escritos en trocitos
de papel celosamente doblados y guardados.
Generaciones enteras de abuelas, madres e hijas han pasado por el centro de la calle Calatrava 21 de Ciudad Real, donde está ubicado desde hace ya un centenar de años el colegio de San José, siempre bajo la tutela y el empeño de las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Todo empezó un treinta de agosto de 1889. Un escudo del colegio nos revela sus orígenes, cuando el Señor Obispo, José María Rancés y VilIanueva, prior de las órdenes militares de Ciudad Real decidió fundar un centro para la educación integral de las niñas, bajo la protección del Patriarca San José, que da nombre al colegio.
Un total de cien alumnas y cuatro Hermanas de la Caridad repartidas en cuatro aulas iniciaron la andadura. Un siglo es un largo período de tiempo durante el cual han ocurrido sin duda, muchas y curiosas historias cargadas de humanidad, todos esos inolvidables recuerdos y aventuras que las antiguas alumnas han vuelto a rememorar cuando se encontraron el último fin de semana después de muchos años en el renovado patio de recreo.
En el colegio de siempre se dieron cita compañeros de entonces que hoy han llegado a ser importantes personajes en la vida cultural y social. Porque al colegio de San José, como a casi todos los privados, se le acusa de haber sido un centro elitista, punto de encuentro de las clases económicamente privilegiadas que por calidad o conveniencia social matriculaban a sus hijos en las instituciones de mayor prestigio. Sor Benigna, priora del colegio comenta así este tema:
-«En realidad. a este colegio han venido alumnos e todas las clases sociales. El error es que estaban separados, porque la sociedad de la época era así y el ambiente, de alguna manera, así lo exigía. A nosotras nos dolía esta separación por clases, porque por vocación las Hijas de la Candad estamos destinadas a favorecer y ayudar a los más desprotegidos de la vida y la fortuna. Por lo tanto nosotros damos preferencia a los que más necesitan.»
Como siempre las cuestiones económicas
lo enredan todo:
-«El problema es lo costoso que resulta sostener un centro de este tipo y para mantener la caridad cristiana hace falta alguien que ponga los medios. Parte del mantenimiento del colegio se consigue gracias a los que pagan. Pero ahora ya no hay estas diferencias todos los alumnos están juntos sin discriminación alguna y todos los que lo solicitan son admitidos. En centro se mantiene porque todo nuestro trabajo lo invertimos aquí y además ahora estamos concertados con el Ministerio de Educación y Ciencia y así es también más fácil.»
Realmente las cosas han cambiado. Los conceptos pedagógicos han evolucionado y los medios educativos y profesionales con los que se cuenta son diferentes. El colegio de San José ha ido adaptándose y cambiando paralelamente a su entorno. Quizá por eso ha sabido mantenerse durante cien años. Las cuatro aulas iniciales se han convertido en cuarenta y las cien alumnas son ahora mil seiscientas.
«Una huella Imborrable»
Sor Benigna profundiza en el espíritu del centro.
-¿Cuál es la filosofía que lo inspira?
-Aquí pretendemos una educación
cristiana de forma integral. Esta formación abarca a todos los aspectos de la
vida no sólo humano e intelectual, sino también trascendental, pensando en un
más allá y en una formación completa, moral, religiosa, ética y de todos los
aspectos que integran a la persona.
-¿El paso por este colegio, «marca» de
alguna manera a las alumnas?
-Un colegio que marca historia, como es
el colegio de San José, indudablemente, deja grabado en el alma un sello
indeleble, una huella. Esas personas se caracterizan por esa semilla que se ha
sembrado en ellas, relacionada con lo que han vivido y sentido dentro del
colegio. Yo he conocido antiguas alumnas que en momentos críticos y dolorosos
de su vida ya adulta les ha sostenido la mirada de la Virgen Milagrosa que
habían contemplado de niñas ante la cual habían rezado.
Veintiuna
Hermanas de la Caridad
Generaciones enteras han conocido a la acogedora y siempre amable sor Estefanía que tiene ochenta y seis años y lleva sesenta y cinco en el colegio. Su lugar estaba en la portería y su servicio era siempre amable y cariñoso. Su imagen será siempre difícil de olvidar. Junto a ella, sor Esperanza y sor Concepción son las dos hermanas de mayor edad. También sor Vicenta que, junto a sor Estefanía, fueron las únicas que permanecieron en Ciudad Real durante la Guerra Civil, cuando el colegio se convirtió en un hospital de sangre. Las dos hermanas trabajaron duro para poder reanudar las clases en 1939. En la actualidad veintiuna religiosas forman la congregación de Ciudad Real de las que no todas se dedican a la enseñanza.
De casi todos los puntos de España llegaron a la fiesta del centenario alumnas, ahora ya madres y abuelas, para encontrarse en su viejo colegio. Allí estaban las mellizas Puig, María del Carmen Martín, Concha Sánchez, Oiga Moya, Felicia Arroyo, Mayte Rincón, las hermanas Prado, las hermanas Lérida y tantas otras que compartieron inolvidables años de juventud. Algunas de ellas permanecieron más de veinte años en San José.
Para rememorar todos los años desde su fundación, sor Mercedes, sor Amparo, sor Dolores y sor Josefa han montado una exposición donde cronológicamente se pueden admirar fotografías, orlas, becas, labores ..., en definitiva toda una historia en imágenes de la evolución del colegio.
En el salón de actos el telón volvió a alzarse. Era como una retrospección a las antiguas comedias ensayadas con machaconería para que todo saliera perfecto. El mismo entorno, las mismas caras, los mismos nervios, los mismos efusivos aplausos. Sólo había una diferencia: el tiempo. Son ahora otras circunstancias, otras situaciones, otras ilusiones y muchos, muchos recuerdos. Por la noche discursos, agradecimientos, un recuerdo emocionado para las desaparecidas. Pradito Lérida entregó, en nombre de las antiguas alumnas una placa conmemorativa a sor Benigna que no pudo evitar una lágrima de alegría.
Revista Bisagra 14 de mayo de 1989
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