Después de una larga ausencia he vuelto
a pasar unos días en Ciudad Real. La ciudad de Ciudad Real como con graciosa
redundancia escribían nuestros antepasados en documentos que ya pertenecen a la
Historia. La población continuadora de Villa Real, la grande e bona villa que
fundara el rey Sabio, para tener un lugar de realengo en un territorio que
gobernado por las Ordenes Militares de San Juan, Santiago y Calatrava, a las
que se había otorgado la defensa de la tierra que durante tiempo fue frontera
del reino castellano.
Mucho tiempo me ha parecido el que faltaba de la noble ciudad manchega, porque siempre es largo el periodo de separación de los lugares donde se ha sufrido y se ha gozado, estos son mis recuerdos de nuestra capital y sobre ellos nada más digo. No ha sido a mi solo al que le ha parecido largo mi periodo de ausencia, muchos amigos míos, muchos hijos de amigos de mi padre, que también son amigos, así me lo han dicho, gratitud han despertado en mi ánimo sus palabras y desde aquí les envío mi saludo muy cordial y muy afectuoso.
He vuelto a vivir entre vosotros, he vuelto a gozar y a sufrir, que eso a fin de cuenta es la vida. Pero he de hacer constar que en esta última permanencia en Ciudad Real han sido muchas más las alegrías que los sufrimientos, aunque estos últimos tampoco han faltado y parte de ellos producidos por las reformas urbanísticas a mi modo de ver un tanto atrevidas en una ciudad que debe ser un enlace entre la austera y ejemplar Castilla la Vieja y la alegre y simpática Andalucía. En fin, lo hecho y lo destruido, lo doy por bueno, entre otras razones porque las lamentaciones y la crítica destructiva a nada conducen.
La plaza mayor se arregla con acierto y buen gusto y cuando todas sus casas sean uniformes con el último modelo y a éste se le hayan suprimido ciertos barroquismos que no son oportunos, ha de quedar maravillosa.
La calle de Toledo conserva felizmente su tradicional fisonomía y es de esperar que a base de lo que hay dentro de su estilo tradicional y manchego, con sus rejas puertas y ventanas y las que se pueden llevar de lo que se destruye, será una vía típicamente manchega y ciudarrealeña, donde predomine la cal, el hierro, el verde de las puertas y la gran alegría de flores y plantas en balcones y ventanas; déjese la gran vía que necesita nuestra capital, para otro lugar.
Dos espinas me he traído y quiero
hacerlas públicas por si tuviesen remedio. Una es la demolición del Convento de
Religiosas Dominicas. ¡Como es esto posible! La portada de la iglesia es magnífica
y con una imagen de la Santísima Virgen que ha resistido todo un siglo
turbulento e iconoclasta. ¿Podría salvarse el edificio? Yo creo que sí, hoy en
día en arquitectura se hace lo que se quiere; pero sobre esto los técnicos tienen
la palabra. Lo que sería lamentable es que aquel barrio que empieza en la
Puerta de Toledo y termina en la calle de la Mata, pierda su fisonomía que
puede ser un conjunto encantador, para los que a Ciudad Real queremos de verdad
y para los forasteros que han de venir a visitar nuestra ciudad.
La otra preocupación que traigo es el palacio marquesal de Casa Treviño, también he oído que está destinado a ser destruido. Esto sería horrible para Ciudad real, en nada debe perjudicarse a sus actuales propietarios, todo lo contrario, déseles las facilidades y compensaciones que sean precisas porque ello es lo justo, pero hágase todo lo posible por salvar ese magnífico edificio que da prestancia y empaque a nuestra población y que hace del Prado un lugar apacible y simpático; sería horrible se rompiese su armonía con un absurdo rascacielos en desacuerdo con las tradiciones españolas y por lo tanto manchegas, ya que ser de nuestra región a mi modo de ver es la mejor forma de ser español.
Ahí van mis recuerdos, mis impresiones y sugerencias; todo va lleno de espíritu de colaboración y con el gran deseo de hacer de nuestra ciudad, un modelo, que sin prescindir del pasado, acepte el presente de forma elegante y española, que a fin de cuentas es la mejor forma de saber vivir. Porque como tiene dicho el Caudillo, bien se puede sentir el orgullo de ser español, ya que cuando el orgullo es santo, su verdadero nombre es dignidad.
Por el conde de la Cañada. Diario “Lanza”, 29 de junio de 1969
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