El historiador Antonio Martín de Consuegra Gómez publica su segundo libro sobre los enfrentamientos de la entonces provincia manchega, y “los cuatro años de convivencia forzada y a veces de colaboración idealista” en la ocupación francesa
¿Cómo la Ciudad Real de hace más de dos siglos, entonces capital de la provincia de La Mancha (incluía a parte de Albacete, Toledo y Cuenca), entró a formar parte del mapa de la guerra contra Napoleón a principios del siglo XIX?
Es el quid sobre el que el historiador local Antonio Martín de Consuegra Gómez lleva años investigando en distintas fuentes, incluidos archivos militares franceses, para bruñir la respuesta de un pueblo comprometido con su tiempo y leal a la tradición, que supo reaccionar a la invasión canalizando su descontento. Fueron manchegos que formaron parte “del triunfo español”, a través de su participación en defensas y ataques mínimamente organizados, en los que tuvo un destacado papel el regimiento de las milicias locales de Ciudad Real. Este cuerpo, ahora Regimiento de Infantería, fue creado en 1734, y fue en el que el general Baldomero Espartero comenzó su carrera militar como soldado en noviembre de 1809 en Almuradiel, cuando contaba con 15 años.
La ocupación francesa de Ciudad Real comenzó el 27 de marzo de 1809, según el investigador, coincidiendo con la batalla que mantuvieron los ejércitos español y francés durante 16 horas a seis kilómetros de la capital, entre los puentes Nolaya y del Molino del Emperador sobre el río Guadiana.
El enfrentamiento, que perdieron los nacionales, por su inferioridad tecnológica y de personal, conforma el nudo de varias producciones literarias de Martín de Consuegra, la primera con el libro de 2009 ‘Napoleón en La Mancha, la Ocupación Francesa de Ciudad Real, 1809-1813’, traducido al francés y al inglés, y la segunda con una versión ampliada de ese minucioso trabajo titulada ‘La Mancha contra Bonaparte’ que acaba de ver la luz.
Es una publicación de Círculo Rojo que abunda de una forma directa y amena en los cuatro años de “convivencia forzada” entre franceses y españoles en el territorio manchego, a veces “con una colaboración idealista”.
El libro cuenta con un centenar de páginas y está estructurado en seis capítulos, desde los antecedentes del propio conflicto internacional a finales del siglo XVIII, hasta “la liberación y los reajustes”, en el caso de Ciudad Real con la entrada del teniente general Novillo en julio de 1813 para ratificar la reposición de la autoridad española con la regencia de Fernando VII (aunque era absolutista). Igualmente, un año después (en julio de 1814) la ciudad celebró la victoria de la Batalla de Waterloo (junio), que marcó el fin del poder de Bonaparte, con una misa “te deum” en la Iglesia de Santa María del Prado y un baile posterior en la Plaza Mayor.
Ciudad Real
contaba con poco más de 7.000 habitantes cuando se inició la guerra
revolucionaria y fueron el espíritu patriótico y el acatamiento a las
instrucciones de las instituciones españolas, tras el Motín de Aranjuez, los
que marcaron la acción de los manchegos en la confrontación.
El comienzo
Desde el principio, los ciudarrealeños mantuvieron adhesión al rey Fernando VII y el rechazo al impuesto rey José Bonaparte, con estallidos de “la ira popular” entre el pueblo, que acabó a principios de junio de 1808 con la declaración de la guerra a los franceses por parte del Consejo Abierto y la proclamación de la lealtad al rey Fernando VII.
Antes, el 5 de mayo el Ayuntamiento anunció esta adhesión en la Plaza Mayor ante sus vecinos, quienes, de manera espontánea, se dirigieron a la iglesia de Santa María del Prado, hoy catedral, cogieron un estandarte con la imagen de su patrona, la Virgen del Padre, y lo pasearon por las calles del centro, para después colgarlo en el balcón de la Casa Consistorial, junto a un retrato del rey Fernando VII. “Había comenzado la cruzada contra el invasor”, al igual que ocurrió en otras ciudades españolas.
Hubo muchas más respuestas a la conquista en la capital, según narra Martín de Consuegra, como la algarada del 28 de mayo de ese año, en la que fue hecho preso y abofeteado el corregidor Valentín Melendo Gómez, acusado de ser partidario de Manuel Godoy. Tuvo que ser protegido por el vicario de José Ortega Canedo, quien, a su vez, varios días después, propuso a Diego Muñoz como nuevo corregidor.
Los escarceos de las guerrillas en la provincia de La Mancha -que abarcaba hasta el este y sur del actual Albacete, los Montes de Toledo, el sur de Cuenca, y el norte de Córdoba y Jaén, con Pozoblanco y La Carolina- fueron incontables e importantes en la historiografía nacional, con un papel muy importante de las juntas de defensa, en el caso de Ciudad Real con la provincial de La Mancha, y las locales de Ciudad Real, Almagro, Valdepeñas, Manzanares, Daimiel o Alcázar de San Juan.
Especial mención hace Martín de Consuegra al combate de Valdepeñas del 6 de junio de 1808, cuando a las ocho y media de la mañana, entre toques de arrebato, comenzó el ataque francés en la calle Real, en el que destacó la heroína Juana ‘La Galana’, que luchó cuerpo a cuerpo armada con una porra. También sobresalió en el combate callejero Francisco Abad Moreno ‘Chaleco’, quien, tras perder a su madre y a un hermano en la lucha, organizó una partida de caballería que llegó a tener 400 hombres que combatieron en las provincias de Jaén y Cuenca, incluso en la batalla de la toma de del castillo de Consuegra de 1812.
En total, fueron incendiadas quinientas casas del norte y oeste de la villa.
A principios de 1809, los ciudarrealeños conocían la ofensiva francesa y, por ello, el jefe del ejército de la Mancha, el teniente general, Conde de Cartaojal, desplegó a sus efectivos por la zona central.
Fueron meses muy
exasperantes y de alerta, en los que se produjo uno de los hechos más
estudiados por el historiador ciudarrealeño, como fue la batalla de Ciudad Real
entre el 26 y 27 de marzo, donde se enfrentaron el teniente general José de
Urbina y su homólogo francés François Bastien Sebastianini. Fue una batalla
desigual, en la que “un ejército defensivo no supo y no pudo contener a un
ejército de grandes y rápidos movimientos”.
Ocupación
El historiador también recoge en otro capítulo el momento de la ocupación y la guerrilla entre 1809 y 1813, una vez las tropas francesas entraron en la capital el 27 de marzo por la puerta de Toledo y en las calles inmediatas, según relata, comenzaron a disparar sobre todo lo que encontraban. Las tropas napoleónicas mataron a civiles, violaron a mujeres y “cometieron robos en varias iglesias donde profanaron sepulcros y destruyeron mobiliario.
Los años de ocupación también fueron muy duros para abastecer a los regimientos, como las 40.000 raciones de galleta y más de 3.000 litros de aguardiente, además de zapatos, que exigieron los franceses a los manchegos. “Era una gran carga para una comarca ya arrasada por las epidemias de 1804 y las escasas cosechas”, recoge el libro, que será presentado este viernes en la Casa de la Ciudad.
Frente a las reacciones ante el invasor hubo también un sector de afrancesados, procedentes en su mayoría de las élites, que constituirán el grupo selecto de colaboradores a los que las autoridades francesas confiaron la práctica totalidad de los cargos administrativos y políticos en las poblaciones de mayor entidad.
Pero también hubo
gente acusada de afrancesada injustamente, solamente por ser ilustrada, como
fue el caso del sacerdote de la parroquia de Santiago, Sebastián de Almenara,
en 1811.
Vacío histórico
Todos estos hechos han sido rescatados por Martín de Consuegra en su libro, con el objetivo de “cubrir el gran vacío histórico del papel de Ciudad Real en la Guerra de independencia”.
Hay, recuerda, incontables referencias historiográficas sobre la expansión napoleónica fuera y dentro de España -conocidas son batallas como la de Bailén o los sitios de Zaragoza y de Cádiz-, “pero es poco o nada lo que conocemos sobre la guerra y los guerrilleros en nuestra provincia”, en especial sobre la batalla de Ciudad Real, “importante en Francia y desconocida en España”.
También es destacable, según el estudioso, la extensión de la provincia manchega, con 20.000 kilómetros cuadrados -desde Agudo a Villarrobledo, y de Ocaña a Almuradiel- que dieron para desarrollar muchas tácticas militares contra el enemigo invasor, incluso para mostrar apego y para servir al rey José Bonaparte.
En conjunto, Martín de Consuegra, pretende “sacar del olvido y tratar de dar voz a los sin voz”, a un “puñado de valientes manchegos”, a través de hechos y acciones que “aunque pequeñas fueron significativas en la historia de Castilla-La Mancha y de España”.
Después vino el
periodo ominoso con la vuelta de Fernando VII, que negó honores, recuerda el
estudioso, a héroes como el general Lacy que luchó en ‘La Sorpresa de
Torralba’. Fue un tiempo en el que algunos ilustres guerrilleros como el ‘El
Locho’ simpatizó con el monarca antiliberal dentro de otro escenario de
tensiones nacionales. Pero eso “forma parte de otra historia”, concluye el
historiador.
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