Podía ser un buen
lugar en el que recalcar en el periplo del "chateo" el bar "Los
Candiles" de la Plaza Mayor. Desde su antigua imagen, una niña vestida con
el negro uniforme coronado por un cuello de celuloide blanco, que pregona su
condición de alumna del Colegio de "San José", pone una nota ingenua
en la imagen de estos locales casi exclusivamente reservados a hombres. Cuando
el dueño de este bar cuya antigua andadura por el mundo del automóvil debió
justificar su sobrenombre de "válvula"- se decidió a trasladarlo a su
actual ubicación en el parque, perdió su condición de "estación", de
parada en el circuito del chateo para convertirse en otra cosa. Lo que no ha
ocurrido con "Los Faroles", que con la castiza calificación de "colmao", sigue fiel a su primitiva
localización y estilo.
Nunca fue la barra
del desaparecido Casino lugar propicio pura la práctica del chateo. Se
reservaba para consumiciones más elegantes y, en cualquier caso, como la
intendencia de sus salones, reservados a sus socios y familiares en los que
cuando no había bailes (por supuesto "de sociedad") el único sonido
que se imponía al suave rumor de las tertulias era la música clásica, pero sin
complicaciones, que interpretaba con brillantez al piano el asténico
"Maestro Bermúdez", porque el chasquido de las fichas, enérgicamente
colocadas en el mármol de las mesas, quedaba amortiguada por el deliberado
confinamiento del "salón de dominio". En la fotografía, fuera de la
barra, los camareros empleados del Casino. Uno al menos, se jubiló como tal, y
con tan gran acomodo a su función, que en los largos periplos bandeja en mano,
de ida o vuelta a las mesas, aliviaba alguna consumición con un disimulo no siempre
coronado por el éxito.
Para el noctámbulo, o simplemente trasnochador, nada mejor que el "Bar Cascorro". Situado frente a la antigua estación de ferrocarril en la desembocadura de la calle de Ciruela, la involuntaria complicidad de viajero aseguraba compañía de día y de noche. En caso de querer prolongar el copeo más allá de los horarios habituales se podía contar con "El Cascorro" que por eso y hasta su cierre pasó a llamarse "Noche y Día". Fue la alternativa animada y lúdica de la Fonda de la propia Estación, con su aire un tanto impersonal, repetido, a lo largo de las líneas férreas. Los cafés, bares o cervecerías no tenían la exclusiva del chateo, barras más humildes brindaban ocasión de apurar chato y conversación. A veces, esos locales obedecían a designios río estrictamente empresariales, como el de la "Peña del Deportivo Manchego", en aquella época en permanel1te y casi siempre desfavorable pugilato con el "Calvo Sotelo", y hasta la "Guardia de Franco" conoció su propio establecimiento. Pero, en general, duraban poco. Les faltaba alma, esa especial idiosincrasia que hace un local atractivo con independencia del lujo de su instalación y hasta de algunos aspectos higiénicos, y por eso nunca adquirieron la página de las más humildes tabernas y bodegas, a veces instaladas en sótanos o semisótanos en las que se podía beber el chato en la barra, la botella en la mesa, o hasta comprar el vino del día para la casa. Quizá la clientela habitual no fuera muy elegante; pero sí sencilla y entrañable; aunque no era raro ver por allí (sobre todo unos años, más tarde) estudiantes y otras gentes, desinhibidas, que iban a beber por poco dinero, para acompañar la asadura encebollada, los menudos y para mí siempre patéticos cadáveres de pajarillos fritos, o humildes patatas asadas en algún bidón de chapa convertido en rudimentario, pero efectivo hornillo.
D. L. SANCHEZ MIRAS. DIARIO “LANZA”, EXTRA FERIA DE
CIUDAD REAL AGOSTO 1993
Como lo recuerdo
ResponderEliminarEl bar Casvorro