¡¡Aquí, aquí es la Muy Noble y Muy Leal Ciudad Real, en ferias y fiestas de agosto!!, grita y señala nuestro vocero.
Este vocero nuestro perpetuo, perenne, por derecho propio "de nascencia".
Antes teníamos otro, porque un tercero nos nació grácil y severamente barroco, pero se malogró. No creció más de lo necesario para alcanzar dos cuerpos, y así se quedó. En el esquinazo del bajo, el sol marca la hora. El de arriba, sonreía, por la bella y grácil ventana, el orgullo de guardar el tesoro de la Virgen. Hoy. abierta en mueca de dolor esa ventana, llora el joyel perdido.
En 1778
gastaron 30.000 reales en empizarrar el vocero que había antes. A poco en 1780,
como el cabildo eclesiástico decía que amenazaba ruina, empezaron a
desmontarlo. Desde lo alto, iban tirando piedra a piedra con peligro de la
iglesia o de las casas vecinas. Entonces tomaron no sé cuántos cuidados, más o
menos eficaces. y reforzaron, en el templo, la nave que por sus proporciones
asombrara al cardenal Lorenzana.
Pasaron los años, llegó el día de San Mateo del año 1817, y comenzó a surgir el actual "soberbio edificio. de cantería finamente apiconada, dos cuerpos sobre el zócalo almohadillados". Bajo una grande piedra sillar, en el cimiento o base se colocaron unas monedas, de todas clases, con el busto de la majestad del Señor Don Fernando VII, y en lámina se anotó que en este tiempo gobernaba nuestra Santa Madre Iglesia la Santidad de Pío VII, Arzobispo y cardenal de la Santa Iglesia de Toledo el señor don Luis de Barbón; su vicario en esta ciudad, el señor párroco de Santiago señor, don Manuel del Campillo, y de María del Prado, don Alfonso Noajas; corregidor, el señor don Fermín Díaz Navarro; el mayordomo de la referida parroquia don Pedro Sánchez del Pulgar, presbítero y teniente beneficiado y con todo el clero, con sus nombres y apellidos, con los regidores de la ciudad y el señor intendente don Pedro Nolasco Belarde".
Remató siendo
cuadrangular y altanero y lo tocaron, como al derrumbado con caperuza de pizarra,
esbelta como dardo. El mal gusto, que a principios del destrozó con deplorables
obras nuestra naciente catedral, le puso el feo y achaparrado gorro de arlequín actual.
Ese vocero nuestro, pegadico a la iglesia mayor, ha envuelto sus sillares de caliza con velos, dorados, de sol poniente, acuchillado por vencejos y, a voces sonoras de metal viejo, cantando y a carcajadas, derramó por los cielos, pegados y serenos, de La Mancha en agosto, la buena nueva de nuestras fiestas de 1954 en honor de la Virgen del Prado.
Es femenino, y en
el piélago de tierras llanas, es faro también. Se divisa desde las huertas de
la Poblachuela -desde la más cercana de Facundo, hasta aquellas, más allá del
Cristo, que sombrean, al atardecer los Castillejos-. Se aupa sobre la puerta de
Toledo y guiña a la Atalaya y otea los cipreses, monjes custodios de sueños
eternos. Cuando lo miramos donde concluye la calle de reyes, parece que quiere
escapar para ir a ensuciarse los pies con las cenizas volcánicas de la Cabeza
del Palo y tener pretexto, de ese modo, para aclarárselos en las aguas lejanas
y mansas del río, a la vera de los molinos Gagión y Gaitanejo. Por encima de la
torre de Santiago y de la mole conventual de la Alta Gracia, se empina para
atisbar lo que queda de la prócer cuna de la ínclita Orden de Calatrava ... y
ha de conformarse con mirar el tren que pasa.
Vertical,
señalando con sus cuatro aristas los cuatro puntos cardinales, con pies de roca
con cúspide capaz de arañar la fatídica nube de San Urbano, la torre
catedralicia -ella es el faro y el vocero nuestro- derrama destellos de
campanas por las niñas de sus cuatro ojos y marca el refugio, sereno, del
Prado, donde se amansan encrespadas olas de tolvaneras de polvo de eras y de
vilanos de cardonchas; amagadas del caserío, chato; turbulentas, de malas
pasiones; bullangueras de verbenas, toros, gigantones y músicas; bienolientes a
madera de casetas de feria y a mies mojada de tormenta, y apestosas de aceite,
refrito, de churros; dolorosas de recuerdos y añoranzas, y felices de
esperanzas, que llegan, revueltas y turbias, y, al unirse con las verdes y
plácidas de la arboleda del Prado -puerto de Bonanza-, se remansan,
transparentes de amor, a los pies de una morenica subida en trono de plata, con
palio de oros y sedas y con retablo que madera que hizo Juan de Villaseca y
talló Giralda de Merlo en 1611.
La Morenica,
digo, que aprieta al Hijo contra su pecho y se orla con campanillas muleras
porque Ella lo quiso ~como buena labradora- y el Niño apetecía para sonajero,
adormecedor y campesino, cuando, cansado de bendecir, se acurruca en los brazos
de María en sueños celestiales de ángeles de espigas, de olivos plata, de
majuelos esmeralda, de perdón, de lejanías infinitas, ardientes ... de nanas de
canciones infantiles en la arena del paseo, al corro:
"San
Pedro, tacilla;
Santiago, el
Perchel;
La Virgen, la
rosa,
y el Niño, el clavel.
Ningún mejor
trovador y juglar, con lengua de badajo, que nuestra torre encaramada en el
escarpe santo de su catedral. Su voz la habéis oído, hoy, aquí. Sus ecos se desparraman
Mancha adelante. Los siente el ciudarrealeño perdido en el más remoto -confín.
¡Llevamos sus ecos agarrados en los entresijos del alma! En este preciso
instante, el ciudarrealeño, esté donde esté, siente el voltear de la campana
gorda de la catedral, siente a Ciudad Real. Lo certifico.
¡Viajero, quien quiera que seáis, párate, mira, escucha! La torre te señala el sitio. Sus campanas te pregonan como, con pasodobles y cohetes, con algarabía de chicos, ha llegado la hora crepuscular del 14 de agosto y, Ciudad Real, abre; de par en par, a las flechas de los caminos convergentes en el corazón de su plaza mayor y para recibirte como huésped en la feria, las seis puertas y dos portillos -ya simbólicos todos, menos la mutilada Puerta de Toledo- de sus miradas "de ciento treinta torres coronadas" y no menos simbólicas por desgracia.
Luego pasadas
ocho fechas “el trueno gordo” de la traca, al estallar, cortará el vocingiero
alboroto de los días de feria y fiesta y se abrirá, ¡por otro año más!, el
aburrido augusto y señorial trabajar de Ciudad Real. Pero la torre de la
catedral, con sus campanás, seguirá parlándolo todo: la misa, sencilla, y la conventual
función aparatosa; el tránsito al más allá; las horas de rezo de los canónigos
de venera militar al pecho; la Salve, lírica, de los sábados; el Ángelus,
melancólico, el desgranar del tiempo, hora a hora; las venturas de Navidad; las
alegrías de Resurrección, del Corpus, del día de la Virgen" ...
Dicen que, la Señora la noche del día de la Octava, sube a la torre, se asoma al balconcillo de la campana del reloj y coge la más bella estrella de colores, cuando se parte el trueno gordo final de la traca, y se la da a su Hijo, el morenete, como regalo de Feria. Puede que sea cierto porque, Fíjate, jugando con su luz, hizo un mundo. En la mano la lleva. Le clavó una cruz. Lo bendice, y Ella, la Madre, y El, ríen, ríen siempre. Como un chiquete del Perchel, El. Como reía nuestra madre. Ella.
Mientras, los
árboles del Prado - negros de verdes- rezan con la brisa -olorosa, de flores,
la oración de despedida ...y reviente la "chinfla" del zagalillo,
somnoliento, que cruza el "paseo de enmedio" y semeja un grito de ¡adiós!
a la feria y fiestas que cada año, del 14 al 22 de agosto, celebra la muy Noble
y Muy Leal Ciudad Real en honor a su Fundadora y Patrona, Nuestra Señora la
Excelsa Virgen Santa María del Prado, morena de llanura infinita, bienquerida.
Una lechuza, en la torre dormida, chista, con su silvo, silencio de atención, y con sus alas suaves, bate palmas en vuelo sin ruido porque, ronquilla, pero macho, una voz gañanera va cantando esa seguidilla cascabelera de mi tierra que dice:
“Con albahacas
y juncias
Y mejoranas,
He de adornar
las cruces
De tu ventana”
…y la deshoja, hoja a hoja, bajo la reja del Camarín, como ofrenda campesina a la Virgen.
Las mariposas del aceite de los farolillos de colores que había -¿te acuerdas?- al pie del pandorguero Camarín de la Patrona, parpadeaban más en ese instante ...
…Y, hasta el año pasado que ¡lo descuartizaron! el veterano, sano corpulento olmo, solitario vigilante del "pozo de la Virgen", detrás de las tapias de la casilla del guarda, miraba a la Señora y cribaba estrellas, sobre los tejados, con la oronda zaranda de su copa.
Julián Alonso Rodríguez. Diario “Lanza”, sábado 14 de agosto de 1954
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