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domingo, 16 de mayo de 2021

UN SIGLO DE PEQUEÑA HISTORIA PROVINCIAL (I)





El excesivo centralismo estatal, impuesto por una Administración con antigüedad de siglos, nos había llevado a una situación de absurdos ataderos y dependencias. La construcción de un establecimiento benéfico, de una carretera, o de una escuela simplemente, precisaba de unos trámites que se hacían eternos: petición, instancias, oficios, asesoramientos, dictámenes, inspecciones, aceptación, anteproyecto, proyecto, presupuesto, subastas, concesión y todavía, después de gestiones múltiples, dilaciones, inconvenientes y obstáculos, se llegaba finalmente –o no se llegaba, a veces- hasta algo positivo y eficaz. Era todo un calvario administrativo, con papeleo burocrático, promesas, viajes, gestiones, antesalas, negativas y afirmaciones alternadas, para lograr la construcción final. Por todo ello, decimos alguna vez la frase tajante:

-¡Hasta para respirar, tenemos que pedir permiso a Madrid!

Las Diputaciones Provinciales vinieron a resolver en parte -¡sólo en parte!- esta anticuada organización excesivamente centralizadora. Paulatinamente, las provincias recabaron y consiguieron una independencia relativa. Algunos de los muchos problemas que atosigaban a los pueblos podrían resolverse ya sin necesidad de acudir al poder central, absorbente en demasía. Las Diputaciones, cuya existencia estuvo en peligro, pues hasta se habló de su posible supresión, cobraron impulso nuevo, se rehabilitaron y ganaron fortaleza y vigor. Tenían ¡al fin! Personalidad propia, ingresos fijos y misión concreta. La Diputación –con tratamiento de “Excelentísima”  y todo, ¡no faltaría más!- era ya una pieza esencial en el engranaje administrativo que llevaba desde la aldea o el pueblo más humildes hasta las alturas ministeriales.




NUESTRA PROVINCIA

La provincia de Ciudad Real, sin ostentosos alardes que no van bien a nuestra sencillez de manchegos, es rica e importante: por su extensión de casi 20.000 kilómetros cuadrados –la tercera de España-, por la abundancia y heterogeneidad de sus productos agrícolas e industrias derivadas, por su riqueza ganadera, por su minería –el caso de Almadén es único en la economía nacional y sabemos está siendo objeto de particular estudio- y por su céntrica situación, como nudo y enlace de posibles comunicaciones, nuestra provincia, repetimos, ocupa un destacado lugar entre todas las españolas. Inferior, quizás, al que merece. Pero éste es otro problema: ¿Falta de hombres de superior valía? ¿Aceptación de una mediocridad inexistente; ¿conformidad, atonía, abulia, despego, subordinación, silenciosa? ¿Ausencia de ideales en la masa mayoritaria e indiferente? ¡Dejémoslo! La verdad es que Ciudad Real apenas alzó protestas, ni creó problemas, ni padeció envidias, ni lloró ni imploró ante las alturas. Si algo se nos otorgó, lo aceptamos agradecidos. Pero durante años y más años nos mantuvimos discretamente en los límites de una resignada medianía.

Callada, obediente y sumisa, veía el avance y progreso de otras, más algareras y disconformes. Allá, huelgas, motines, protestas, jaleos y hasta síntomas de autonomías disfrazadas de regionalismos: y como premio subvenciones, protección, planes de obras y regadíos, industrialización, obras públicas y millones y millones, maná sustancioso para acallar protestas y satisfacer siempre legítimas ambiciones. Aquí, en nuestra provincia, va lo decíamos antes, algunas migajas solamente del banquete nacional: premio también merecido por nuestra particular idiosincrasia.

Actualmente ya es otra cosa. Es ahora cuando la Diputación de Ciudad Real debe realizar su gran misión de revalorizar la provincia. Promesas ministeriales y normas nuevas en la vida administrativa han dado lugar a comentarios oportunos y artículos editoriales exaltando el relevante papel que desempeñan las Diputaciones Provinciales en el desarrollo regional. Y la nuestra –estamos seguros de ello- no será una excepción.




ALGO DE HISTORIA: EL EDIFICIO

Ciudad Real, capital, se siente orgullosa del palacio de su Diputación. El hermoso edificio de la calle de Toledo tiene ya una antigüedad de casi ochenta años.

Antes, allá por el último tercio del XIX, la Corporación provincial se albergó en la casa número 1 de la calle de Caballeros, levantada por don Dámaso Barrenengoa, donde luego estuvieron el Gobierno Civil y la Academia General de Enseñanza, más tarde las Escuelas de Magisterio y ahora es solar amplio en el mismo corazón de la ciudad. Pero la Diputación de la provincia –‘a tal señor, tal honor!- requería un edificio propio y suntuoso. Se adquirió un solar al final de la misma calle Caballeros a doña Magdalena Maldonado en 39.500 pesetas. Sin embargo, algunos señores diputados consideraron que quedaba algo excéntrico y se acordó venderlo de nuevo, para comprar el viejo edificio de la Vicaría, en la calle de Toledo, que tenía en venta el Obispado, por 40.000 pesetas, según escritura otorgada en julio de 1888. Y como el solar era pequeño a juicio del entonces arquitecto provincial don Sebastián Rebollar, acordóse ampliarlo con el de un viejo granero adjunto, propiedad de doña Catalina Jarava, viuda de don Luis Muñoz –de aquí el nombre de “Don Luis” con que se conoció la plazoleta frontera, llamada ahora de “José Anonio Primo de Rivera”.

Antón de Villarreal, Diario “Lanza” Extra de Verano, agosto de 1971



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