Poco tiempo después, la parroquia de Santa María del Prado pasó a catedral, y esta se trasladó al antiguo convento de los mercedarios, donde continuó desempeñando su cargo el padre Jara, hasta que los muchos achaques de salud le obligaron a retirarse a la ciudad que le había acogido desde joven, Almagro, donde paso los últimos años de su vida.
Los postreros años de la vida del padre Jara los conocemos por las notas que facilitó el padre Fabo el culto almagreño don José Bartolomé Relimpio, quien a comienzos del siglo XX recogió diversos testimonios orales de lo que habían sido sus últimos años en Almagro.
Tras su retorno a Almagro el padre Jara fue adscrito a la parroquia de San Bartolomé, donde decía misa muy temprano. Vivía en la calle Estafeta nº 3, calle que hoy ha desaparecido y que comunicaba la calle Encomienda con la de Federico Relimpio, por detrás de la cabecera de San Agustín. Su casa estaba situada frente a la puerta falsa del que había sido su convento, desde su balcón divisaba la calle Feria y en su pequeño cuarto, a modo de celda, se dedicaba a estudiar manuscritos, tomar apuntes, copiar, explicar, descifrar, etc. Vivía modestamente, rayando la pobreza, ataviado con una sotana, un viejo manteo y un sombrero de teja. Tenía un ama de llaves, Ramona, quien le preparaba la comida y cuidaba de él. Estos últimos años solía pasear por la tarde por el llamado Molino de los Balcones, junto al paseo de la Estación, donde charlaba con el párroco José Borondo y el arcipreste Julián Martínez, ambos antiguos exclaustrados. Cuando podía acudía a misa a la que había sido iglesia de su convento, San Agustín, que estaba regida por el padre Ángel Milla, de la misma orden que Joaquín de la Jara.
Padeció una
enterocolitis aguda, producto de una inflamación de los intestinos, que le
provocaba diarreas, náuseas, vómitos, dolores abdominales, hemorragias
digestivas, anemia, desnutrición, etc., y que le llevó a estar postrado en
cama. El 2 de agosto de 1880, cuatro días antes de su muerte, hizo testamento
ante el notario almagreño Basilio Gil Rosillo, dejando prevenido que se le
amortajase con el hábito de su orden, colocado en una caja nueva y se le diera
sepultura en el cementerio de Almagro. Dispuso también que se le dijeran
cincuenta misas rezadas, de dos pesetas, que pagaría María A. Serna Rodríguez,
amiga del fraile finado. Tal como se había comprometido, una parte de las misas
se dijeron en la iglesia de San Bartolomé, las otras, las gregorianas, en la
iglesia de San Agustín. Por último, erigió como único heredero y albacea a don
Alejandro Laguna y en caso de muerte a Federico Galiano y Ortega, ambos amigos
íntimos del fraile.
Fray Joaquín de la Jara falleció el 6 de agosto de 1880, en la ciudad de Almagro. Contaba 75 años, edad avanzada para finales del siglo XIX.
Cuando murió la heredera universal del religioso fue su criada, Ramona. Suponemos que los albaceas y herederos estimaron que eso era justo, ya que le asistió hasta los últimos instantes de su vida.
El padre Joaquín de la Jara era un hebraísta consumado, hablaba latín y francés, y era un perfecto erudito, dedicó toda su vida al estudio, producto del cual es una obra ingente y variada. Publicó diversos sermones, especialmente hay que señalar una colección de diez homilías editadas, y que el citado religioso preparó para la Cuaresma y Semana Santa del año 1841, dadas en Granátula de Calatrava. Existen muchos más sermones editados y que forman parte del caudal de la oratoria sagrada del citado religioso que nos ha llegado hasta nosotros. En 1867 publicó un panegírico que lleva por título: Sermón del gran padre y doctor de la iglesia San Agustín y de los beatos padres fray Francisco de Jesús y fray Vicente de San Antonio protomártires de los Agustinos descalzos en el Japón, esta editado en Madrid, en la imprenta La Esperanza.
Presuponemos
que hubo muchos más, dada la larga carrera de párroco que desempeño; podía ser
que improvisara algunos de ellos, o puede que recogiera otros que usaran otros
sacerdotes en sus homilías; como dice el padre Fabo, uno de sus biógrafos: “En el pulpito era de concepción reposada y modesta,
oráculo de verdades evangélicas no revestidas de exuberancia, pero tampoco
destituidas de exposición amena y devota. Porque, muy al contrario de lo que
practicaba en las disertaciones científicas o literarias, que sobrecargaba de
pasajes y de ampliaciones, en la cátedra sagrada comedíase muy mucho, de forma
que empleaba sencillez de lenguaje, sencillez de sentimiento y sencillez de
idea, sin citas bíblicas ni de Santos Padres, y mucho menos de paganismo
clásico como en épocas muy próximas a él se estilaba”. El citado religioso poseía una oratoria sosegada, más para una
cátedra, que para un púlpito. Algunos de esos sermones llevaban los títulos tan
sugerentes de Dolores de la
Virgen María, Pasión de Nuestro Señor Jesucristo o Sermones de Juan Troncoso. El párroco de Aldea, Norberto García, afirmaba que los feligreses
llenaban la iglesia cuando él ocupaba la cátedra, pero señalaba, creo que con
cierta envidia que tenía algún “defecto lingual
que afeaba su dicción y deslucía sus oraciones”.
Sabemos que publicó diversos trabajos en forma de folletín, típicos de la prensa de la época; entre ellos hay que destacar Notas a la historia de Ciudad Real, publicado por el periódico carlista La Atalaya, durante 1870 y 1871, y Almagro y Nuestra Señora de las Nieves en el semanario La Voz de Almagro, una composición poético-religiosa editada póstumamente en 1887. Esta última pieza constituida por doscientas nueve estrofas en octavas; analiza en ella la fundación y origen de Almagro y lo relaciona con el culto a la Virgen de las Nieves, por lo que contiene ciertos datos de interés para la historia de la cofradía y de la citada Virgen. En 1843, cuando se reimprimió la obra, el padre Jara incorporó unos gozos a la novena de la Virgen de las Nieves. También colaboró con la llamada Revista Católica que se publicaba en Ciudad Real a finales de los años setenta del siglo XIX (1879-1880).
La obra más importante publicada por Joaquín de la Jara fue la dedicada a la Virgen del Prado con el título: Historia de la imagen de Nuestra Señora del Prado, fundadora y patrona de Ciudad Real, en la que se resume, como pertenecientes a ella, sucesos muy notables de la general de España, y principalmente de la dicha capital y su provincia. La obra se imprimió por primera vez en 1880, con autorización eclesiástica, justo el año que moriría, por la imprenta de Clemente C. Rubisco, de la calle Calatrava. La obra está realizada como otras de la época, con poco rigor histórico, pero da información interesante sobre la patrona de Ciudad Real y sobre la ciudad. La obra consta de 505 páginas, y está dividida en tres libros con sus capítulos correspondientes.
El padre Jara tuvo una extensa producción literaria, ya que según el padre Fabo, se conservaban 48 volúmenes autógrafos, con obras de todo tipo, históricas, poéticas, teatrales, religiosas, etc. Además señalaba que había cinco tomos más que dejo inéditos, más múltiples cuadernos que estaban en el archivo de la provincia de Santo Tomás de Villanueva, más otros que tenia al abogado almagreño José de Bartolomé Relimpio. Buena parte de estos escritos se conservaron gracias al testamento, ya que dejó dicho que se le entregasen al padre Gabino Sánchez, quien a su vez los donó al archivo general de la orden. De todas formas, una parte de ellos fueron a parar a manos de los tenderos, que a su muerte envolvieron sus géneros en los pergaminos del sabio almagreño.
José Bartolomé
Relimpio afirmaba lo siguiente del fraile agustino: “El P. Joaquín de la Jara y
Carretero, aunque no fue almagreño de naturaleza, lo fue de corazón, y Almagro
guarda sus restos esperando rendir justo tributo a tan esclarecido sabio, pues
son pocos los que conocen al abate, al filósofo, al historiador, artista, teólogo
y polemista, cuyas cenizas guarda el cementerio de la población mimada de los
Maestres y cabecera un día de la vasta región manchega”. José Bartolomé
Relimpio reivindicaba la personalidad del religioso y pedía al Ayuntamiento, a comienzos
del siglo XX, que le dedicase una calle o una plaza. Nunca la tuvo.
Francisco
Asensio Rubio: “Hombres Ilustres de Almagro”
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