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martes, 10 de abril de 2018

MIGUEL PÉREZ MOLINA EL GRAN DESCONOCIDO


D. Miguel Pérez Molina

Se cumplen 150 años del nacimiento de Miguel Pérez Molina, el ciudadrealeño fundador de la Academia General de Enseñanza y que dedicó toda su vida a buscar el cambio social y educativo de su ciudad natal, a la que idolatraba sobre todas las cosas

Sus apellidos dan nombre a uno de los colegios públicos más antiguos de Ciudad Real. Quizá por su faceta de alcalde, pensaban los pocos que alguna vez se han preguntado cuáles habrán sido las hazañas de este hombre para tener un edificio en su honor. Y esta explicación parecía suficiente, porque eso es lo que fue Miguel Pérez Molina: el alcalde de Ciudad Real entre el año 1912 y 1913.

No obstante, una visita a la hemeroteca fue más que suficiente para que un profesor lleno de curiosidad, Vicente Palomares, quien casualmente trabaja en dicho colegio, descubriese que este hombre no solo fue un alcalde, sino mucho más: el fundador de la Academia General de Enseñanza, una de las instituciones educativas más importantes de Ciudad Real desde finales del siglo XIX hasta la primera mitad del XX.

Así comienza la historia de Pérez Molina, don Miguel para quienes le recuerdan, un físico y matemático, educador, católico, político y afín a la ideología republicana que nació un 25 de julio de 1868 en el número 6 de la ciudadrealeña calle Cuchillería.

Criado en el son de una familia pudiente y relacionado con algunos de los ciudadanos más emblemáticos de la ciudad de entonces, como era el caso del republicano Damaso Barrenengoa, su tío político, don Miguel nunca escondió su afecto por la ciudad que le vio nacer y crecer. De hecho, Palomares declara que éste fue el motivo que le llevó al frente del Ayuntamiento, “ya que quería llevar a cabo todas las medidas posibles y novedosas para mejorar la ciudad”.

Y así lo hizo, porque aunque su mandato fue corto, introdujo importantes mejoras en una ciudad que se encontraba especialmente atrasada con respecto a otras del país, como la motorización a vapor en la extracción del agua potable de los pozos de La Poblachuela o la extensión del tendido eléctrico, así como la plantación de árboles en la ciudad al más puro estilo de Madrid o Barcelona. También creó la Cooperativa de Casas Higiénicas y Baratas, destinada a la construcción de hogares decentes para los obreros y sus familias.

Su buena situación económica le permitió llevar a cabo estas medidas que financiaba, en gran parte, de su bolsillo, así como le permitió realizar numerosos viajes por el país, todo con la finalidad de empaparse de nuevos puntos de vista y de las técnicas más desarrolladas para, a su vuelta, incorporarlas en su pequeña localidad. Esto le valió comentarios políticos, pero también le hizo objeto de diversas críticas, puesto que no fueron pocos los que no entendían las novedades incorporadas por este adelantado a su tiempo. Pese a esto, su carácter respetuoso y educado, propio del típico hombre clásico, “hizo que se le permitieran este tipo de licencias”, subraya Palomares.

 
Vista de la Academia desde la torre de la Catedral en 1952, donde podemos ver la destrucción del piso superior en el incendio que sufrió el edificio en 1947, que en aquellos años estaba ocupado por el Gobierno Civil

Parte de ese afán por convertir a la humilde Ciudad Real de la época en un lugar mejor estuvo muy motivado por el espíritu regeneracionista de la Generación del 98, una época que tuvo la oportunidad de vivir. Pero este interés por lograr un cambio social ya hizo mella en él mucho antes, y aunque durante sus días como alcalde trabajó por mejorar las infraestructuras del municipio, siempre tuvo muy clara cuál era la clave para poder llevarlo a cabo. “Él quería transformar tanto su ciudad como el país entero, y para ello decía que había que empezar por la escuela, porque mientras no se formara tanto a alumnos como a maestros no se iba a salir del atraso cultural y educativo de España”, relata Palomares.

Ésta era una forma de pensar que compartía muchas similitudes con los dogmas en los que se basaba la Institución Libre de Enseñanza, la cual pudo conocer de cerca gracias a la amistad que tenía con su paisano José Castillejo.

Por otro lado, también tuvo la oportunidad de ver las deficiencias del sistema educativo predominante en la localidad, cuyas únicas escuelas existentes eran las habitaciones de casas particulares, donde se podían encontrar hasta 100 niños y en las que abundaban humedades y desperfectos. Además, pudo comprobar el analfabetismo y la alarmante cantidad de jóvenes que no acudían al colegio, puesto que sus padres preferían llevarlos consigo para rendir más en el trabajo y asegurarse el plato de ese día.

Esto le llevó a integrar para sí mismo el lema “Despensa y escuela”, que popularizó la figura regeneracionista por excelencia, Joaquín Costa, ya que el físico y matemático entendió que “en una época donde el hambre y las enfermedades abundaban, si se conseguía que los niños fuesen a la escuela y estuviesen alimentados, surgirían nuevas generaciones capaces de mejorar España”, recalca Palomares.

Con esta idea en mente, Pérez Molina Consideró que esa educación capaz de cambiar el mundo debía empezar desde los más pequeños. O lo que es lo mismo, desde párvulos. Así es como, durante su tiempo al frente del Ayuntamiento, propuso la construcción de un colegio donde la escolarización comenzara desde la edad más baja y en el que, además, hubiese una cantina donde los niños pudiesen comer durante el periodo lectivo. De esta manera, los padres no tendrían excusa para no llevar a sus hijos a la escuela.

Aunque la falta de medios del Ayuntamiento impidió que el proyecto saliese adelante en aquel momento, no hubo impedimento para que lo hiciese 10 años después, surgiendo en 1924, junto al Colegio Cruz Prado, el Grupo de Párvulos Pérez Molina, que en la actualidad corresponde al colegio del mismo nombre, con cuatro aulas de 60 niños y el solicitado comedor escolar que solucionó la vida de numerosas familias que ahora podrían garantizar un plato de comida para sus hijos.

Orla de los alumnos de la clase de ingreso a principios del siglo XX

No obstante, aunque este centro no vio luz hasta bien entrado el siglo XX, su compromiso con la educación ya se había manifestado a través de la Academia General de Enseñanza, institución que fundó en 1895 y a la que dedicó cada día de su vida hasta que el edificio, que se encontraba situado donde hoy en día se puede contemplar el Museo Provincial, se convirtió en su propia tumba el 5 de abril de 1939, cuando una enfermedad y su desilusión ante las barbaries de la Guerra Civil que enfrentó a tantos hermanos y paisanos se lo llevaron.

Aunque este centro se denominó como una academia, fue algo más que eso, ya que consistió en un lugar donde no solo se buscaba la formación académica de sus alumnos, sino también su “formación moral, intelectual y física”, como así se anunciaba en los carteles de la época, según precisa Palomares.

Con este objetivo en mente, el visionario hizo de esta institución la cuna de una verdadera innovación pedagógica, inspirada no solo en los valores que caracterizaban a la Institución Libre de Enseñanza, con la que compartía muchas similitudes, sino también en el modelo educativo de la Escuela Nueva, de la que pudo empaparse gracias a un viaje por Europa que le llevó desde Barcelona hasta Suiza, acompañado en todo momento de su fiel compañero, José Castillejo.

A pesar de que la academia siguió funcionando hasta 1945, bajo la dirección de Eusebio Piqueras y en una nueva localización, ya que la original fue destruida en un incendio, los valores sobre los que se apoyaba murieron en el momento en el que estalló la primera bomba de la guerra. Y con ellos, también lo hizo el recuerdo de intelectual que la creó.

Todo un centro de innovación pedagógica en Ciudad Real

Inspirada en la Escuela Nueva y en los valores sobre los que se apoyaba la Institución Libre de Enseñanza, aunque incorporando la religión como enseñanza obligatoria, la academia que ofrecía desde la enseñanza elemental hasta bachillerato e incluso, formación avanzada de cara a estudios superiores, incluía elementos que, a día de hoy, se aprecian en los colegios y se consideran novedosos. Uno de los más importantes fue el fomento del estudio de los idiomas (inglés, italiano y alemán), así como la incorporación de profesores nativos, ya que consiguió que un profesor suizo impartiera clases a los párvulos mientras que un inglés se encargara de dar las clases de Educación Física. El fomento de una educación deportiva fue otro de sus avances, así como también que la música se encontrara entre las materias impartidas. Por otro lado, el intelectual también valoró la importancia de las excursiones y de conocer de primera mano lo que se estudiaba.

Laura Buitrago. La Tribuna de Ciudad Real, domingo 1 de abril de 2018, sección “VIVIR”

D. Miguel Pérez Molina junto a antiguos alumnos de la academia en la puerta del citado centro por la calle Caballeros en 1934, después de constituirse la Asociación de Antiguos Alumnos. Boletín de Información Municipal nº 32, marzo de 1970

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