Si por algún sobrenombre tuviéramos que distinguir a Ciudad Real sin duda alguna el más apropiado sería el de Leal. En efecto, la lealtad, ese noble sentimiento que tan escasamente se encuentra es el que más caracteriza a nuestra Ciudad, habiendo permanecido intacto a través de los siglos y en las circunstancias más adversas. Lealtad nunca decrecida sino siempre incrementada hacia una institución: la Monarquía hacia una persona: el rey legítimo.
El fin político que Alfonso X el Sabio pensó cumplir al fundar Ciudad Real para poner coto a las ambiciones de la Orden de Calatrava, tenemos que convenir en que lo realizó plenamente. Y aquellos sentimientos de agradecimiento y lealtad que eran necesarios a una población creada por voluntad real para que sirvieran de bastión a los grandes deseos de dominio de la potentísima Orden Militar de Calatrava, que unas veces emplearía el alago y otras la amenaza para atraerse a la población recién fundada y dar un golpe al poder real, encontraron en ella un marco tan apropiado que ni por un momento decayeron ni se debilitaron. Sentimientos y virtudes más de realzar cuanto que la fundación de Ciudad Real, según antes hemos dicho no respondía a una necesidad vital de defensa contra el enemigo común: los moros, sino a necesidades de orden político, motivadas por discordias interiores.
Esta actitud
noble y leal de Ciudad Real, tenía su compensación en las constantes pruebas
que daban los reyes, de consideración y admiración a los ciudarrealeños
concediéndoles privilegios y franquicias sin tasa que en más de una ocasión
hirieron los sentimientos dominantes y orgullosos de la Orden de Calatrava. Tan
amplias fueron éstas que los habitantes de Villa Real (antiguo nombre de
nuestra ciudad), no pagaban diezmo ni tributo alguno al Rey ni al señor de la
tierra, y tanto los que labraren en heredad ajena o propia habían de estar
libres e inmunes de toda exacción o gravamen. Claro está que estos privilegios
no fueron en todo momento observados, pues en aquellos tiempos de franco
desgobierno, el prestigio de la autoridad real era escaso y no podía hacerse
obedecer con la debida fuerza, motivando esto el que los pobladores de Ciudad
Real defendieran sus fueros con las armas en la mano, sobre todo contra la
Orden de Calatrava.
Si transitoriamente ocurría esto, lo cierto es también que inmediatamente que dicho poder real era fortalecido acudía rápidamente en defensa de los derechos de Ciudad Real.
Una sola excepción hubo en la protección continuada a nuestra ciudad y fue cuando al morir el infante don Fernando primogénito de Alfonso X, se hizo proclamar con engaños y dádivas, heredero del Trono su segundo hijo en infante don Sancho. Este para atraerse la nobleza a su partido no escatimó todo género de promesas a la misma, y el 7 de agosto de 1280 expidió un documento por el que hacía donación de Ciudad Real a la ambiciosa Orden de Calatrava, su mortal enemiga, pero los ciudarrealeños se resistieron al cumplimiento de dicha orden y ayudados por la lucha que sostenía don Sancho con su padre quedaron vencedores.
Posteriormente el infante don Federico confirmó los fueron dados a Ciudad Real por Alfonso X y lo mismo hicieron don Juan I en 1281 y don Juan II en 1417. Habiéndose apoderado de este último Rey el infante don Enrique en 1421 acudieron a libertarle las Hermandades de Castilla y en primer término y haciendo honor a sus sentimientos de lealtad, la de Ciudad Real, por lo que don Juan II otorgó a esta Villa el título de Ciudad llamándose de allí en adelante Ciudad Real. Los Reyes Católicos y el Emperador Carlos Concedieron a Ciudad Real nuevos privilegios, autorizando este último a sus vecinos en 1521 para que pudieran usar daga y espada.
Y es que como ha dicho un conocido historiador “la fidelidad y amor a los reyes con tanto valor sostenida, fue siempre muy del agrado de éstos, así es que no le escasearon sus mercedes”.
Toda la
historia de Ciudad Real, desde su fundación, es una cadena de servicios al
poder real. Estos encontraron en sus habitantes unos leales vasallos que en
todo momento estaban dispuestos a defender las prerrogativas reales contra los
díscolos infantes y la ambiciosa nobleza, pues no en vano sabían que la misma
existencia de su pueblo se debía a la voluntad real y, por consiguiente, el ser
leales a ella era su primordial obligación.
Diario “lanza”. Sábado 14 de agosto de 1943, extraordinario de Feria
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