Fray Joaquín de la Jara Carretero nació el 15 de octubre de 1809 el Aldea del Rey, en plena guerra de la Independencia; era hijo de José de la Jara y de María Carretero y de María Carretero. Su padre era leñador, por tanto humilde, y todos los días con sus dos burros, cargados de troncos, venía a Almagro a venderlos, con lo que modestamente vivían. Mal comido, como mucho un pedazo de pan de centeno o una resequilla de cebeda, mal vestido y descalzo de pie y pierna, pasó los años de su infancia Joaquín de la Jara. Desde temprana edad dio muestras de su vocación y aptitudes, era un alumno aplicado en la escuela del maestro aldeano Eugenio M. Navas. Joaquín no era hijo único, tenía varios hermanos, pero solo sabemos el nombre de uno de ellos, Francisco de la Jara, aunque puede que fuera hermanastro (1).
Con catorce años ingreso en el convento de San Agustín de Almagro como novicio (convento que no llevaba muchos años concluido). Allí aprendió el padre Jara los primeros rudimentos de oficio eclesiástico, influido por la obra del padre Loreto, también almagreño. En ese monasterio tomó el hábito el 15 de octubre de 1824 y se ordenó el 22 de abril del año siguiente, por lo que su aprendizaje duró año y medio. El novicio depositó sus votos en el rector del colegio, fray Juan Barba del Carmen, y fue su maestro el padre Vicente Gómez de San Miguel; el agustino Joaquín tomó el sobrenombre de Santa Teresa, por lo que fue conocido en el mundo agustino con el apelativo Joaquín de la Jara de Santa Teresa.
Joaquín de la Jara recibió las órdenes menores de Madrid, en la iglesia de los Góngoras, el 17 de septiembre de 1830; realizó el subdiaconado en Úcles, el diaconado en el convento del Campillo de Altobuey, siendo conventual de El Toboso; se ordenó sacerdote el 15 de marzo de 1834 en Sevilla; este mismo año actuó como maestro de estudiantes y recibió licencia para confesar a los religiosos.
El padre Joaquín
de la Jara retornó a Almagro en 1834, donde ejerció de profesor de Humanidades
en dicho convento. Con el inicio de la revolución liberal, una parte de los
agustinos del citado monasterio fueron implicados en los levantamientos
carlistas de 1835, razón por la cual el gobierno confiscó sus bienes y cerró el
convento, aplicándole las medidas desamortizadoras de Mendizábal.
El padre Joaquín de la Jara, al igual que sus compañeros de habito, tuvo que exclaustrarse, tras el cierre del convento, siendo además expulsado de Almagro. Con algunos de ellos mantuvo su amistad hasta el final de su vida, caso del párroco de Madre de Dios, José Borondo, y del arcipreste de San Bartolomé, Julián Martínez.
Tras su salida de Almagro, comenzó a desempeñar el cargo de cura y mayordomo de la Iglesia de Granátula de Calatrava. Pasados diez años, fue nombrado cura teniente, por lo que volvió a Almagro adscrito a la parroquia a de San Bartolomé en enero de 1850. Durante los quince años que fue párroco de Granátula visitaba periódicamente su ciudad natal, Aldea del Rey, donde sus sermones tenían muy buena acogida.
Sabemos cómo era el padre Joaquín de la Jara, por una descripción que nos ha dejado un amigo suyo de la infancia, Eugenio Navas: “De estatura regular, fornido sin ser gordo, cráneo bastante abultado, frente ancha, poblada cejas y cabello abundante y fuerte. Usaba lentes porque era miope. Vestía muy modestamente siempre igual: no me acuerdo haberle visto más que un solo vestido; la sotana, el manteo y el sombrero de teja. Nada de solideo, ni de cintas, borlas, etc. No llevaba manchas, porque era limpio, pero no se cuidaba de lo exterior. Para salir se colgaba del manteo según caía, muchas veces de medio lado, se colocaba el sombrero de teja un poquito echado para tras, de modo que dejaba ver el nacimiento del cabello en su espaciosa frente, y allá iba con paso natural, como siempre, ni de prisa ni despacio, con aire tranquilo” (2).
En 1859 fue
nombrado cura teniente de la parroquia de San Lorenzo de Madrid. El papa Pío IX
designó comisario general apostólico de la congregación recoleta al padre
Gabino Sánchez de la Concepción, este trato de restaurar las provincias de la
congregación casi extinguidas y para ello seleccionó a los religiosos más
preparados para esa misión. El padre Joaquín de la Jara fue designado en 1862
definidor de la provincia de santo Tomás de Villanueva de Andalucía, a la que
estaba adscrito el antiguo convento de Almagro.
había abrazado la vida religiosa. Tras la venta del edificio, como bien nacional, el convento y la iglesia fueron adquiridos por Raimundo Gago y Ángela Gómez en la cantidad de 900.000 reales de vellón, pagado en títulos de la deuda pública, por escritura dada en mayo de 1843, otorgada en Ciudad Real ante el notario Pedro Antonio Rico. Los compradores empezaron inmediatamente a demoler el edificio, y pensando los almagreños que la iglesia del convento correría igual suerte, se unieron y la adquirieron por 18.000 reales, a favor de Antonio Martín Serrano. Poco tiempo después se extendió el rumor de que los antiguos dueños habían vendido el continente, pero no el contrario, por lo que tenían derecho a retirar las esculturas y bienes muebles del edificio, especialmente la cubierta de pan de oro de los retablos. Los almagreños se movilizaron otra vez para impedirlo y el alcalde Manuel Pascual dirigió una exposición al jefe político de la provincia, que a la vez era el presidente de la Comisión Provincial de Monumentos, para conservar los retablos y los bienes muebles. El recurso ante la Comisión Central paralizó el intento de desmantelar los citados retablos y enseres de la iglesia, y permitió mantenerlos intactos hasta la guerra civil.
En 1845 adquirió el convento Francisco de Paula Moreno, escribano público de Almagro, por título dado el 12 de enero de 1845, ante el notario Juan Antonio Jorreto. El nuevo propietario se había criado en Almagro y era un enamorado del convento y la obra agustina, por lo que estaba dispuesto a devolvérselo a la comunidad de religiosos, con el compromiso por parte de ellos de reedificarlo. El general de la orden agustina, Gabino Sánchez de la Concepción, nombró definidor provincial al padre Joaquín de la Jara, con el ánimo de reconstruir la extinguida provincia de Santo Tomás de Villanueva, y provincial a José de Arévalo de Santa Rita.
El escribano envió en 1866 un memorial a Isabel II en súplica de que se restableciera la comunidad de religiosos recoletos descalzos en Almagro. Los obstáculos debieron ser muchos, aunque no conocemos los detalles, por lo que el edificio no fue de nuevo cedido a la comunidad agustina, y por tanto el convento no se reabrió.
A pesar de su
continuada lucha el padre Jara no logró ver restaurado el convento de los
agustinos de Almagro. En 1864 debió trasladarse a Canarias, ya que el obispo le
dio licencia para ejercer allí su ministerio ese año. En 1870 de nuevo vuelve a
estar en la península, como confesor de las carmelitas descalzas de Madrid y
ese mismo año fue nombrado cura ecónomo de la parroquia Santa María del Prado
de Ciudad Real, fiscal de la vicaría eclesiástica de Ciudad Real y definidor
general.
Francisco
Asensio Rubio: “Hombres Ilustres de Almagro”
(1) P. Fabo, “Un sabio del siglo XIX”, La Ciudad de Dios, revista de los
agustinos de San Lorenzo del Escorial, nº 101, Madrid, 1915, pp. 185-200.
(2) P. Fabo, art. cit., p. 194.
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