Pedro Pardo utilizó las herramientas a su disposición para generar un nuevo ambiente de unión y vivificación de la parroquia del Pilar: creó un coro parroquial de adolescentes y jóvenes, creó un grupo de teatro afín a la parroquia y fundó un equipo de fútbol, al principio infantil, luego juvenil y finalmente senior, con el paso de los años, que estuvo en activo desde 1964 hasta 1983, compitiendo oficialmente en la provincia desde 1974. Este equipo fue conocido como JOC Pilar, pues Pedro Pardo era consiliario diocesano de las Juventudes Obreras Católicas. Era una forma de aprovechar lo que más gustaba a los chicos, el fútbol, para llevarlos al buen camino del Evangelio, sin obligarles a las prácticas de la Iglesia, que ellos aceptaron sin más cuando interiorizaron la experiencia de vida cristiana junto a don Pedro. De esta manera el espíritu del Concilio Vaticano II se hacía realidad en una humilde barriada de Ciudad Real.
Recuerdan todas
las fuentes como los entrenamientos eran de madrugada, en el campo de fútbol
del Seminario. Pedro Pardo recogía a los chicos con su furgoneta y los
entrenaba cuando apenas había amanecido, con un balón repintado año tras año,
pero con una ilusión que cuajó, con el paso del tiempo, en un equipo
extraordinariamente competitivo que logró el ascenso a II Regional Preferente
hasta en dos ocasiones, de la mano del entrenador Julián Amores, que había
empezado también como juvenil con el equipo creado, entrenado y presidido por
Pedro Pardo. Puestos al habla con los rivales del JOC Pilar, todos coinciden en
su excelente comportamiento dentro y fuera del campo, un equipo caballeroso que
llevaba por bandera las buenas formas, la lucha noble dentro del campo y el
excelente trato del rival. Esos fueron los valores personales y éticos que inculcó
Pedro Pardo a lo largo de estos 19 años intensos de dedicación a un proyecto
deportivo que atrajo a todo el barrio, no solo a familiares y amistades de los
jugadores. La JOC Pilar tuvo la fuerza de aunar a las gentes de un barrio gris
y pobre que empezaba a contar para el resto de Ciudad Real, que empezaba a
salir de su atraso pertinaz y que, sobre todo, se aunaba en torno a su párroco
y a su iglesia con un cariño difícil de definir y de superar. Este milagro hizo
posible, por ejemplo, la construcción de un nuevo templo de Nuestra Señora del
Pilar entre 1973 y 1975, que incluía locales parroquiales y la modernización de
todas sus infraestructuras en torno a un patio porticado, donde, actualmente,
luce un busto de homenaje sentido a la figura de Pedro Pardo.
Eran aquellos
los años de la transición democrática. Años de incertidumbre a nivel económico
y social. Años herederos de la crisis económica del petróleo en 1973, cuyos
efectos en España fueron el paro lacerante y la inflación. El papel de Cáritas
diocesana, cuyo delegado fue Pedro Pardo entre 1960 y 1979, era fundamental
para llevar ayuda y recursos a localidades y grupos sociales que sufrían
especialmente la recesión. La furgoneta DKW de Pedro Pardo se hizo famosa en
toda la provincia por su llegada sin demora a los rincones donde más se
necesitaba la justicia social y la ayuda desinteresada, cargada de alimentos,
ropa, enseres y todo lo necesario. Los propios chicos del coro, del grupo de
teatro o del equipo de fútbol ayudaban a don Pedro en esta tarea de
redistribución incansable durante tantos años y que quedó marcada en la
historia diocesana de Cáritas.
Y en el fondo la música, siempre la música, como prolongación vital de las profundas convicciones evangélicas de don Pedro Pardo. Desde 1967 hasta 1972 Pedro Pardo dirigió un grupo de gran atractivo musical, el Cuarteto Vocal Sacerdotal, cuyo repertorio era el canto polifónico clásico del siglo XVI y el canto ceciliano del siglo XX (estilo compositivo que reivindicaba precisamente la polifonía clásica a 4 voces mixtas y a capella, sin acompañamiento instrumental). El cuarteto estuvo formado por el propio Pedro Pardo, director y tenor primero, Juan Miguel Villar Pérez, tenor segundo, Jesús Abad, barítono, y Antonio Lizcano, bajo de excelentes cualidades, chantre de la catedral desde 1966. Eran sacerdotes con apenas treinta y tres años cumplidos y su éxito en los numerosos conciertos que dieron a lo largo de la provincia fue incontestable. Especialmente relevantes los conciertos que se celebraron anualmente en la Casa de la Cultura de Ciudad Real, organizados por su histórica directora Isabel Varela.
La tercera
época que vivió en su vida Pedro Pardo García fue la que podemos denominar años
de seculariación de la sociedad española, generada a partir de la libertad
religiosa que legisla la Constitución de 1978. La norma terminaba
definitivamente con el estado confesional creado en el Concordato de
1953 y establecía una libertad que se tradujo en un movimiento social
pendular desde una práctica religiosa intensa hacia una práctica reducida por
parte de la población. Este es uno de los rasgos básicos de la sociedad
española durante los años ochenta y noventa del siglo XX, las dos últimas de
vida de Pedro Pardo. También la ciudad, Ciudad Real, cambió de forma vertiginosa
durante este periodo: creación del campus de Ciudad Real dentro de la UCLM en
1985, llegada del AVE a Ciudad Real el 14 de abril de 1992, vital para la nueva
conexión laboral y poblacional con Madrid, y especulación en torno a grandes
proyectos, unos llevados a término, como el Hospital General Universitario, y
otros frustrados como el aeropuerto de la ciudad o el complejo recreativo El
Reino de don Quijote.
La moderna
sociedad secularizada y cada vez más mediatizada por las nuevas tecnologías, a nivel
local y escolar, fue otro de los grandes retos de Pedro Pardo, vinculado
durante estos años a la docencia de Religión en Secundaria, en concreto en el
IES Maestre de Calatrava, más conocido como el Politécnico, durante el periodo
1979-2000. En este contexto Pedro Pardo tuvo que asumir la nueva legislación
educativa, especialmente la LOGSE de 1990, que ponía a la asignatura de
Religión en grave riesgo al equipararla a una clase de alternativa a la
Religión sin apenas definir y garantista con el alumnado, pues no aportaba
calificación. El gran mérito de Pedro Pardo fue la valoración de la materia muy
por encima de la media en su instituto, con alto grado de matrícula y, sobre
todo, con alta estima por parte del alumnado, que, confesaba, en general, que la
clase de Religión era su preferida. No sabemos qué influyó más, si la vocación
docente del sacerdote, puesta de manifiesto en su propia parroquia, o su
ejecución humanista y directa de los valores evangélicos, pero lo cierto es que
la respuesta de los estudiantes no deja lugar a dudas. Uno de los documentos
más impresionantes que podremos manejar sobre la vida de don Pedro es un
cuidado cuaderno azul lleno de testimonios de los que fueran sus alumnos con
motivo de su fallecimiento, en forma de homenaje póstumo. Su lectura evoca
sinceridad y dolor por una pérdida extraordinariamente sentida y el
agradecimiento por una enseñanza vital que ayudó a madurar a muchos de sus
discípulos.
Vicente Castellanos Gómez
Fuente: https://www.lanzadigital.com/provincia/el-valor-de-la-bondad/
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