El urbanismo contemporáneo establece una distinción entre el concepto de emplazamiento y el de lugar, así Jeff Kelley afirmaba en 1995 “mientras que un emplazamiento representa las propiedades físicas que constituyen un lugar: su masa, espacio, luz, duración, localización y procesos materiales, un lugar representa las dimensiones prácticas vernáculas, simbólicas, sociales, culturales, ceremoniales, étnicas, económicas, políticas e históricas de dicho emplazamiento”. Por sintetizarlos de algún modo, el lugar es el concepto psíquico que conlleva y transmite un sitio físico (emplazamiento).
La Avenida de los Reyes Católicos no es ajena a estos principios. Su emplazamiento la convierten en una gran arteria circulatoria en la zona de un más que previsible crecimiento futuro de la ciudad. La ubicación de importantes centros autonómicos como el Hospital General de Castilla La Mancha, o la futura Facultad de Medicina, obligan a dar respuesta a estas necesidades, lo que se aprecia en su trazado, diseñado desde un principio como un todo, le ha convertido en un modelo urbanístico para la Ciudad Real del futuro. Pero reducir su concepción a la mera funcionalidad supondría un gravísimo error porque la simple acumulación de asfalto y hormigón, aunque práctica, no dejaría de convertirlo en un entorno físico conflictivo, denso, hostil, estandarizado y por ende, despersonalizado, como sostiene Concha Domenche al hablar de estos espacios: “insostenible ambientalmente e injusto socialmente”.
Efectivamente, la deshumanización de las
ciudades se ha coinvertido en el gran problema del urbanismo actual. El
concepto de lugar incide en este aspecto; los espacios urbanos deben ser ante
todo lugares de encuentro, de intercambio y convivencia. Resultaría paradójico
que por donde se pretende ensanchar la ciudad, precisamente se estreche para
los ciudadanos. Dar respuestas a las necesidades actuales, muy justificables
por otra parte, y tener muy presente aspectos como la humanización y la
singularidad de los espacios, huyendo de cualquier tipo de estandarización, son
bases fundamentales genéricas que debe contemplar todo diseño urbanístico para
no incurrir en lo que Marc Augé preciso como “los no-lugares” definidos como la
no-identidad y la no-relación.
Convertir la Avenida en un lugar habitado y habitable debe centrar toda prioridad en la concreción de su espacio, de ahí la justificación de grandes bulevares, o la feliz recuperación de extensos espacios verdes como el Pinar, equipados y adaptados como zona de ocio y recreo para todos ciudadrealeños, se han convertido ya en una feliz realidad. Pero esta calle reúne además una serie de características muy particulares a las que hay que prestar una especial atención. La ubicación en ella del Hospital General de Castilla La Mancha la convierten en receptora de múltiples visitantes que de un modo u otro se ven obligados a acudir al centro sanitario, muchas veces en circunstancias difíciles tanto para pacientes como para familiares, requiere, por ende, una sensibilidad especial, potenciando la humanización del lugar y exteriorizando todo lo posible, los criterios relajantes y humanamente cálidos del interior de este centro sanitario. Si nadie concibe la presencia de colores fuertes y síquicamente duros, perturbadores y violentos en las habitaciones, pasillos y el resto de dependencias de un hospital, ¿por qué no sacar este efecto terapéutico al exterior? La creación de espacios verdes, remansos de paz, la belleza y el arte humanizan el lugar y encarnan de extraordinaria manera la hospitalidad de la ciudad y de su gente. Conviene también tener presente que la Avenida de los Reyes Católicos se ha convertido (junto con la Estación del AVE) en el principal punto de recepción de visitantes, es por decirlo de un modo gráfico: el vestíbulo de la ciudad, y por ende, la proyección de su propia imagen. El cuidado de los mismos y el discurso iconográfico que se desarrolle adquieren aquí la máxima importancia para potenciar la visión de una ciudad con personalidad propia, orgullosa de su historia e ilusionada con su futuro que sitúan al visitante desde el primer momento en un lugar y un contexto cultural determinado.
Isabel de Castilla y Hernán Pérez del
Pulgar, obras de las que soy autor, son ejemplos de lo anteriormente expuesto,
verlas como simples elementos decorativos para rellenar rotondas no deja de ser
una visión miope y ramplona de la escultura en si misma, a la que siempre he
concebido como la creación de volúmenes que conforman un espacio que plasma un
concepto determinado. Capaz de exaltar la belleza en su sentido más profundo,
la escultura pública expresa la aportación cultural de una sociedad, su devenir
histórico, la percepción de su propia existencia y su sentido de la vida… Es en
definitiva la transmisión de ideas y valores, inherentes a cualquier cultura
humana a lo largo del espacio y el tiempo.
Nuestra cultura mediterránea, heredera
directa de la grecorromana, ha requerido desde siempre de imágenes, iconos, que
reflejen realidades y valores colectivos, que conmemoren acontecimientos de
trascendencia o exalten personajes que han destacado en su contribución al
engrandecimiento de la sociedad. Y eso ocurre con las obras anteriormente
citadas, que gracias al interés y la manifiesta ilusión de la actual Corporación
Municipal y al Mecenazgo de la Caja Rural de Ciudad Real, pude realizar.
Surgidas además, en un momento de reencuentro de la ciudad con su historia, han
creando referentes iconográficos inexistentes hasta la fecha en la ciudad y se
ubican en este significativo lugar de encuentro y recepción. Este
enriquecimiento cultural se vería culminado con la creación en la rotonda
central de la Avenida de los Reyes Católicos de Hispania, una obra en bronce de
cuatro metros de alto que encarnaría la suma y el esfuerzo de todos en un
proyecto común: España. Concebida como país origen mítico, con una gran
historia colectiva, capaz de generar una de las aportaciones culturales más
importantes de cuantas existen, promotora del encuentro entre dos mundos y con
una clara proyección de futuro se encarnaría en una centaura (animal mítico, mitad
humano mitad caballo) que se yergue sobre un estanque, símbolo de su vocación
de ultramar. Apoyada sobre sus cuartos traseros se enaltece en corbetas
simbolizando su afán de superación y su capacidad de vencer dificultades. El
torso desnudo de una mujer, alude a la fertilidad de sus tierras, de su cultura
y de sus gentes que abriendo sus brazos de par en par fueron capaces de unir
dos mundos, interpretados por dos altos surtidores de agua. Orientando su
mirada al cielo, se muestra esperanzada en su futuro. De gran impacto visual,
la avenida adquirirá una impronta monumental digna de cualquier capital
europea, pero sobre todo culminará el discurso iconográfico ya existente entre
Isabel de Castilla y Hernán Pérez del Pulgar que sin ella quedaría inacabado.
Sin suponer ningún incremento económico podría recurrirse al mecenazgo como
formula ya usada en las anteriores obras. Considero que no deberíamos perder
esta oportunidad -bastantes se perdieron ya-, de engrandecimiento y
consolidación de la ciudad y sus valores, y sinceramente considero que la
instalación de esta obra que personifica el esfuerzo común, la superación de
dificultades y el mirar al futuro con esperanza, es el mejor guiño que sin duda
podemos hacer en la puerta principal del Hospital General.
Carlos
Guerra, Diario “Lanza” 14 de diciembre de 2010
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