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lunes, 9 de octubre de 2023

HACE MÁS DE CUARENTA AÑOS… (III Y ÚLTIMO)

 

“Granito de Oro” en la calle Libertad en los años cincuenta del pasado siglo



Alguna de esas tabernas desapareció antes; pero otras, como "Alañón" o su próxima "Jara" forman parte de la experiencia de gentes maduras, no necesariamente viejas. Y ello, por no hablar de la mítica taberna "Grano de Oro" que conservó hasta el final el aire aflamencado de su dueño, que con tal nombre anduvo por el mundo de los toros como novillero y banderillero y que, como la taberna de "Paco", hoy también desplazada de la Plaza Mayor, conoció de postreras, "puestas de moda" por parte de jóvenes que quisieron ser bohemios.


kiosco “Mari Flor” situado al final del Parque de Gasset en 1951



El parque conoció en el año cincuenta la presencia de dos kioscos de imborrable memoria. El uno, pese a su nombre de "Mary Flor", fue más conocido como "El Tropezón", supongo que porque allí se tropezaba en el habitual paseo en el parque o en el comienzo de la carretera de Puertollano. Su barra y terraza resultaban especialmente atractivas en las soleadas tardes de invierno, y en las mañanas y noches de verano. Parece ser que su desaparición se debió a la extinción de la concesión administrativa que le permitió en su día establecerse junto a la Cruz de los Casados. Pero, para muchas generaciones, el paso por allí nos sigue resultando extraño, porque echamos en falta algo. Lo echamos de "menos como el toque estético del otro kiosco de la entrada, el de Manolo Portillo, que perdió encanto en su sustitución por otro más grande, pero menos adaptado al entorno, y que ahora ha consumado su transformación de heladería o churrería (lo que no está ni bien ni mal) y de kiosco o, barracón (lo que está rematadamente mal).


El kiosco “Manolo” se encontraba al inicio del Parque de Gasset



Aunque para los de mi generación, para los que en el año cincuenta nuestra poca edad nos mantenía apartados de la práctica del chateo, no deja de estremecernos la imagen de esa antigua y humilde fábrica de sifones y gaseosas, tan parecida a las que hubo en el Prado o en la calle Montesa; en los que la chiquillería de entonces hacíamos cola en las calurosas tardes dominicales de verano para obsequiarnos con un botellín de gaseosa, a veces compartido, cuyo sabor y agradable cosquilleó en la nariz es difícil de olvidar. Y es que en el año cincuenta, para un chico normal, una pequeña gaseosa o incluso media, bebida en el fragor de su fabricación, podía constituir todo un festejo.

D. L.  SANCHEZ MIRAS. DIARIO “LANZA”, EXTRA FERIA DE CIUDAD REAL AGOSTO 1993





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