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lunes, 29 de agosto de 2022

NOSOTROS LOS MANCHEGOS

 



Ahora que nos encontramos a finales de un año, es bueno y conveniente hacer un examen para tratar de cumplir con aquella ajustada sentencia que muy pocos citan en su idioma original, solo algunos en latín y los más en lenguaje palatino, en cual suele el pueblo hablar a su vecino: “Conócete a ti mismo”.

Para conocernos a nosotros mismos, como manchegos, traemos aquí unos textos que pudiéramos llamar introspectivos por cuanto proceden de naturales de La Mancha o de personas que vivieron suficientemente en ella y que ya desaparecieron. Dejamos, pues, ilustres testimonios que harían inagotables el tema y que por otra parte, son más conocidos, sobre todo los de ciertos admiradores y queridos manchegos de nación o de adopción, gracias a Dios, con vida.

Empezamos con don Diego Medrano y Treviño, paisano, Ministro que fue del Interior y Vicepresidente del Estamento de Próceres, en el segundo tercio del pasado siglo. “El manchego, generalmente hablando, escribió, es amigo de ostentar sus cualidades físicas, como todo el que las tiene, y por consiguiente se inclina a los ejercicios gimnásticos y en cuanto a la parte moral es por lo regular despejado, le son muy comunes las luces naturales, por lo que es penetrante y sagaz en todo lo que le llama la atención. Apenas hay pueblo, por reducido que sea, en que no se distingan por su sagacidad y penetración muchos sujetos que bajo la capa de ignorancia y sencillez ocultan una habilidad sorprendente para manejarse. Es imposible que haya un país en que la llamada vulgarmente gramática parda tenga más afiliados ni con más fruto para los mismos”. Atribuye, además, al manchego, imaginación y vivacidad, y reunidas todas las condiciones apuntadas, “le inclinan a los partidos extremos y le impelen con violencia a empresas de riesgo”.




Don Joaquín Gómez nació en nuestra Ciudad, calle del Cohombro, Parroquia de Santiago; fue diputado en las Constituyentes de 1836 y Jefe Político de Toledo y Ciudad Real. En la Historia que escribió de nuestra Capital, en 1854, con reiteración se refiere a ella llamándola “mi querida Ciudad Real”. Sin embargo, escribió con decepción y amargura: “noto con sentimiento la fría indiferencia con que mis paisanos dejan pasar desapercibidas tan buenas ocasiones y bases para fundar importantes solicitudes. Mis paisanos no acometen empresas industriales ni se reúnen en compañías facilitando medios de realizar grandes proyectos beneficiosos. Así que mi querido Ciudad Real por fatalidad nunca progresará y siempre quedará en triste aislamiento”.

Y escribió así en razón a lo que acababa de exponer y que creemos interesante o al menos curioso, relatar. Un ingeniero, Don Agustín Marcoartú (suponemos se trata de la castellanización del apellido británico Mac Arthur) había realizado unos estudios y emitido un dictamen favorable sobre la canalización del Guadiana, que reputó factible y de grandes beneficios. Por el año 1850 se asociaron unos propietarios, entre ellos don Juan Álvarez Mendizábal y don Francisco Trujillo, yerno del historiador local para realizar el proyecto. Pero este fracasó a propósito del reparto de dividendos y distribución de las aguas que, al parecer, cada socio quería llevar para su molino.

Pero fue, para don Joaquín, lo que ocurrió con los ferrocarriles, invento que pondera con la admiración y los adjetivos propios de la época. Según sus referencias los informes técnicos coincidían en señalar a Ciudad Real como el punto de cruces de las líneas de Cádiz a los Pirineos, de Madrid a Lisboa y a Levante. El escritor se ilusiona y entusiasma pensando en los beneficios de todo orden que la ejecución de este proyecto habría de reportar “a nuestros Ciudad Real” y achaca la emulación de otras provincias, con sus autoridades y personas influyentes, frente a nuestra pasividad, el que quedáramos desplazados. De ahí sus palabras, antes transcritas, y que se ven añadidas con posterioridad.




El canónigo, profesor e historiador local don Luis Delgado Merchán, tras “24 años de permanencia” entre nosotros, durante los cuales recorrió muchas veces la provincia en todas direcciones, visitó sus ciudades y pueblos, conversó con personas de diversa condición, llegó a la conclusión de que el manchego contemporáneo está casi del todo desconectado de los tipos cervantinos y es por lo menos tan cosmopolita como el resto de los castellanos, aunque admite haber encontrado algunos manchegos que responden a tipos de “El Quijote”, sobre todo ajustados al modelo de don Diego de Miranda y sus familiares. Concluye y resume diciendo cómo es “de ver y admirar como todo manchego, estudiado en su trato social, aparece cortés sin artificio, hidalgo por sangre, noble por cuna, caballero por herencia, cristiano por convicción, atento y comedido por crianza y valiente y esforzado por complexión y temperamento”.

Y, por último, recortamos a don Francisco Rodríguez Marín, académico y cervantista excelso, que convivió con nosotros durante nuestra guerra de Liberación. “En la Mancha, dijo, se da bien el hombre, así en lo moral como en lo físico. Y tan ufanos (como) están de ser manchegos lo naturales de esta región. Tierra ésta de la Mancha de labradores y ganaderos, el hombre acomodado de bienes sabe ser liberal y obsequioso, aliquando y sin derroche gustoso de hacer ver que y tiene hacienda propia y que a nadie debe nada se complace más en aumentar su caudal que en acrecentar el número de sus amigos. Va a lo suyo; no es ligero en comprometer su palabra, porque es cauto y recelosillo; pero ésta empeñada, cúmplela a veces con fidelidad. El labriego pobre, entretanto, es alegre y divertido; algo malicioso y fullero en sus tratos, porque toma en cuenta lo mucho que le va en no salir perdidoso; sobrio; y así el pobre como el acomodado son finos de entendimiento natural, algo socarrones y muy agudos de intención. Son leznas” “Las tres famosas reglas fundamentales de la gramática parda, ven venir, dejarse ir y tenerse allá, se observan escrupulosamente en la tierra manchega”. “En cuanto a lo físico, propietarios y jornaleros son, por lo común, hombres recios, forzudos y bien plantados (“gente de la Mancha de buena planta”); hombres para decir y hacer, y lo que se llama de “pelo en pecho”; de los que ni buscan temerariamente el aprieto, ni lo rehúyen cuando se presenta”.

Y ahora terminemos esta labor de tijera con unas preguntas a estilo de Azorín: ¿Son ajustados estos retratos? ¿Con cuál nos quedaríamos como más completos? ¿Habríamos tal vez de retocar la pintura recargando aquí el color, difuminándolo allá? ¿Cuál de los tipos de carne y hueso que hemos conocido o conocemos es el más representativo del que podamos decir, éste es un manchego cien por cien?

Porque importa conocerse asimismo, individual y socialmente, como punto indispensable de partida para la perfección y realización de posibilidades. Nos referimos al manchego actual no al literario de éste o el otro auto ni al oretano de Estrabón a quien los romanos llamaban germano.

 

Antonio Ballester Fernández. Boletín de Información Municipal Núm. 16 Diciembre 1964

 


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