En Ciudad, Real se
le llamaba "ir de chatos", Supongo que por lo mismo que, en otros lugares
"de chiquitos"; porque el vino servía en unos vasitos cortos. y
anchos, rechonchos, chatos, que apenas sé mediaban de un vino "de
pasto" que nada tenía que ver con el de ahora... y la inevitable tapa, que
continúa siendo la esencia de los vinos y las cervezas servidos en nuestras
barras. Con la ayuda de la tapa y la brevedad del chato era posible aguantar
visitas a distintos mostradores, en un intermitente periplo de paseos y paradas
que algunos castizos, en una especie de trivialización del enérgico nacional-catolicismo
del cabo entre los cuarenta y los cincuenta, llamaban el "Vía Crucis".
En ese ritual peripatético deparada en parada, de estación en estación, era
difícil emborracharse; aunque fácil alegrarse.
Claro que no todos
los locales de la época eran los más idóneos para tal fin, por ejemplo El "Bar
España". El "España" era otra cosa: un café, trasunto de los
clásicos de otras ciudades, en el que se podía tomar algo más sofisticado, que
el popular chato, como orgullosamente pregonaba en sus ventanales. Mesa y sofás
invitaban a sentarse, a estar y no solo a pasar. Allí se planteaban y remataban
grandes negocios entre su heterogénea clientela se podía encontrar de todo:
importantes tratantes, como Emilio Rodríguez Arévalo, que cerraban un trato en
la presencia o cercanía de la bravía mujer llamada Quintina; que ejercía su
oficio carretero con la profesionalidad y energía de cualquier mozo de pelo en
pecho, pionera de un movimiento feminista del que nunca precisó para no
sentirse marginada por su condición de mujer; y más allá, sólo en su mesa,
sumido en el ruido y espeso humo del tabaco no generados por él, el catedrático de Física y Química del único
Instituto de Ciudad Real, don Carlos López Bustos, leía o escribía ante la
única consumición de un café. Todo cabía y encajaba en este clásico café-bar
que sirvió también de escuela de camareros y empresarios del sector. Pero sus
rectores, la familia Cárdénas, diversificaban su actividad. Atendían otras barras
como la instalada en el patio del antiguo Colegio de la Asociación de Obreros y
Empleados de los Ferrocarriles de España, en el que se celebraba la
"Verbena de la Ferroviaria", alternativa entre proletaria y mesocrática de la más
elegante y elitista que instalaba sus reales en la glorieta de la Fuente
Talaverana, también en el parque. Y fue también la misma familia quien instaló
la "Fábrica de Hielo" en la calle de Alarcos, cuando los indústriales
y los particulares felices propietarios de neveras demandaron este gélido
material de confort. El montaje del entramado de serpentines, tubos y llaves de
sus instalaciones precisaron de las habilidades en la soldadura de un conocido
y veterano mecánico del automóvil, Dionisio Grande... poco antes de
incorporarse a la "mili". Sin embargo, la "Fábrica de
Hielo" ha sido algo más que una industria auxiliar de la hostelería.
Durante muchos años, hasta la reciente desaparición de sus locales, fue una
especie de club donde grupos de amigos, peñas y otros colectivos han tenido su
lugar de reunión gastronómica, social, y hasta política. Tengo para mí que el
rescate y narración de las reuniones celebradas en este lugar podían facilitar
el conocimiento y comprensión, de algunos capítulos de la historia reciente de
Ciudad Real.
D. L. SANCHEZ MIRAS. DIARIO “LANZA”, EXTRA FERIA DE
CIUDAD REAL AGOSTO 1993
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