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miércoles, 20 de febrero de 2019

CALLES DE LA JARA Y ALAMILLO


Así eran los antiguos patios ciudadrealeños. En concreto el de la foto es uno de los patios de la casa de Julián Alonso en la calle Estación Vía Crucis, fotografía realizada por él mismo

Gran placer había de producirse, y entiendo que a ti, lugar en las lindes, claras y precisas a veces o difusas y confundidas otras, de los barrios cristiano, moro y judío de la real ciudad, para señalar la extensión de ellos, al correr de siglos e incidencias, y marcar la importancia que te dieron sus pobladores, pero barrio dificultoso es eso para quien liviano es de mollera, tasado esta de tiempo y más ahora si ha de poner al día lo que atascado encuentra al regreso de inopinado y penosísimo viaje llevado hasta los más cercanos confines del más allá, afortunadamente me ha devuelto a desde donde, quien puédelo todo, estos trillados y retorcidos caminos de la vida por los cuales, y lo certifico, tan bien se va, sea en recto o en quebrado, sea con polvo o sea con lodo. Y, de pasada, te cuento que no por voluntad propia me metí en berenjenal  de esa envergadura, pero, una vez rematada con bien la aventura, me siento orgullosico y muy superior a ti que, como no conoces aquellos parajes y paisajes, no puedes percatarte de lo que, recorriéndolos se aprende; de lo que se siente, ¡y de lo que siente uno después!... “¡Quien supiera escribir!”

Dios queriendo, medraremos algún día en la empresa delimitadora de los barrios de Ciudad Real, pero, mientras ello viene, adentrémonos, por las buenas, en el recinto del moro, que, la consecuencia del acaecimiento de las Alpujarras, creció tanto como para desbordar sus antiguos linderos de la Cava y de la calle de Morería y llegarse hasta las de Ciruela y de Infantes, o más, y confluir con los otros barrios en las cercanías de la plaza mayor y la Feria; pero sujeto y cercano, por  poniente y mediodía, con los lienzos de muralla en que se abrían al campo las puertas de Santa María y Alarcos.

¿Por qué, cuándo del barrio casi nada queda, no se cuida, acicala, con juicio, y conserva, como reliquia de la morería ciudarrealeña, ese grupito de casas que forma el rincón con tan ensoñador y de tanto carácter de la Lentejuela, haciéndolo intocable para la odiosa piqueta demoledora y para el no menos odioso, egoísta, indecoroso e inculto y roñoso deseo de lucro?

…Y era de ver como aquel barrio moro, populoso, agricultor, laborioso, inteligente y sufrido, lleno tenía su recinto de huertos y vergeles, grande era su mezquita, quizá enclavada por donde ahora el Instituto de Sanidad se alza; famosa su madrisa: los patios cerrados, y en los nombres de las calles de dilatados muros, blancos, con escasos y ruines ventanicos, florecía, y sigue floreciendo, nuestra castellana y castiza vegetación silvestre.

He aquí una calle. La primera que, por la acera de la izquierda, se inicia en la de Morería, arteria principal del barrio.

La calle de la Jara en los años cincuenta del pasado siglo

CALLE DE LA JARA

Jaras y encinas dan carácter al paisaje de la España seca. La encina es un árbol: Las jaras son matas leñosas, que en la especie común, sus tallos alcanzan hasta dos metros de altura y son pardo rojizos y están embadurnados de secreción viscosa y pegajosa. Las hojas son brillantes, y las flores blancas, blanquísimas, se abren en primavera. Los frutos, secos y estéricos, se conocen con el nombre de “trompillos”. De la citada secreción resinosa de los tallos, se obtiene el láudano. La jara es excelente combustible. A carretadas traían la jara, arrancada con raíz y todo, para calentar los hornos paniegos, y en hacecillos, llamados “estudiantes”, la venden para los hogares pobres.

La calle de la Jara aún conserva recio sabor sarraceno. Une la ruidosa de Morería con la del Alamillo Alto. Silenciosa, vacía de gente, esta rellena de jalbiego en sus muros blancos, escuetos, cegadores al sol. Aun parece añorar las Alpujarras y  Alarcos.
Ese borriquillo de las aguadoras, ¿irá al alcaná? ¿Será Zulema la moza que cruza con el cantaro, rebosante, al cuadril? Aquel hombre que camina pegado a las tapias ¿irá a colocar arcaduces nuevos en la noria para que corra más agua por la reguera, para que centellee más el sol en ella, para que cuajen más hortalizas y huelan más el pangino y la albahaca del huerto?

Contrastes: Jara es palabra árabe y significa inmundicia, basura, excremento. Puede que por lo pegajoso y sucio del tallo llamaran así a la planta. Puede que, muy en violento contraste con lo antes dicho, la calle fuera, en sus primeros tiempos y por lo recoleta, vertedero de basuras y aguas, del abundante contingente moro frecuentador de la vecina mezquita mayor. Por ello, antaño, muy acomodado y propio le vendría el nombre de la Jara; la suciedad. Como hoy el de la jara, agreste planta de nuestros montes con blanca, bella flor.

Una vista de la calle Alamillo Alto en los años cincuenta del pasado siglo

CALLE DEL ALAMILLO ALTO

En los lugares templados y fríos de nuestro país viven los álamos. Botánicamente se incluyen en el género Poulus –que significa agitar, aludiendo a la gran movilidad del limbo de sus hojas- y distribuido en 16 especies: Álamo blanco, álamo negro, álamo temblón… Son los álamos o chopos, árboles de sombra y de ribera, de fácil arraigo, de rápido crecimiento, originando típicas alamedas en galería a lo largo de los ríos; choperas. A veces bordean los caminos. El álamo negro es frecuente; el blanco vistosísimo por las hojas plateadas y los tallos blanco-grisaceos; el bastardo, semejante a este, tiene, sin embargo, las hojas de diferente forma y es muy característico de la Mancha. Por acá, la gente, con notoria impropiedad, suele llamar álamos a los olmos.

Hermana gemela y paralela de la calle de la Jara, y silenciosa como ella, es la del Alamillo Alto.

El empedrado, roto y picudo, reluce de bien partido. ¡Como que lo pulen las mozas guapas del Alamillo Alto con escobas de algarabía!

“Con escoba chiquita,
 niña no barras,
que se te ven los picos
de las enaguas”.

Yo pase por la calle del Alamillo Alto una noche sin luna y sin luz. Las estrellas cernían sus lentejuelas de plata sobre la calle y no llegaba su brillo al empedrado. Cruzó una sombra con ruido de albarcas; un perro ladró en la rendija de la portada falsa; olía a vino vertido y a plato caliente; sonaba una guitarra. Recordé las calles de El Toboso paseadas con emoción de peregrino cervantino, quijotil, en una serena y oscura madrugada de verano.

La calle del Alamillo Alto me hizo el regalo de algo remoto, olvidado: ¡Un gañan hablaba con su novia por la ventana! Decidme si no es galán ese espectáculo, inopinado, en la era vulgarota del brazo al pescuezo, por la calle, y pareja por banco, y apretadica, en los paseos…

-¡Era mejor platicar con la moza el sábado por la noche, cuando veníamos de remate, tapados con la manta colga a la reja!- me dijo un labriego, con no sé si cuatro duros de edad, que venía a mi vera.

-¡¡Pues lo hemos apañao!!- pensé y no rechiste.

Julián Alonso Rodríguez. Diario Lanza jueves 23 de mayo de 1957, página 3.


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