DECIA
DON QUIJOTE
que “todas nuestras locuras proceden de tener el estomago vacio y los celebros
llenos de aire”. No es extraño, por eso, que en tierras manchegas el yantar sea
una religión. Aunque no hay constancia de que el Hidalgo y Sancho Panza pasaran
por Ciudad Real, hermosos viñedos bañan esta tierra cuyos yacimientos arqueológicos
atestiguan su pasado y, sobre todo, se rinde culto de manera continua a la
“oficina del estomago”. La llegada del
AVE en 1992, como parada intermedia entre Madrid y Sevilla, también supuso una
apertura de sus dotes castellanas.
El festín gastronómico que es la capital
manchega, aumentado por la alta velocidad, puede comenzar bajo la Casa del
Arco, en la Plaza Mayor. Aquí estuvo la primera Casa Consistorial de la ciudad,
financiada por el emperador Carlos y su madre Juana, y es el único vestigio de
la antigua ciudad. Hoy compite con las miradas con el particular Ayuntamiento,
de líneas neogóticas levantado en 1976 por Fernando Higueras. Este edificio, más
cercano a la arquitectura nórdica que a la manchega, se ha convertido en uno de
los bienes nada convencionales (ni especialmente bonitos) que dan personalidad
a la ciudad.
Aun así, el mayor atractivo de la Plaza
Mayor, al igual que de las contiguas de Cervantes y El Pilar, son sus terrazas,
donde un buen caldo de la tierra se acompaña de una tapa contundente (y gratis). Es la máxima quijotesca,
que aquí se cumple con devoción, como en el Mesón el Ventero, donde las gachas,
las migas, duelos y quebrantos, morteruelo o tiznao funcionan como un bautismo culinario.
“La base de nuestra gastronomía son los platos contundentes, lo que aquí
llamamos “de cuchara y paso atrás”. Son comidas sencillas elaboradas a partir
de productos de la huerta y la caza, explica Jesús Moreno Cid Cruz, dueño de
este bar que lleva 27 años rindiendo culto a los platos manchegos. Ataviados
con las chaquetillas típicas, en este bar se sirve cerveza Calatrava, autóctona
y desaparecida hace tres décadas y que ahora, bajo el paraguas de Damm, ha
vuelto a la tierra con la promesa de instalar una fábrica si despachan cuatro
millones de litros. “No vamos mal, pero hay espabilar”, dice.
FOTOGRAFÍA
Y CASAS MANCHEGAS
El valor estético e histórico, casi
inamovible, de Ciudad Real es uno de los atractivos para atraer cada año a
miles visitantes –registró el doble de viajeros y pernoctaciones que la media
nacional en el primer semestre de 2016-, gran parte de ellos llegados en AVE.
En este marco, su patrimonio es su baluarte.
Mirar la Casa del Arco es como hacer un
alarde cervantino. Tiene un peculiar carrillón que, a ritmo de seguidilla
manchega, da la hora cada día -12.00, 13.00, 18.00 y 20.00- con Don Quijote,
Sancho Panza y Cervantes como protagonistas. Desde allí, un breve paseo hasta
llegar a los Jardines del Prado, jalonados por la catedral del siglo XVI y el
antiguo Casino, donde hoy se celebran exposiciones y conciertos. La oferta museística
en Ciudad Real es austera pero reseñable, como el Museo Manuel López Villaseñor,
la casa más antigua de la ciudad (siglo XV) donde nació Hernán Pérez del
Pulgar, El Hazañas, capitán general de los Reyes Católicos, que enseña cómo
eran estas típicas casas manchegas con sus zaguanes y patios.
El apunte contemporáneo lo presenta el Museo Antiguo Convento de la Merced, con
obras de artistas como Chillida, Tapies, Dalí, Barceló, Sorolla, el Equipo
Crónica o Cristina García Rodero; y el colectivo Alumbre. Este último, puesto
en marcha en los años noventa y hoy revitalizado por Manuel Ruiz Toribio y
Jesús Monroy, desde ALUMBREsite, su sede en la calle Palma, buscan promocionar
la fotografía documental. “Ciudad Real nunca ha tenido cultura fotográfica”,
explica Monroy, “pero eso está cambiando”. Ellos son ejemplo de lo que los
nuevos aires del AVE trajeron a la ciudad en 1992. Quizá, una nueva manera de
entender La Mancha, pero igual de quijotesca.
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