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martes, 27 de abril de 2021

PRIMERA PIEDRA DEL EDIFICIO DE LA DIPUTACIÓN

 




Ciudad Real, capital, se siente orgullosa del palacio de su Diputación. Es algo que podemos mostrar al turista, o al simple visitante, con ostentación justificada. Y este hermoso edificio tiene ya una antigüedad de ochenta y dos años exactamente.

Antes, allá por el último tercio del XIX, la Corporación Provincial se albergó en la casa número 1 de la calle Caballeros, levantada por don Dámaso Barrenengoa, donde luego estuvieron el Gobierno Civil y la Academia General de Enseñanza, más tarde las Escuelas de Magisterio y ahora es solar amplio, estacionamiento de coches en el mismo corazón de la ciudad, destinado a ese “non nato” Museo Provincial, que tiene proyecto, presupuesto ¡y hasta director! sin haberse iniciado siquiera la erección del edificio. ¡Cosas que pasan por aquí… y por allá!

Perdonen la digresión y volvamos a nuestra historia: la Diputación de la provincia -¡a tal señor, tal honor!- requería un edificio propio y suntuoso. Y en 1886 se adquirió un solar al final de la misma calle de Caballeros a doña Magdalena Maldonado en 39.500 pesetas. Sin embargo, algunos señores diputados estimaron que quedaba algo excéntrico y se acordó venderlo de nuevo para comprar la antigua casa de la Vicaría, en la calle de Toledo, que tenía en venta el Obispado, por 40.000 pesetas, según escritura otorgada en julio de 1888. Y como el solar era pequeño a juicio del entonces arquitecto provincial don Sebastián Rebollar Muñoz, acordóse ampliarlo con el de un viejo granero adjunto, propiedad de doña Catalina Jarava, viuda de don Luis Muñoz –de aquí el nombre de “Don Luis” con que se conoció la plazoleta frontera, llamada ahora de “José Antonio Primo de Rivera”- en la cantidad de 6.000 pesetas. Cifras irrisorias en la actualidad -¿verdad amigo lector?-, que nos proporciona Hervás en su conocido “Diccionario… de la Provincia”.

 



Hizo el proyecto el citado arquitecto señor Rebollar con un presupuesto de 368.778 pesetas, adjudicándose las obras al contratista don Joaquín Castillo en 320.000, aunque luego, con diversos suplementos, se elevó a 420.023, 42 exactamente, sin que se olvide ese piquillo de los 42 céntimos. Un verdadero palacio en aquellos tiempos. Se colocó la primera piedra este día 6 de agosto de 1889 con la solemnidad y formalidades de rúbrica, siendo presidente don Mariano Pinilla; prosiguieron las obras durante la presidencia de don Francisco Rivas Moreno –al que ya dedicamos nuestra efemérides del pasado 8 de marzo- y se concluyeron el 21 de septiembre de 1893, a los cuatro años de iniciadas, recibiendo el edificio el nuevo presidente don José Cendreros Díaz. El gran artista y catedrático don Ángel Andrade dejó en frescos pictóricos y en detalles de ornamentación pruebas de su gusto exquisito, algunas de las cuales aún perduran. Porque en estos últimos años se hicieron notables reformas en las habitaciones destinadas a personajes ilustres que nos visiten y nada digamos de los despachos, patios encristalados, servicios, galerías y, sobre todo, la rotonda y el salón de sesiones, que experimentaron transformación completa con la valiosa colaboración del arquitecto Fisac y el pintor L. Villaseñor, que han dejado su imprenta de modernidad con absoluto respeto a la estructura esencial del palacio.

En la Diputación están depositadas muchas de las obras que integrarán ese Museo provincial al que antes aludíamos. En la Diputación tienen sus dependencias el Patronato de Turismo, el Instituto de Estudios Manchegos y la Comisión de Monumentos. Este edificio es el único que ha merecido ser respetado, aparte los de carácter religioso. La Diputación es nuestro orgullo legítimo de ciudarrealeños. Y, además, porque allí hay hombres que saben dirigir y ordenar esa cada día más complicada institución que es la Diputación de una provincia rica y extensa, cuyo presupuesto se eleva ya a una cantidad de millones insospechada. Hasta su propia revista ha estrenado recientemente. Pero de alguno de aquellos y de esta quizá tengamos ocasión de escribir algún día, si nos queda libre en nuestro forzado y forzoso calendario.

ANTON DE VILLARREAL. Diario “Lanza”, 6 de agosto de 1975, sección “Efemérides Manchegas”




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