En estos días
agosteños, lejos o cerca de mi ciudad natal, ha muchos años que la fecha del 15
de agosto, influye notablemente en mi ánimo de lector, siempre insatisfecho,
acuciando mi indiscreta curiosidad y orientándola a la lectura del ayer, en el
que con un poco de buena voluntad, se encuentra el remanso descongestionador a
la trepidante hora actual, con su tremendismo absorbente, su inversión de
valores y su lenguaje inadecuado.
Hoy, que llamamos “fabulosa” a una sencilla gaseosa, o que tildamos de “divino” al cantante de ¿melodías?, obliga a pensar, con un poco de seriedad y hasta con miedo, el empleo del vocablo adecuado a la idea noble o a la devoción sentida.
Hogaño la fecha me alcanzo por tierras de Torrelaguna, en andanzas de curioseo casi infantil –simple satisfacción de enamoramiento por el Madrid antañón— viaje interrumpido por una rápida visita a la Biblioteca Nacional, a constatar unos datos que la memoria no supo o no pudo retener. La fecha, el día caluroso, las últimas noticias de LANZA sobre nuestras Feria y Fiestas, me llevaron una vez más a releer, con verdadero deleite, ese delicioso libro, impregnado de amor mariano, ingenuo y sencillo, que es Ciudad Real. Historia de la Imagen Santísima de Nuestra Señora del Prado, de Fr. Diego de Jesús María, Carmelita Descalzo y que fue Prior del Convento de Guadalajara, editado en la Imprenta Real, de Madrid, año 1650.
En otras
ocasiones, y casi siempre por estas fechas, paisano, te he hablado de este
carmelita descalzo, de alma de niño, que rebosante de amor, cabalga, muchas
veces en su propia fantasía, en ansia de infinito amor a María. Por ello, el
dato histórico en la versión de Fr. Diego, es desbordado por la imaginación,
constituyéndose en motivo de duda y hasta de negación en algunos extremos, por
otros autores, entre ellos el ilustre escritor D. Jaime de la Jara, en su obra
del mismo título.
A mí no me importa dejarme guiar a la exaltación por el sencillo Fr. Diego. ¡Qué más quisiera yo! Si él se manifestó con alma de niño al escribir su obra, yo también quiero tenerla, al menos mientras me recreo en su lectura. El agua es clara y transparente ante la sed del sediento, y yo tengo sed, sed provocada por vivencias dormidas y medio escondidas en los repliegues de la subconciencia, que yacen en la oscuridad, en espera del sencillo rayo de luz que las haga estremecer y revivir con el roció de la emoción. Pero la emoción solamente llega y cala hondo, si el motivo que la provocó tiene mérito suficiente para conseguirlo. El ayer, al aumentar sus páginas, sólo nos deja vivir el presente para crucificarnos en la abierta interrogación del futuro.
Mas creo estoy
divagando; volvamos al libro.
PRIMERA
EXCELENCIA:
“Fuerzas vuelve
a cobrar aquí el sentimiento, y ahogar el corazón por la pérdida de aquel
pergamino, que acompañaba en la bóveda el tesoro de Nuestra Señora del Prado,
fiel testimonio, desapasionado testigo de su antigüedad. Perdiose en el Palacio
de Don Sancho, como en el primer libro queda historiado. Lo que referido al
tiempo en la Tradición y Escritos, es que el primer aparecimiento de la
Santísima Imagen, fue el año de mil trece”.
Ahí tienes, paisano, en esa fecha, la primera excelencia de la antigüedad de Nuestra Señora del Prado, según Fr. Diego.
Siete son las
Excelencias que en su libro recoge nuestro autor. De ellas te seguiré hablando
en otra ocasión similar a esta, en que el recuerdo de un ayer lejano y, el
sentirme parte integrante de un pueblo y unas gentes que celebran su fiesta en
honor a la Patrona, me impelen a decir ¡Presente! en este atardecer agosteño de
Ciudad Real, cuando entre repiques de campanas y disparos de cohetes, las
calles se engalanan para presenciar el desfile procesional de Nuestra Señora
del Prado. Desde lejos, con mi devoción de siempre, va mi oración homenaje a
postrarme, un año más, a los pies de mi Excelsa Patrona. Que Ella te guarde,
paisano.
Ramón
López Villodre. Diario Lanza 14 de agosto de 1964
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