Fue famosa la exposición de Zaragoza del
año 1908, a la que concurrieron la Casa Real y casi todas las provincias españolas
con sus mejores obras de arte, tanto de valor histórico como en joyería, oro,
plata, tapicería, etc. Obras muchas de ellas de valor incalculable,
catalogándose como únicas en su género. Fue un éxito completo del que se habló
mucho.
Allí se exhibió la famosa Virgen de la Vega de Salamanca, de gran valor arqueológico. Figuró el Evangeliario, sobre el cual juraban los reyes de Navarra. La preciosa, de Rocesvalles, pequeña imagen de la Madre de Dios, estimada por su tradición y belleza. Un cáliz del siglo XIV, donado por el Gran Maestre de la Orden de San Juan, Fernández de Heredia a la iglesia de Caspe; en este cáliz dijo la misa del famoso Compromiso San Vicente Ferrer. Otra joya fue el Relicario de Carlo Magno. La ciudad de Daroca envió su archifamosa custodia llamada del milagro de los corporales, acaecido en el año 1238, que transcurriendo el tiempo, indujo al Papa Urbano IV a instituir la fiesta del Corpus Christi, y otros tantos que pasaron de ciento en número.
Ciudad Real no podía faltar a esta magna concentración de obras de arte y envió su famoso Portapaz de los Caballeros de Uclés, obra maravillosa de Francisco Becerril, firmado en Cuenca en 1565, y que fue calificada como sin par posible, llamando poderosamente la atención. Su procedencia fue, que al quedar convertida la iglesia de Santa María del Prado en Catedral del Obispado Priorato de las cuatro Órdenes Militares, por medio de la Bula Ad Apostolicam, expedida por Pío IX el 15 de noviembre de 1875, fueron varias las joyas trasladadas aquí, procedentes de las antiguas y poderosas milicias de Calatrava, Santiago, Alcántara y Montesa. Su descripción es conocida y por ello la paso por alto.
También procedente del Monasterio de
Uclés, casa matriz durante muchos años de la Orden de Santiago, vino a Ciudad
Real otra joya de valor histórico: la silla de Uclés. En el capítulo de
caballeros santiaguistas, la silla presidencial, no era sólo el asiento
privilegiado del Gran Maestre, sino que tenía la misma significación que la
antigua silla Eural de los romanos y el trono de los reyes, con quienes la
Orden de Santiago llegó a rivalizar sobrepujándolo muchas veces en poderío y
derecho a administrar justicia. ¡Cuántas veces desde esa silla se tomaron
grandes decisiones en el porvenir de España y de la Orden, por los Grandes
Maestres!
A primera vista por su color, parecía de ébano o palo santo. Su altura era de seis metros y 1’13 de ancho. Constaba de asiento, brazos y respaldar con doselete. El asiento fijo y carecía de ornato. Los brazos y parte baja del respaldar hasta el doselete estaba cuajada de caprichosa tracería, relevada con rosetas y bifolios falcados. Esta silla debió labrarse en los últimos años del siglo XV, o muy poco después. En nuestra Catedral ocupó diferentes sitios y pasó por varias fases, desde el mayor olvido hasta ocupar sitios preeminentes, uno de ellos en la capilla que costeó el obispo don Casimiro Piñera, de tan grato recuerdo.
También de nuestra capital y provincia salieron sillerías famosas, tales como la de la iglesia de la Universidad de Almagro, que fue a parar a la de los jesuitas de Ocaña, y la del convento de Santo Domingo, antigua Sinagoga mayor de Ciudad Real, que fue trasladada a la de Torralba al desaparecer este histórico edificio, digno de mejor suerte.
José Rodrigo Rico. Diario Lanza, viernes 24 de marzo de 1967
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