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lunes, 2 de mayo de 2016

LA BARANDILLA DEL PILAR


 
La desaparecida barandilla de la Plaza del Pilar conocida popularmente como "la hipotenusa", lugar de reunión de la juventud ciudadrealeña desde finales de los años sesent y hasta los ochenta del pasado siglo

La juventud tiene sus costumbres, que desaparecen y cambian con los tiempos. En los años de mi primera juventud –ahora estoy en la segunda- era costumbre el paseo por la Plaza del Ayuntamiento en invierno, y por la calle Alarcos hasta el Parque en verano. Nunca fue lugar de reunión de jóvenes el Pilar.

Ahora cada vez que vuelvo a Ciudad Real –menos de las que deseo y más de las que siempre pensé- veo la baranda del Pilar y los ventanales de cierto Banco, lleno de jóvenes que en  tertulia casi desgranada, como al desgaire casi como pasando de la misma tertulia, abarrotados. Hablan, miran, fuman. Fuman, miran, apenas hablan… De tal modo que la placita más céntrica de la ciudad, presidida por Don Quijote se ha erigido realmente en centro de la ciudarrealeña vida, y ello en virtud de nuestra juventud. Bienvenida sea.

El ocio siempre fue bueno y beneficioso por el espíritu y el fomento del pensamiento y la amistad, que es casi decir, lo mismo. Ya en el pueblo griego, el ágora era punto de reunión de pensadores, políticos y grandes y buenos habladores, en donde se cocía el pan tierno del afecto y de las relaciones humanas con que alimentar el espíritu.

La Plaza del Pilar, sitio de mis conversaciones, muestra una estampa insólita –mejor: mostraría- comparada con las grandes urbes de hoy, llenas de prisas y gente que parece que no va a ninguna parte. Aquí parecería que el tiempo se ha dormido, si no fuera por el cauce personal, el cruzar de los coches y las chicas con pantalones. Pero de todas formas, es hermoso contemplar el ocio de esta juventud que sueña con mañana, que traza proyectos, que elabora planes. En suma, que convive sin prisas. Tiempo tendrá de olvidarse de la barandilla del Pilar, de los amigos con quienes conversa hoy, de sus esperanzas en su hermoso futuro, a pesar de los pesares. Y todo ello lo hace la juventud sin búsqueda de utilidad alguna. Grupos espontáneos y afectivos que surgen porque sí –dinamismo psicológico, sin explicación alguna -¿recuerdas Álvaro Sanmartín?- Tiempo y lugar para soñar es el mismo centro de la ciudad, junto al héroe más imaginario y más real que nos ha dado La Mancha. Lugar de bromas y de conversaciones inútiles, pero por ello mismo sustanciosas -¿no es verdad, Jacinto, Parra, Juan… y tantos cazadores que acudís alguna vez por allí?-. Es la pureza de la juventud, que no busca el árbol por la sombra sino por el árbol mismo. Amistades surgidas al calor del ocio provinciano, carentes de pragmatismo, exentas de egoísmo. Búsqueda de la verdad como aquellos pensadores griegos que perdían el tiempo discutiendo sobre temas ni urgentes ni prácticos.

La barandilla del Pilar posee ya el misterio de las conversaciones, el asombro de los años desinteresados, el tiempo por el tiempo, el ocio por el ocio, hasta que la costumbre de otra generación o nuevos usos, cambien el ágora de la villa a otro lugar que los dioses tal vez ya presienten.

Francisco Mena Cantero. Conversaciones en el Pilar. Diario Lanza, jueves 25 de abril de 1985, página 12.

 
La Plaza del Pilar con la desaparecida barandilla. Fotografía de Iferga de 1977


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